12. Reunión de Chicas

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Caminaba por las calles de Barcelona, tomándome mi tiempo. Aunque iba tarde, últimamente me ha dado por no apresurarme. Ya no quiero vivir corriendo, y mucho menos hoy. Miro a mi alrededor, y la gente parece estar en una maratón constante, con prisa por llegar a... ¿a dónde? Parece que todos están programados para vivir rápido, para sentir rápido, para olvidarse de todo rápido. Me hace gracia, porque hasta lo dicen los científicos: vivir de esa manera solo trae ansiedad e infelicidad. Claro, eso será mi excusa preparada para cuando llegue a la cafetería y Martin y Rus no sepan si matarme o reírse de mí por llegar una hora tarde.

En verdad, no solo llego tarde, sino que llego agotada. Apenas dormí anoche porque Violeta, la culpable, se quedó dormida en mi cama. Yo, más tiesa que una momia y nerviosa como nunca, no pude dormir ni un minuto sabiendo que ella estaba ahí, tan cerca. Cuando por fin logré conciliar el sueño, Violeta ya estaba despierta, claro. Dormí como dos horas en total, y cuando me levanté ella estaba toda energética, ofreciéndose a hacer el desayuno ella sola. Yo, intentando ser amable educada, le dije que no hacía falta, que me levantaba y la ayudaba. Pero insistió tanto que acabé quedándome en la cama... y, como era de esperarse, caí dormida. Cuando desperté, ya se había ido, dejándome un desayuno muy bonito y una nota de despedida que me hizo sentir un vacío raro en el pecho.

Llegue a la cafetería y veo a Rus y Martin esperándome. Rus me mira como si me fuera a matar, y Martin, apagado, apenas me dirige una mirada.

—¡Hombre! Mira quién se digna a aparecer —saluda Rus, levantando la mano para llamar mi atención. Hay un poco de veneno en su tono, y eso me deja claro que no va a ser una charla tan agradable.

—Eh... Rus, no sabía que venías con el Pumiki falso —le digo, intentando relajar el ambiente mientras su mirada me corta en seco.

—Por lo menos, Pumiki ha llegado a la hora indicada, no como otras —dice con una frialdad que me pilla desprevenida. No suelo verla así, a menos que esté realmente molesta.

Me quedo en silencio un segundo, girándome hacia Martin. —¿Y a esta qué le pasa? —le pregunto, medio en broma, intentando buscar su complicidad. Pero él apenas me mira, encogiéndose de hombros con una desgana que no le reconozco.

Me quedo mirándolos. Rus está claramente molesta, y Martin parece... apagado. Él, que siempre era como una chispa en cualquier conversación, ahora está más gris que nunca.

—A ver, ¿qué os pasa?Os dejo solos una semana y ya estáis así de deprimidos. No es para tanto, ¿no? —intento bromear, pero el silencio que sigue me hace pensar que he metido la pata. Va ha ser una tarde muy larga.

Nunca habíamos tenido que planear una reunión para ponernos al día; siempre sabíamos de algún modo lo que estaba pasando en la vida de los demás. Pero últimamente, todos estábamos distantes. Martin, en su relación con Juanjo; Ruslana, cada vez más ausente; y yo... con Violeta.

—A ver, ¿quién empieza contando lo mal que le ha ido en la semana? —pregunté, tomando el batido de Martin y dándole un sorbo despreocupado.

Nadie respondió. El único ruido provenía de las conversaciones en las mesas cercanas. Ruslana miraba al suelo, destrozando una servilleta en trozos cada vez más pequeños, mientras Martin se quedaba mirando por la ventana, serio y pensativo.

—Si no tenéis nada que decir, ¿por qué habéis venido? —pregunté, tomando las manos de ambos, entrelazando mis dedos con los suyos—. Vuestras caras lo dicen todo. Algo va mal, ¿verdad?

Ruslana frunció el ceño, clavando su mirada en la mesa, y Martin, quien evitaba mirarnos a los ojos, empezó a tener la mirada cristalina.

—¿Martin? —pregunté suavemente, apretando sus manos—. ¿Qué pasa?

27 de FebreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora