la vida de una pequeña princesa y su hermano menor

26 4 0
                                    

Grecia Ovoranch, hija de un rey, pero sin privilegios.

Desde muy pequeña, Grecia supo que su vida no sería como la de sus hermanos. A la edad de seis años, con las manos hinchadas por el esfuerzo, miraba a su instructora de música con frustración.

—No quiero aprender este instrumento... ¡No sirve de nada! —protestó Grecia, molesta.

La instructora, una noble de clase media, suspiró con paciencia. Se agachó y le habló suavemente.

—Grecia, no es que no quiera enseñarte otras cosas, pero aprender a tocar el laúd te será más útil. Por favor, sigue practicando.

Confundida, pero sintiéndose presionada, la pequeña accedió a continuar.

Pasaron dos años, y a los ocho, Grecia comenzó a darse cuenta de algo más profundo: no tenía los mismos privilegios que sus hermanos. Mientras ellos entrenaban con la espada, ella solo tenía acceso a los instrumentos musicales. Ellos podrían heredar tierras y títulos, pero ella no. Se preguntaba por qué el mundo funcionaba así, pero no encontraba respuestas.

A los diez años, ya había perfeccionado el uso del laúd y había comenzado a aprender el arpa, un instrumento que le resultaba más sencillo, aunque los requisitos para dominarlo eran extremadamente altos. Su instructora le exigía poder tocar las primeras dos cuerdas con los ojos cerrados. Para empeorar las cosas, sus hermanos mayores, Felix y Osvaldo, no le hacían la vida más fácil.

Felix, en particular, se deleitaba golpeando sus manos, lo que hacía que su progreso con el arpa fuera dolorosamente lento. En una ocasión, Grecia, harta de los abusos, agarró el arpa y golpeó a Felix en la cabeza. Aunque fue regañada por su comportamiento, Felix no sufrió ningún daño. Osvaldo, por otro lado, no era tan brutal como Felix, pero la molestaba constantemente con cosquillas o coscorrones en la cabeza, lo que la frustraba aún más.

A lo largo de los años, Grecia veía cómo sus hermanos maltrataban a las sirvientas. En los pasillos más solitarios del castillo, los observaba golpear y humillar a chicas de su edad. Cada vez que presenciaba estas escenas, sentía un escalofrío recorriéndole la espalda. En esos momentos, agradecía no haber nacido sirvienta.

Cada cierto tiempo, su instructora la llevaba ante su padre, el rey Grilodi, para que mostrara sus avances en la música. Sin embargo, estos momentos, que deberían haber sido de orgullo, solo despertaban en Grecia resentimiento. Ver a su madre complaciendo a su padre mientras lo entretenía la llenaba de enojo.

Grecia observaba a su madre durante las cenas, su sonrisa vacía mientras entretenía a su padre. Sabía que su futuro, en muchos sentidos, no sería muy diferente. El pensamiento la llenaba de una rabia intensa, ella no quería ser asi, ella no quería complacer a nadie. 

A pesar de todo, había una pequeña luz en su vida: su hermano menor, Patrick, dos años más joven que ella. Aunque Patrick tenía una naturaleza sádica, producto de la influencia de Osvaldo y Felix, siempre era cariñoso y amable con Grecia. Él la escuchaba y obedecía, sobre todo cuando ella le pedía algo con dulzura, usando un "por favor, hermanito". Patrick, a pesar de su crueldad con las sirvientas, encontraba en Grecia a una figura de afecto y cuidado.

Patrick imitaba a sus hermanos mayores, y aunque no podía considerarse una buena influencia, ella trataba de mantenerlo cerca. Sabía que los hombres tenían más privilegios, y por eso se esforzaba en mantener una relación cercana y afectuosa con Patrick. Lo ayudaba a peinarse, le enseñaba a tocar el arpa, y lo observaba con envidia mientras él entrenaba con la espada, algo que ella no podía hacer. Sin embargo, verlo practicar y que él le pidiera su opinión la llenaba de alegría, aunque también de cierta tristeza por no poder empuñar una espada como él.

Cada vez que miraba las espadas en la sala de entrenamiento, algo dentro de ella ardía. El deseo de agarrar una, de empuñar la hoja fría y sentir el peso en sus manos. Pero nunca lo haría. Sabía que el único destino para sus manos eran las cuerdas del arpa, no de volverse una espadachín, eso la hacia querer crear su propio imperio lejos de donde estaba, hacer lo que siempre quiso y que las mujeres como ella, también pudieran hacerlo.

Con el paso del tiempo, los abusos de Felix y Osvaldo se intensificaron. Felix, especialmente, parecía disfrutar atormentándola. Osvaldo, sin embargo, comenzaba a obsesionarse con una sirvienta llamada Silvie, lo que le daba a Grecia un pequeño respiro. No obstante, ver cómo Patrick seguía el mismo camino que sus hermanos mayores la preocupaba. Verlo usar a una sirvienta como si fuera un caballo de juguete la enfurecía, pero sabía que como mujer, su voz tenía poco peso en el castillo. Estaba atrapada en una sociedad donde su género la limitaba en cada aspecto de su vida.

Ahora, a los quince años, Grecia había aprendido a tocar tres instrumentos: el arpa, el laúd y la lira. Pero no sentía orgullo por ello. Ver a su hermano Osvaldo desmayarse frente a todos la dejó perpleja. ¿Realmente existían los demonios? Al día siguiente, cuando lo vio caminando a su lado camino al almuerzo, notó algo diferente en él. En lugar de mirarla con desprecio, caminaba a su ritmo, sin apresurarse, lo que la desconcertó.

Después del almuerzo, su mente estaba dividida entre el desdén que sentía por Felix y la tristeza que sentía por la sirvienta Elisa, Cuando escuchó que Elisa se había suicidado, Grecia sintió una ligera tristeza, pero no por la pérdida de una vida humana, sino por lo que esa muerte significaba en términos prácticos. Elisa había sido una buena intérprete de arpa, algo difícil de encontrar entre sirvientas. En vez de lamentar su muerte como tal, su mente fue directamente a pensar en el costo de reemplazarla.

Pensamiento de Grecia:Elisa... Era talentosa, eso es cierto, pero su valor nunca fue más que el de un objeto útil, pensó Grecia con frialdad. Quizás habría sido mejor cambiarla por un buen arpa antes de que se quitara la vida. Uno de esos instrumentos finos, hechos con madera oscura, puede costar unas 200 monedas de oro, algo mucho más valioso que una simple sirvienta... Sí, tal vez un buen laud habría sido un mejor trato.

A pesar de su talento, Elisa no era más que una pieza en el intrincado juego de la nobleza. Para Grecia, cambiar a una sirvienta por un instrumento bien afinado habría sido una mejor inversión. La pérdida no era de una vida, sino de un recurso que, si se hubiera negociado mejor, podría haber sido más rentable. Incluso, Grecia se preguntó si tal vez el suicidio de Elisa no hubiera sido evitado si alguien hubiera pensado en cambiarla antes de que llegara tan lejos.

Tal vez ni siquiera un arpa de 120 monedas de oro, reflexionó mientras sopesaba las opciones. Quizás algo más modesto habría servido. Después de todo, solo era una sirvienta.

¡oh mierda estoy en  la puta época medieval¡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora