10. Mejores Amigas

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Hace frío en el salón

Donde entonces hubo calor

Todo cambia de color

Yo me rindo con esta canción


Me encontraba tirada en medio de mi habitación, disfrutando de la tan esperada libertad de mi muñeca. Ayer me quitaron el vendaje y los doctores, con esa alegría contagiosa que solo tienen cuando te dan buenas noticias, me dijeron que ya podía seguir viviendo mi vida como siempre. Solo que, claro, los primeros días tenía que tener cuidado con un montón de cosas que no entendí del todo. Pero lo importante es que ¡ya vuelvo a ser yo! Rasgar las cuerdas de la guitarra nunca se me había hecho tan placentero como en este momento; la música salía de mí como una explosión de adrenalina pura, y era como si, de repente, volviera a sentirme viva después de la semana infernal que había tenido.

Una pregunta me se repetía una y otra vez en mi cabeza, como una especie de tortura mental que no paraba "¿Violeta quiso besarme?". Desde aquel momento antes del partido, Violeta había cambiado. Ya no era la chica tímida que conocía; se había vuelto más atrevida, más sin vergüenza, y tengo que confesar que eso me gustaba. Pero, por otro lado, hubo un momento que me no me gusto tanto, cuando, después del partido, la vi correr a abrazar a Lucas, quien, para colmo, había ganado. ¡Genial!

Recuerdo con agonía cómo sufrí en el segundo tiempo del partido. El equipo de Mar iba ganando 2-1, gracias a dos goles que me dedicó, por cierto. Me sentía como una especie de amuleto. Pero luego, en un giro de los acontecimientos digno de una mala película, el árbitro decidió que era el momento perfecto para inventar una falta al uruguayo. Penalti. Gol. 2-2. Y, como si eso no fuera suficiente, cuando creía que todo había terminado, el árbitro, ese sinvergüenza, añadió tiempo extra. Aún creo que estaba comprado.

Cuando quedaba solo un minuto, Lucas marcó el gol que selló su victoria. Y para rematar mi tortura, Violeta corrió a abrazarlo como si no hubiera un mañana. Desde entonces, parecían estar más juntos que nunca. Incluso, dejó de ir a la sala de música para verlo jugar. Y aquí estaba yo, intentando lidiar con un torbellino de emociones, mientras empezaba la canción que Violeta y yo había creado pero que por cosas de la vida no pudimos seguir.

"El parque", es una canción que nació en ese rincón verde al lado de nuestro instituto. Se llama así porque ser nuestro refugio, nuestro lugar seguro. Para mí, el parque no es solo un sitio; es como una persona. Podría seguir explicando que es el parque para mí pero justo el timbre sonó, cortando mis pensamientos.

Me dirigí hacía la puerta, confundida. ¿Quién podría ser? Mi madre, pero no, nunca está en casa. A menos que haya decidido hacer una fiesta, y con lo temprano que es, eso no cuadra. Ruslana... tampoco, me había dicho que tenía un asunto importante que atender y que me llamaría después. Me rasqué la cabeza, si no eran esas dos, ¿quién era? Nadie más sabia dónde vivía. ¿O sí?

Al abrir la puerta, me encontré con Marta, cargada con varias bolsas que parecían más pesadas que sus ideas.

—Oliver—dijo, dando un paso al frente entrando.

—Claro, adelante, siéntete como en tu casa, Marta —respondí, con una pizca de ironía mientras cerraba la puerta tras ella.

—La verdad, cuando me dijiste que no querías hablar sobre dónde vivías, pensé que era porque vivías bajo un puente y no en este casoplón —dijo ignorando mi comentario. Giró sobre sí misma y echó un vistazo al lugar.

27 de FebreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora