Capítulo 7: Los recuerdos en la piel

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El sol se deslizaba perezoso en el horizonte, proyectando una luz suave y dorada que bañaba los jardines del castillo. El aire estaba impregnado de la fragancia de las flores, y la tranquilidad del momento hacía que todo pareciera congelado en un instante de paz. Habían regresado tiempo después de su asunto con el pueblo de "los olvidados," y aunque Sylvia había sido la invitada especial, la pequeña aventurera parecía más cómoda fuera del castillo. Disfrutaba de largas caminatas por los alrededores, como si la naturaleza misma le ofreciera el consuelo que necesitaba. Era una atmósfera serena, cálida, casi ajena al bullicio del mundo.

Maximilian, buscando una excusa para escapar de sus deberes por un rato, se había autoinvitado a acompañarla. Caminaban juntos, en silencio, pero era un silencio compartido que no resultaba incómodo. La presencia de Sylvia tenía algo especial, un imán de tranquilidad que lo atraía, aunque no supiera del todo por qué. No llevaban mucho tiempo conociéndose, pero cada momento a su lado parecía abrir una ventana hacia algo más profundo, tanto en ella como en él mismo.

Sylvia, por su parte, caminaba con una sonrisa suave en el rostro, esa que parecía reflejar una paz interior que Maximilian no lograba entender del todo. Su simple andar, relajado y libre de preocupaciones, contrastaba con el peso invisible que él cargaba sobre sus hombros. Quizás eso era lo que más le intrigaba de ella: su capacidad para moverse por el mundo con esa calma que él nunca había podido experimentar.

—He notado que siempre llevas esa camiseta de mangas largas —rompió el silencio Maximilian, su tono ligero pero lleno de curiosidad contenida—. Los dibujos que tienes en ella... son peculiares.

Sylvia bajó la mirada hacia su camiseta, una prenda sencilla pero llena de detalles: pequeños símbolos y figuras, todos bordados con sumo cuidado con un hilo negro. Los dibujos, a simple vista, parecían contar historias, pequeñas narrativas plasmadas en tela que solo Sylvia conocía por completo.

Sylvia bajó la mirada hacia su camiseta, una prenda sencilla pero llena de detalles: pequeños símbolos y figuras, todos bordados con sumo cuidado con un hilo negro, que destacaban los dibujos, como si fueran pequeñas historias tejidas a mano.

—¿Te refieres a esto? —preguntó Sylvia, rozando con suavidad una de las figuras bordadas cerca de su corazón. Su voz sonaba suave, como si estuviera a punto de compartir algo íntimo, algo reservado solo para quienes se atreven a escuchar con el corazón.

Maximilian asintió, intrigado. Había algo casi mágico en esos bordados, como si cada uno guardara un fragmento de su vida que aún no había sido revelado.

—Sí, parece que cada dibujo tiene un significado —dijo él, con genuina curiosidad, acercándose un poco más, no solo en busca de una respuesta, sino de una conexión más profunda.

Sylvia sonrió, y por un instante, su mirada se perdió en la distancia, como si sus pensamientos la llevaran de regreso a tiempos pasados. Sus dedos rozaron uno de los bordados, un pequeño sol atrapado entre nubes oscuras, antes de volver a hablar.

—Cada uno de estos dibujos es un recuerdo, una emoción —explicó, su voz calmada pero cargada de un significado que iba más allá de las palabras—. A veces, las palabras no son suficientes para capturar lo que siento, así que lo plasmo aquí, en esta prenda. Es mi manera de recordar quién soy, lo que he vivido y lo que aún me falta por entender.

Maximilian la observaba con una mezcla de admiración y asombro. Cada palabra suya, cada gesto, le hablaba de una vida rica en experiencias, en sentimientos que no todos se atrevían a mostrar. Era como si ella hubiera bordado su alma en cada hilo. Algo dentro de él comenzaba a despertar, un sentimiento que no lograba entender, pero que lo atraía inevitablemente.

—¿Y este? —preguntó, señalando una pequeña flor rodeada de gotas de agua, su voz suave pero cargada de una nueva intriga—. ¿Qué significa?

Sylvia se detuvo, sus ojos posándose sobre la flor con una mezcla de ternura y melancolía.

—Esa flor... —dijo finalmente, con una sonrisa triste— representa una alegría que tuve una vez, pero que se desvaneció. No era algo grande ni espectacular, pero fue algo que me hizo feliz por un tiempo. Las gotas son... las lágrimas que vinieron después, cuando tuve que dejarlo ir.

Maximilian sintió que algo se tensaba en su pecho al escucharla. La sinceridad en su voz le tocaba de una manera que no podía describir. ¿Cómo podía alguien hablar del dolor con tanta belleza? ¿Cómo encontraba serenidad incluso en los recuerdos más tristes?

—Mi padre murió cuando era apenas una niña —continuó Sylvia, su voz temblando levemente—. Mamá quedó sola con tres hijos a los que cuidar. Al ser la mayor, sentía que papá era mi luz, mi adoración. Pero... nunca pensé que la guerra podría ser tan cruel a mi edad.

Maximilian se quedó en silencio, dejando que sus palabras lo envolvieran. La pérdida, el dolor, todo estaba ahí, pero también la resistencia, la capacidad de seguir adelante. Sylvia parecía ser capaz de llevar tanto la felicidad como el dolor con la misma dignidad, algo que él admiraba profundamente.

—Parece que eres capaz de llevar tanto la felicidad como el dolor con la misma dignidad —comentó Maximilian, con una sonrisa de admiración.

Sylvia lo miró, sorprendida por sus palabras, y dejó escapar una risa suave, ligera como el viento que soplaba entre los árboles.

—La vida es una mezcla de ambas, ¿no crees? —dijo ella—. Si no pudiera aceptar el dolor, no valoraría los momentos de felicidad.

Maximilian seguía observándola, fascinado por la claridad con la que veía el mundo. Sylvia representaba algo que él había olvidado: la vida no era solo deber y responsabilidad. También era aceptar las sombras junto a la luz. Cada día que pasaba con ella, sentía que aprendía algo nuevo, no solo sobre Sylvia, sino sobre sí mismo.

—¿Y este? —preguntó Maximilian, señalando un pequeño pájaro que volaba sobre un horizonte. Sus ojos se encontraron con los de Sylvia, buscando en ellos una respuesta que fuera más allá de las palabras.

Sylvia se quedó en silencio por un momento, sus dedos rozando el pájaro bordado con una delicadeza casi reverente.

—Ese... es un recordatorio de la libertad —dijo en un susurro—. Siempre he creído que la libertad es más que un lugar o una condición. Es algo interno. Es tener la valentía de ser quien realmente eres, sin importar las circunstancias.

—Es una forma hermosa de ver el mundo —respondió Maximilian, sin poder apartar la vista de ella. La cercanía que sentía en ese momento era indescriptible, como si estuviera compartiendo algo más que palabras, algo más profundo.

Sylvia lo miró de nuevo, y por un instante, ambos se quedaron en silencio, contemplando las palabras no dichas. Los recuerdos que ella llevaba bordados en su camiseta parecían conectar con algo dentro de él, algo que aún no podía expresar del todo. Era una conexión que lo hacía sentir vulnerable y pleno a la vez, una interacción que no podía describir con precisión, pero que sabía que era especial.

—A veces, olvidamos que también podemos bordar nuestras propias historias en el tiempo —susurró Sylvia, como si hubiera leído sus pensamientos.

Maximilian sonrió ante esas palabras, sintiendo que, tal vez, por primera vez en mucho tiempo, entendía lo que significaba ser libre.

Se quedaron unos momentos más entre los jardines del castillo, con el sol descendiendo lentamente a su alrededor. Aunque las palabras se desvanecían en el aire, la conexión entre ellos permanecía, silenciosa pero poderosa, como un hilo invisible que tejía una nueva historia. Un lazo que, sin que lo supieran, podría cambiar el destino de ambos. Maximilian, sintiendo una calidez indescriptible, se dio cuenta de que este momento marcaría el inicio de algo más profundo. Pero también sabía, en el fondo de su corazón, que un lazo tan fuerte podría llevar a más de uno a salir herido.

Las cadenas de la coronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora