La corona era lo único que importaba. "No pueden verte débil, eres el futuro rey," repetía un hombre mayor, canoso y recto, con la voz cargada de seriedad, su mirada penetrante reflejaba cómo la juventud le había sido arrebatada aparentando cierto aspecto que no concordaba en su edad. En sus manos, sostenía un libro de una materia que Maximilian debía aprender, cada palabra un ladrillo más en la muralla que lo aislaba de la vida que anhelaba.Los recuerdos se entrelazaban con el presente, mientras recordaba al hombre hablar, el infante de ese entonces, recordaba palabras vacías dándole paso a su imaginación se encontraba en los días en que corría libre por los jardines del castillo, su risa resonando como música en el aire fresco de la mañana, ignorando las sombras de responsabilidad que se cernían sobre él. Ahora, el legado que se le había encomendado pesaba sobre sus hombros, un eco constante que resonaba en su mente.
—Majestad—dijo una joven dama, posicionándose frente a él.
Maximilian levantó la mirada y le ofreció una dulce sonrisa, regresando a la realidad, tratando de ocultar el cansancio que se asomaba en sus ojos mieles. Sus manos se apoyaron en el filo de la cama mientras comenzaba a caminar, fingiendo que no habían estado llamándolo durante cinco minutos. Mientras se movía, el sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando su cabello castaño en desorden, haciéndole justicia a su bello rostro, la joven sirvienta que había entrado minutos atrás, con su voz nerviosa pero decidida, le explicaba qué conjunto usaría para su peinado, en donde en ninguno ocultaba el mechón blanco que lo diferenciaba como miembro de la familia real.
Mas, cada articulaba una palabra su forma de hablar iba en picada, notándose más el nerviosismo, pensando que no había escuchado volvió a la primera página en donde había trazos más didácticos para presentar y se le pudiera entender.—Rosa —llama a la chica e interrumpiendo sus palabras, notando la tensión en su voz—, si estás a cargo de mi vestuario, es por algo; tu trabajo es excelente, no dudes de eso.
La chica se encontraba asombrada por sus palabras, sonaban serenas, pero, fue lo suficiente para calmar la tensión de su cuerpo, decidida y un -gracias su majestad- procedió hacer su trabajo esta vez encargándose a escoger su conjunto.
El gobernador observó su propio reflejo detenidamente, cada fracción de su rostro. A pesar del semblante impecable que mostraba al mundo, sabía que algo no estaba bien. Su piel era pálida, sus hombros caían ligeramente bajo el peso de la corona, y sus ojos, aquellos que alguna vez brillaban con entusiasmo, ahora solo reflejaban cansancio. El brillo juvenil había desaparecido, reemplazado por una opaca mirada de alguien que ya no encontraba placer en lo que hacía.
Sin poder evitarlo, su mente volvió al pasado, a un tiempo en el que aún podía sentir la libertad bajo su control. Desde su décimo cumpleaños, la figura imponente de su yegua negra de pura sangre se había convertido en un símbolo de su anhelo. Era un animal fuerte y ágil, pero su relación había comenzado con dificultades, en donde los primeros meses habían sido complicados; parecía que la yegua le guardaba un rencor que era difícil de ignorar, una especie de distancia que le resultaba familiar. Tal vez era el reflejo de sus propias emociones, la rebelión en ella era un espejo de la suya propia.
Los veterinarios del palacio, al examinarla, especularon que la yegua estaba nerviosa por haber sido separada de su madre días antes de ser entregada. Maximilian aún recordaba con claridad aquel momento. Su padre, el rey anterior, había estado presente, observando la situación con su habitual desaprobación."Por eso les dije que prefería que le dieran un macho" había declarado el rey, su voz resonando con una mezcla de desilusión y severidad.
El eco de esas palabras seguía reverberando en la mente del joven, avivando la chispa de desagrado que sentía hacia su padre, cada vez que pensaba en él, esa sensación crecía, había querido algo más, algo que estuviera fuera del control meticuloso de su progenitor. A pesar de todo, la yegua se había ganado su afecto, su capacidad para saltar con gracia, incluso sin jinete, le había demostrado que había algo especial en ella, algo que no podía ser moldeado ni controlado.
Un día, durante uno de esos momentos de frustración, mientras varios adultos discutían qué hacer con el animal, un joven caballero, con la valentía que solo la juventud puede otorgar, lanzó una sugerencia que descolocó a todos.
"¿Y si la soltamos?" dijo, su voz cargada de atrevimiento, rompiendo el murmullo tenso que envolvía la escena.
Maximilian, con el corazón acelerado, escuchó esas palabras y por un segundo pudo imaginarlo: la yegua corriendo libre por los campos, sin riendas, sin restricciones...La idea fue rápidamente desechada, pero en el corazón del príncipe, la curiosidad se avivó. La sorpresa fue palpable cuando vieron a la yegua entrar al corral trotando, libre de riendas, con un joven cubierto de barro y un pie descalzo, pero, aunque el animal mostraba cierto potencial, el simple nombre era un tanto...decepcionante.
—¡Nube Esponjosa! Sabía que te iban a poner ese horrible listón —exclamó Maximilian, mientras se acercaba a desenredar las trenzas de su cabello, sintiendo la brisa fresca acariciar su rostro.
Habían terminado de vestir al gobernante, trayendo un conjunto parecido al soldado, pero las correas que consistían de unas mangas largas blancas y encima de la cual luce un chaleco de una especie de armadura decorativa en tonos verdes y dorados, misma que hacia juego con su pantalón largo.
—Sigo pensando que la mimas demasiado, considerando que es una corredora que puede dejarte un dolor de trasero —respondió Bladimir, un joven caballero, con una sonrisa burlona mientras se cruzaba de brazos, intentando mantener la compostura.
—Bladimir, deberías dejar de ser guardia, ya sabes, suenas más... a tu padre —mencionó Maximilian, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar el bufido despectivo de su amigo.
—Es mi deber siempre servirlo, su majestad —respondió Bladimir, inclinando ligeramente la cabeza, pero sus ojos mostraban un destello de complicidad.
—Y yo estoy agradecido por tus servicios —concluyó Maximilian, su sonrisa reflejando un aprecio genuino que iluminó el ambiente.
Los jóvenes disfrutaban de un momento de paz, una pausa en la rutina entre sus labores, la risa y el bullicio llenaban el aire, creando una atmósfera de camaradería que resonaba en sus corazones. Mientras los caballeros de bajo miraban desde la distancia, apreciando la interacción genuina, Maximilian y Bladimir compartían un chiste que resonaba entre ellos como una melodía familiar.
El viaje se detuvo cuando llegaron al corazón del bosque, un lugar donde se concentraban los animales, con cada paso de sus caballos, las hojas crujían bajo los cascos, y la fragancia de la tierra húmeda les envolvía. A unos dos kilómetros, podían encontrar un sendero de amapolas que guiaba a una caída de agua, su belleza deslumbrante, siendo un disfrute para el gobernante ya que amaba venir a este lugar, donde la naturaleza se fundía con sus sueños, un templo sagrado que pocos conocían.
—Mi rey, ¿cansado por el viaje? —preguntó Bladimir, su tono burlón apenas ocultando la preocupación en su mirada.
—¡Oh! Vamos, estamos solos. Sabes que puedes llamarme por mi nombre con tranquilidad —respondió el de cabello castaños, mirando hacia el paisaje mientras una leve brisa movía su cabello.
—No me canso de verlo —confesó, su voz un susurro que se mezclaba con el murmullo del bosque.
Otro silencio se mantuvo entre los dos, ambos aún sobre sus caballos, sin quitar la vista del lugar, la belleza les robaba las palabras, los ojos de Maximilian brillaban con anhelos mientras se fijaba en las flores que desafiaban al sol con su color vibrante.
—¿Sigues buscando la libertad entre estas flores, mi rey? —preguntó Bladimir, notando la mirada perdida de su amigo.
—Quizá —respondió Maximilian, observando cómo las amapolas danzaban suavemente al viento—. Pero cada vez es más difícil encontrarla.
La mirada de Bladimir se tornó seria. —Recuerda que los deberes de la corona son ineludibles, no puedes permitirte perderte en los sueños.Para ese momento, sus palabras habían puesto un peso invisible en su pecho, como si un yugo lo mantuviera atado a su destino, sabía que Bladimir tenía razón, pero la frustración crecía en su interior.
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Las cadenas de la corona
FantasíaEn el reino de Serythianos, Maximilian Atheron carga un legado del que no puede escapar: la corona, criado bajo estrictas normas familiares, su vida ha sido una cadena de deber y devoción a su pueblo. Pero, en lo más profundo de su corazón, anhela u...