Owen y yo hemos pasado las últimas horas recorriendo la urbanización, hablando con los vecinos, que, para ser sinceros, son una colección de personajes que podrían salir de cualquier novela de misterio de tercera categoría. Está la vecina anciana que parece saber todo lo que sucede detrás de las cortinas, el portero que tiene una mirada que no me gusta nada, y el vecino del quinto, que probablemente tiene más teorías conspirativas que el canal de YouTube más raro que puedas imaginar.
Blanca había mencionado algunos de estos personajes en su diario, lo que ya los convertía en sospechosos a mis ojos. Pero Owen, por supuesto, no comparte mi entusiasmo por lo que él llama chismes vecinales.
—Todo el mundo tiene problemas con sus vecinos —me dice mientras caminamos por el pasillo alfombrado de la urbanización, que huele a un tipo de perfume caro que no puedo identificar—. No significa que uno de ellos la haya matado.
—¿De verdad crees que esto es normal? —le replico, agitando el diario que llevo bajo el brazo—. Blanca menciona amenazas, notas anónimas... alguien la estaba acosando. Y tú piensas que esto no tiene importancia.
—La gente exagera —responde, sin ni siquiera mirarme.
Me detengo en seco.
—¿Exagera? —repito, con incredulidad—. Joder, Owen, si alguien me dejara una nota diciendo que no soy bienvenida en mi propia casa, no lo llamaría exagerar.
Se da la vuelta, mirándome con esa expresión neutral que siempre lleva, como si todo fuera cuestión de lógica y hechos. Me pregunto si Owen alguna vez ha tenido una emoción humana. Tal vez una. Alguna vez.
—Lo que quiero decir —empieza, Owen, eligiendo cuidadosamente las palabras como si estuviera a punto de impartir una lección—, es que hasta que tengamos pruebas más concretas, no podemos basarnos solo en lo que alguien escribió en su diario.
Yo ruedo los ojos, porque a estas alturas, ¿qué más puedo hacer? ¿Exagerar los conflictos? Claro, y seguramente Blanca también exageraba cuando hablaba de sentir que la vigilaban en cada rincón de este lugar. Como si fuera normal vivir así.
—Bueno, mientras tú te basas en pruebas tangibles —digo con un tono que, lo admito, puede sonar algo sarcástico—, yo seguiré buscando más información en este diario. Tal vez haya algo que se te escape.
Owen suelta una pequeña risa por lo bajo, lo suficiente como para irritarme, pero no tanto como para que pueda decir algo al respecto. Entonces, sacude la cabeza y dice:
—Eres persistente, lo admito.
Lo dice de una manera que me hace pensar que, aunque no lo admita abiertamente, respeta mi punto de vista, aunque sea solo un poco. Esa es nuestra dinámica: nos lanzamos pullas todo el tiempo, pero al final, sabemos que somos parte del mismo equipo.
Continuamos las entrevistas con los vecinos. Si de algo me ha servido ser la ayudante de Owen, es aprender a identificar cuándo la gente miente o está ocultando algo. Marta, la vecina del piso de enfrente de Blanca, definitivamente encaja en esta categoría. Nos recibe en la puerta de su apartamento, con su bata de seda púrpura y el cabello perfectamente arreglado, como si nos hubiera estado esperando. En el momento en que mencionamos a Blanca, su sonrisa se desvanece, y noto cómo sus ojos esquivan los míos.
—Blanca... sí, pobre chica. Tan joven, y ahora... —Deja que la frase se pierda en el aire, como si no supiera cómo terminarla.
—¿La conocía bien? —le pregunto, observando cada uno de sus gestos. No ha dejado de mover las manos desde que abrió la puerta.
—Bueno, no la conocía exactamente —dice, con una risa nerviosa—. Pero, ya saben, en un lugar como este, es difícil no enterarse de las cosas. Escuchas cosas y conversaciones.
La palabra conversaciones flota en el aire, cargada de significado. Ella quiere que preguntemos, quiere ser la que nos dé la información, pero no sin un pequeño empujón. Es lo típico de alguien que disfruta el papel de testigo clave.
—¿Qué tipo de cosas escuchaba? —pregunta Owen, poniéndose en modo detective. Su tono es calmado, profesional, pero hay un filo en su voz que lo hace sonar como si ya supiera que está ocultando algo.
Marta mira hacia los lados, como si esperara que alguien más estuviera escuchando.
—Bueno, no es que fuera una chismosa —dice, lo que ya es una señal de que definitivamente lo era—. Pero digamos que Blanca no era precisamente popular por aquí. Se metía en líos con algunos vecinos. Especialmente con los del tercer piso. Escuché varias veces que discutía con ellos, aunque no sé por qué.
—¿Recuerda los nombres de esos vecinos? —le pregunto, sacando mi libreta para anotar cualquier pista.
Ella duda un momento, lo que me hace pensar que está a punto de mentir o al menos de suavizar los detalles.
—Está... bueno, está Luis, del 3B. Es un tipo raro, siempre parece molesto por algo. Y luego está esa pareja, los García. Ellos viven en el 3A. Pero no estoy diciendo que fueran malas personas, claro. Solo, ya sabéis, había tensiones. A veces se escuchaban gritos desde el pasillo.
—¿Y qué tipo de gritos? —Owen se inclina un poco, bajando la voz para que parezca más una conversación íntima. Es una de sus tácticas para que la gente se sienta cómoda y suelte más información.
Marta parece debatirse entre seguir hablando o cerrar la boca de una vez, pero finalmente se inclina hacia nosotros y susurra:
—Blanca mencionó una vez que se sentía vigilada. Que alguien la estaba espiando. Pero yo pensé que solo era una chica joven, algo paranoica tal vez. En estos edificios a veces la soledad te afecta —dice, como si justificara las palabras de la difunta. Luego, su rostro adopta una expresión más seria—. Pero a veces... no lo sé. Se la veía asustada. Tal vez no estaba tan equivocada.
La frase finaliza con un silencio incómodo, como si finalmente hubiera dicho más de lo que pretendía. Marta se tensa, como si acabara de traicionar algún código no escrito de la comunidad.
—Gracias por la información —dice Owen, interrumpiendo el silencio, siempre con esa voz de profesional que sabe cuándo dejar las cosas.
Nos alejamos, y cuando estamos lo suficientemente lejos de la puerta, me vuelvo hacia él.
—¿Qué opinas de todo eso?
Owen guarda silencio durante un segundo, con su mirada perdida en algún punto lejano, como si estuviera hilando las piezas de un rompecabezas invisible.
—Creo que nuestra amiga Marta sabe más de lo que nos ha dicho —responde finalmente—. Pero por ahora, es todo lo que obtendremos de ella.
Asiento, porque tiene razón. Pero lo que Marta dijo se ha quedado grabado en mi mente: Blanca se sentía observada.
¿Por quién? ¿Y por qué?
Algo me dice que no es solo una paranoia común. Este edificio está lleno de secretos, y más pronto que tarde, vamos a empezar a descubrirlos.
De vuelta al coche, mientras reviso mis notas, Owen me mira de reojo.
—Buena pregunta la de los gritos —dice, como si admitir que hice algo bien fuera una concesión importante.
—Gracias —respondo, sorprendida por su elogio inesperado.
Pero lo que no le digo es que esas tensiones que Blanca vivía, esos gritos y la sensación de estar vigilada, empiezan a hacer eco en mí. ¿Hasta qué punto Blanca realmente estaba paranoica? Y si no lo estaba, ¿quién la estaba observando?
La lista de sospechosos no deja de crecer, pero en este punto, podría ser cualquiera de ellos. Y nosotros estamos solo rascando la superficie.
▪︎¤▪︎Hola!! ¿Qué les parece el rumbo
que va tomando la historia?
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Voces de almas paralelas
Misterio / SuspensoSumérgete en los pensamientos y sueños de cada uno de los vecinos de la calle Perdidos, donde los secretos susurran detrás de las cortinas y las esperanzas naufragan en las sombras de lo cotidiano. Cada puerta esconde una historia que entrelaza a...