Capitulo 33: Adan

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El salón era un torbellino de luces doradas y risas contenidas, un espectáculo de opulencia que desbordaba la tradición metamorfa. Aren se sentía fuera de lugar entre la riqueza y la extravagancia, pero no podía apartar la vista de los invitados, cada uno envuelto en telas intrincadamente bordadas que parecían contar historias propias.

Entonces, lo sentí. Un susurro helado que rozó la base de su cuello, como un aliento invisible cargado de intención. Aren. Su nombre resonó en su mente, íntimo y urgente, como si alguien lo hubiera pronunciado justo al oído.

A su lado, Verónica lo observaba con el ceño fruncido.

— ¿Pasa algo? —preguntó, su voz baja, apenas un murmullo entre el bullicio.

Aren parpadeó, tratando de disimular el escalofrío que le recorría la espalda. Forzó una sonrisa, posando una mano tranquilizadora en su hombro.

—No, nada. —Su tono era casual, pero sus ojos traicionaban su inquietud—. Adelántate con los demás. Tengo algo que hacer.

Verónica lo miró con desconfianza antes de asentir lentamente. Su reticencia fue evidente, pero se alejó, lanzándole una última mirada antes de desaparecer entre los invitados. Aren exhaló con fuerza, escaneando el salón, buscando el origen del llamado. Y entonces lo vio.

Al fondo, casi engullido por las sombras, un hombre estaba sentado con una copa en la mano. Una tela negra le cubría los ojos, pero su postura relajada, el movimiento pausado con el que giraba el líquido en la copa, lo hacían destacar. Aren sintió que algo denso y oscuro se apoderaba del ambiente.

Se acercó sin dudar, sus pasos firmes y cargados de tensión. El hombre levantó la copa en un gesto casual al percibir su llegada. Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labios.

— ¿Qué haces aquí? —espetó Aren, sin molestarse en suavizar su tono.

El hombre no respondió de inmediato. En su lugar, inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera disfrutando del momento. Luego señaló, con un movimiento casi negligente, hacia Natsuki, que conversaba con Liliana al otro lado del salón.

—Podemos hacer esto fácil o difícil, Aren. —dijo al fin, su voz tranquila, casi hipnótica. — Tú decides

Con un ligero empujón, movió una silla frente a él, invitándolo a sentarse. Aren vaciló, pero finalmente aceptó, apoyando los codos en la mesa mientras su mirada se clavaba en la tela que cubría los ojos del hombre.

—No pareces el tipo que disfrutas de fiestas —comentó Aren, midiendo cada palabra—. Podrías haber tomado lo que buscabas y desaparecer.

El hombre dejó escapar una risa suave, casi burlona.

— ¿Y perderme la oportunidad de conversar? —respondió, llevando la copa a sus labios con calma estudiada—. Además, el metamorfo no me lo habría permitido facilmente. No estoy aquí para causar caos molesto e innecesario. —Dejó la copa en la mesa con un movimiento deliberado—. Estoy aquí para negociar... contigo.

—Negociar? —repitió Aren con incredulidad, sus ojos afilados sonriendo sin gracia—. No hago tratos con desconocidos. Sabe mi nombre, pero yo no sé el tuyo.

El hombre inclinó la cabeza, dejando que el silencio se prolongara antes de responder.

—Mi nombre no te servira de nada... Aren —dijo finalmente, con una calma calculada.—Adán

Aren frunció el ceño. Había escuchado ese nombre antes, entre susurros de advertencia y rumores de un hombre que nadie enfrentaría.

—No importa quién sea. No voy a entregarte al niño —sentencia Aren, su voz firme.

El Legado De Los Elementales: La Senda del HechiceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora