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La primera vez que Sergio Pérez vio a Max Verstappen en el paddock, lo recordó como un joven piloto lleno de energía. Fue Carlos Sainz, uno de los pocos pilotos hispanohablantes en la categoría y compañero de Max en Toro Rosso, quien los presentó. Sergio notó la emoción en la voz de Max cuando habló con él por primera vez. Era algo común ver a pilotos jóvenes emocionados por su futuro, pero había algo en Max que lo hizo destacar.

—Checo, este es Max. —Dijo Carlos, sonriendo con una chispa traviesa en los ojos. —Cuídalo, ¿vale?

Sergio sonrió, estrechándole la mano al joven rubio.

—Claro, estaré pendiente. —Respondió Sergio con una sonrisa cálida.

Desde entonces, sus caminos se cruzaron cada vez más, ya fuera en reuniones del paddock, eventos promocionales o cenas con amigos en común. Max siempre se acercó a Sergio, buscando su consejo, queriendo escuchar sus historias sobre las carreras y aprender de su experiencia. Al principio, Sergio pensó que solo era una admiración natural, un joven piloto buscando consejos de alguien más experimentado. Pero, con el tiempo, sintió algo diferente, algo que lo ponía nervioso.

Sergio había escuchado los rumores que corrían en los pasillos. Sabía lo que decían sobre él, tenía una "fama" en la Fórmula 1: se involucraba demasiado emocionalmente, que tenía una debilidad por enamorarse. Eso, de acuerdo con todos sus detractores, no era bueno para un piloto, especialmente en un deporte donde las distracciones se pagaban caro. Y aunque Sergio sabía que sus relaciones pasadas -apenas dos- no eran suficientes para justificar esa fama, no podía evitar sentirse expuesto.

Y ahora, estaba Max. Mucho más joven, con un futuro brillante por delante. Sergio se repetía que no podía permitir que algo así lo distrajera. Pero cada vez que lo veía, algo en su interior se encendía, y le costó fingir que esa conexión era solo una simple amistad.

Pasaron meses así, con Max acercándose cada vez más y Sergio manteniendo las distancias, tratando de convencerse a sí mismo de que no había nada más allá. Pero un día, después de una larga jornada de entrenamiento, Max se le acercó con una sonrisa que le pareció peligrosa.

—Deberíamos intercambiar números. —Soltó el neerlandés, con esa actitud segura que lo caracterizaba. —Para hablar fuera del trabajo, ya sabes, compartir consejos.

Sergio dudó por un momento. Sabía que con eso cruzaría una línea, que lo acercaría más a una posibilidad que había intentado evitar. Pero al final, cedió. Max le tendió su teléfono, y Sergio tecleó su número, sintiendo una mezcla de anticipación y miedo al mismo tiempo.

—Claro, mándame un mensaje cuando quieras. —Respondió, intentando sonar despreocupado.

A partir de ese momento, todo cambió. Empezaron con mensajes ocasionales, hablando de carreras, de autos y de la vida en el paddock. Pero pronto, las conversaciones se volvieron más personales. Max le preguntaba sobre su vida fuera de las pistas, sobre sus gustos, sobre sus sueños más allá de la Fórmula 1. Y Sergio, aunque se repitió a sí mismo que debía mantener distancia, se encontró abriéndose más de lo planeado.

El tiempo pasó, y lo que comenzó con una simple amistad se transformó en algo más. Hubo noches en las que se quedaban hablando hasta altas horas de la madrugada, compartiendo cosas que Sergio nunca reveló a nadie más. Max, por su parte, se mostró cada vez más abierto, cada vez más cercano. Sergio se sintió atrapado en una espiral de emociones que lo hacían cuestionar sí realmente había sido una buena idea acercarse tanto.

El comienzo de su relación se pospuso hasta 2020. Unos meses antes de que Sergio firmara con Red Bull, las cosas entre ellos cambiaron de manera definitiva. En un evento de Fórmula 1 en Mónaco, Max le propuso salir a cenar. Sergio, a pesar de las dudas que lo carcomían, aceptó. Llegó al punto en el que negarse solo habría sido mentirse a sí mismo. Sentía algo por Max, y, aunque le preocupaba lo que eso significaría, estaba dispuesto a averiguarlo.

La cena fue un punto de inflexión. Ya no había cámaras ni fans, solo ellos dos, riendo y disfrutando del momento como si el mundo exterior no existiera. Y cuando Max tomó su mano al final de la noche, comprendió que no era solo admiración lo que Max sentía, sino algo más profundo. Algo que, por fin, Sergio estaba dispuesto a aceptar.

Después de esa noche, empezaron a salir más seguido. Sus "cenas" se convirtieron en citas, y las miradas cómplices en algo mucho más intenso. Sergio se sorprendió a sí mismo permitiéndose caer en esa relación, sabiendo que, sin importar lo que sucediera en el futuro, él quería estar allí, con Max.

Pero, a pesar de la felicidad que sentía, los comentarios no tardaron en llegar. Algunos compañeros en el paddock empezaron a hacer insinuaciones, y los rumores sobre la "reputación" de Sergio volvieron a aparecer. Esta vez, los susurros eran sobre lo imprudente que era involucrarse con alguien tan joven como Max.

Sergio intentó ignorar esas voces, pero, en el fondo, la duda persistía. Sabía que con Max estaba arriesgando mucho, no solo por su carrera, sino también por su corazón. ¿Y si las cosas no salían como esperaba? ¿Y si, después de todo, Max solo estaba viviendo un capricho pasajero?

Pero, cada vez que Max lo miraba, cada vez que sus manos se entrelazaban o sus risas se encontraban en un rincón oculto del paddock, Sergio se daba cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba dispuesto a arriesgarse. Porque, aunque el amor tenía el potencial de ser complicado y caótico, también tenía el poder de hacer que cada momento valiera la pena. Max lo había visto como nadie más lo había hecho, con él se sentía vivo.

Su historia con Max podría terminar en un desastre o en algo grandioso. Se prometió a sí mismo que no se arrepentiría de intentarlo. Porque, al final del día, aunque el riesgo era real, también lo eran sus sentimientos. Y en ese momento, sentado junto a Max mientras el mundo seguía girando a su alrededor, Sergio decidió que ese amor valía la pena, sin importar lo que dijeran los demás.

1989 » chestappen's versionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora