Capitulo 10. Final

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Dejé de mencionar las últimas palabras del libro, cerrando por completo mientras miraba por unos segundos la tapa de cuero negra, forrada y envejecida por el tiempo. El presente volvió a mi mente cuando observé las caras de los niños frente a mí, algunos con emoción contenida, otros con confusión, y podría jurar que algunos mostraban rabia en sus expresiones. Las mujeres, por otro lado, se secaban las mejillas con pañuelos, comprendiendo quizás la profundidad de la historia, o tal vez lloraban porque no tuvo un final justo para todos.

—Entonces... —habló uno de los niños—. ¿Ese es el final?

—Sí —respondí con calma.

—¿En serio? —preguntó otro, su voz cargada de incredulidad.

—Exactamente.

—Pero... solo nos contaste la parte del caballero —dijo una niña, frunciendo el ceño.

—Bueno...

—¿Y el rey? ¡Fue injusto! —interrumpió una de las mujeres, indignada.

Entonces, empezó un murmullo creciente entre el público. No pude detenerlo. Todos parecían insatisfechos con el final abierto que les había narrado. Las voces se elevaban, mezclándose en una protesta informe sobre lo que consideraban un desenlace incompleto, dejando la historia en el aire.

Me quedé observando cómo las discusiones se encendían. Era la misma historia de siempre: la gente buscaba claridad, justicia... un cierre definitivo. Pero las historias no siempre terminan como uno espera.

—¡Silencio! —alcé la voz, usando instintivamente mi tono de general, logrando que los presentes se callaran al instante. Sentí una punzada de culpa y rápidamente me disculpé—. Lo siento —murmuré, relajando mi postura—. No debí levantar la voz.

Hice una pausa, dejando escapar un suspiro, mientras la mirada de todos seguía sobre mí. Sabía que esperaban más, un desenlace que los dejara satisfechos, pero... ¿qué más podía darles?

—Sé que todos esperaban más —continué—, pero... ¿qué les parece si ustedes crean un mejor final?

Los rostros incrédulos de los presentes me hicieron sonreír. Llevé mi mano a la cicatriz que cruzaba mi rostro, un gesto casi automático cuando intentaba encontrar las palabras correctas.

—Ya saben, imagínense que el rey fue feliz con la poeta —sugerí con una sonrisa cansada.

—¿Y por qué no con el caballero? —respondió una de las mujeres del público, desafiando la simpleza de mi propuesta.

Solté una risa suave.

—También —concedí—, podrían decir que el rey se arrepintió y fue a buscar al caballero.

De inmediato, se escucharon gritos emocionados entre las mujeres, mientras los niños las miraban con la típica confusión de quienes aún no comprendían las historias de adultos. Fue entonces cuando una niña, tímida pero decidida, alzó la mano. Le hice un gesto para que hablara.

—¿Y si puedo imaginar un final en donde el caballero y el rey nunca perdieron la conexión y son los mejores amigos del mundo mundial? —dijo con una sonrisa inocente que me hizo sonreír también.

Asentí, emocionado por su creatividad.

—Puede ser —respondí con una sonrisa genuina—. Son libres de imaginar lo que quieran. Es su historia ahora, pueden crear el final que les haga felices.

Las caras de los presentes se relajaron. Algunos seguían pensando en finales alternativos, otros se marchaban en silencio, cada uno con sus propias conclusiones. Sabía que, de alguna manera, todos se llevarían consigo una parte de la historia, aquella que resonaba más fuerte en sus corazones o, quizás, la que más les convenía. Me levanté del banco de madera, dispuesto a recoger mis cosas. Eran pocas, solo lo necesario para sobrevivir. De algún modo, a la gente le gustaba mi historia, y venían un par de veces a la semana a escucharla. Me pagaban por ello, lo cual, debo admitir, era lo bueno de todo esto.

Las cadenas de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora