El zumbido sordo de la música se apagó de golpe. En la sala de baile, las luces se apagaron como si una mano invisible hubiera arrebatado la energía del lugar. Aren levantó la mano, tratando de invocar una chispa, una simple luz que rompiera la oscuridad. Nada. Su habilidad no respondía. Miró su palma con confusión, sintiendo el sudor frío correr por su nuca. Entonces lo sintió: una presencia invasiva, como un eco extraño en su mente.
Adán.
Un dolor agudo le atravesó la cabeza. Aren presionó sus sienes con fuerza, luchando por recuperar el control. Cuando abrió los ojos, la luz lo cegó por un momento. Parpadeó rápidamente y entonces lo vio: Adán, arrastrando el cuerpo inerte de Natsuki.
Aren se irguió de golpe, su mirada recorriendo la sala. Todos a su alrededor estaban congelados en un instante imposible, como si el mismo tiempo se hubiera detenido. Amigos, desconocidos, todos atrapados en sus mentes. Solo él y Adán se movían.
Adán dejó caer a Natsuki al suelo con un sonido seco, su cuerpo quedó inerte entre ambos hombres. Aren dio un paso al frente, la furia comenzando a arder en su pecho.
—Debo admitir que tu resistencia a mi control es... irritante —comentó Adán, su voz suave pero cargada de un tono burlón. Llevaba los ojos cubiertos por una tela negra, pero Aren sentía la intensidad de su mirada, como si pudiera atravesarlo—. ¿Quién te lo enseñó? ¿Fue ella?
Aren apretó los puños pero no respondió. Dio otro paso hacia adelante, echando una rápida mirada a Natsuki antes de volver a fijarse en Adán.
—¿Qué tanto te enseñó? —insistió Adán, inclinando ligeramente la cabeza.
—Lo suficiente —respondió Aren con voz firme.
Adán ladeó la cabeza, curioso. Aunque sus ojos seguían ocultos, Aren sintió una emoción sutil, algo entre diversión y fascinación.
—¿Por qué tienes tanta curiosidad? —preguntó Aren, manteniendo su mirada fija en él.
Por un breve instante, los labios de Adán se curvaron en una sonrisa apenas perceptible. Pero ahí estaba. Aren sintió la sorpresa y la satisfacción mezclándose en él como veneno.
—Tenía mis sospechas —respondió Adán, enigmático—. Pero gracias por aclararlas.
Aren frunció el ceño, dando otro paso hacia Natsuki. Su corazón martilleaba contra su pecho, pero su voz salió firme.
—No respondiste mi pregunta.
Adán dejó escapar un suave suspiro, como si estuviera lidiando con un niño testarudo.
—Sana curiosidad, eso es todo —dijo al fin—. Hay tantas historias sobre ti. Algunas... fascinantes.
—No puedes creer todo lo que oyes —replicó Aren, sin quitarle los ojos de encima.
Adán dejó escapar una risa baja, apenas un susurro.
—No lo sé. Algunas son sorprendentemente convincentes. Dime, Aren... ¿a cuántas personas ha matado?
La pregunta cayó como una piedra en el estómago de Aren. Su sangre se heló. Estaba a escasos pasos de Natsuki, pero de repente se sintió como si estuviera a kilómetros de distancia.
—No... no lo recuerdo —respondió al fin, su voz un hilo de incertidumbre.
Adán levantó ligeramente la cabeza, como si lo estuviera analizando, oliendo la mentira en el aire.
—Mientes.
El cuerpo de Aren se tensó. Estaba tan cerca de Natsuki que podía alcanzarla con un solo movimiento. Solo necesitaba correr, agarrarla y salir del alcance de Adán. Pero esas palabras lo mantenían clavado al suelo, su mente atrapada en un torbellino de recuerdos vagos y fragmentados.
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El Legado De Los Elementales: La Senda del Hechicero
FantasyEn un futuro donde la ciencia y la naturaleza han alcanzado un delicado equilibrio, Verónica, una joven científica brillante pero socialmente torpe, vive en la ciudad burbuja, un refugio para los mejores cerebros de la humanidad. Su vida se ve trast...