Ya era lunes, y por fin tenía la oportunidad de intentar hablar con Violeta. Lo iba a hacer el sábado o el domingo, pero había tenido muchas cosas en las que pensar. Quería hablar con ella, pero... ¿de qué? ¿Para pedirle disculpas? ¿Pero disculpas por qué? ¿Por haberme comportado como un idiota cuando solo quería ayudarme? ¿Por la forma en que le hablé, por no escucharla, por explotar con ella? ¿Y si no me perdona y decide alejarse de mí? ¿Y si me perdona? Y si lo hace, ¿le hablo de lo que me contó Laura? ¿Le explico por qué reaccioné de esa manera? ¿Y si...
—Deja de comerte la cabeza —dijo Rus, poniendo su mano sobre mi pierna y acariciándola suavemente.
—Todo va a salir bien —dijo Martin desde el asiento del copiloto.
—Solo tienes que hablar con ella. Cuéntale todo —dijo esta vez Juanjo, que estaba conduciendo.
—Pero... no sé cómo decirlo —murmuré en un susurro casi inaudible.
—Deja que la conversación fluya. Solo dile lo que hablamos el otro día —me animó Rus.
Después del incidente en la playa, habíamos dejado claro por qué me comporté así. Rus me aconsejó que se lo contara a Vio, que le explicara todo... pero
–¿Y si no quiere verme?– dijo con miedo.
—Eso no va a pasar. Violeta no es de ese tipo de personas. Seguro que también se ha estado comiendo la cabeza, como tú, por no haber hecho las cosas mejor, y probablemente ahora esté esperando verte para hablar, igual que tú —dijo Ruslana, mirando por la ventana.
—¿Cómo estás tan segura? —preguntó Martin, girándose para verla. Este chico siempre parecía leerme la mente.
—Porque la conozco —respondió Rus, haciendo una pausa antes de mirarnos—. Y porque he hablado con ella.
—¿Cómo que has hablado con ella? —pregunté yo, sorprendida.
—Me escribió el sábado por la tarde para preguntarme por ti —dijo con naturalidad.
Abrí los ojos y miré a Martin para ver si él también sabía algo, pero su cara reflejaba la misma sorpresa que la mía.
—¿Y no nos ibas a contar? —preguntó Martin antes de que pudiera decir una palabra. Así que Rus sabía algo y no me lo había dicho.
—Me pidió que no se lo contara a nadie —respondió ella, sonriendo—. Además, no le conté nada sobre ti. Solo le dije que si quería saber cómo estabas, tendría que preguntártelo a ti misma. No quería meterme en vuestros asuntos.
—Ya hemos llegado —anunció Juanjo, estacionando el coche.
—Perdona que no te lo haya dicho, pero Vio me lo pidió, estaba destrozada. No podía fallarle después de que me dijera que me consideraba su amiga —dijo Rus, abriendo la puerta. Salió y me ofreció la mano para que bajara también.
La acepté sin decir nada. ¿Cómo que estaba destrozada? ¿Por qué? Iba a seguir haciéndome preguntas cuando, de repente, sentí unos brazos rodeándome por la espalda.
—Hola, Kiki. —Esa voz...
—¿Marta? —pregunté, insegura. Era imposible que Marta estuviera aquí; vivía en Menorca, y según tenía entendido, se mudaría a Barcelona el año próximo para empezar la universidad.
—La misma, Oliver —dijo hundiendo su cara en mi cuello y dejando un pequeño beso en el. Me giré de inmediato.
—¿Qué haces aquí, Mar? —pregunté, apartándome un poco.
—¿No te alegras de verme, Kiki? —dijo, fingiendo un puchero.
No supe qué decir. Era verdad que me alegraba verla, era una amiga mía, pero no estaba tan alegre de seguir con lo que teníamos antes.
ESTÁS LEYENDO
27 de Febrero
RomanceVioleta ha pasado casi toda su vida en el hospital, luchando contra una enfermedad que le debilita el sistema inmunológico. Con 17 años, finalmente convence a sus padres de ir al instituto, pero hay una condición: Denna, su amiga de la infancia tien...