El aire en el salón privado estaba denso, cargado de una expectación que Bladimir no podía definir. Llegó un punto en su pensamiento en que estuvo a punto de cometer una locura, una de esas que no sabía si algún día llegaría a lamentar. Su cuerpo se movió por instinto, guiado por una fuerza que lo empujaba hacia una verdad que había evitado por tanto tiempo. La conversación que había tenido con Sylvia, en lugar de traerle calma, había desatado una ansiedad que lo consumía.
Al entrar al salón de tiro, ese lugar que durante los últimos 18 años había sido su único refugio, lo encontró como siempre: Maximilian. Su amigo, su rey, le mostró una radiante sonrisa, esa sonrisa que Bladimir había atesorado en secreto, prometiéndose protegerla a toda costa, incluso si eso significaba sacrificarse a sí mismo.
El soldado inclinó la cabeza, todavía manteniendo esa formalidad que sabía que a Maximilian no le gustaba cuando estaban solos.
—Bladimir, estos días te he sentido distante... ¿Acaso alguna chica ha robado tu atención?
—Solo sirvo para cuidarlo —respondió el soldado de cabellos oscuros, su voz carente de la emoción que se revolvía en su pecho.
—Tú y tus formalidades de siempre... —Maximilian sonrió con esa familiar calidez.
Era una conversación común, una que había tenido lugar tantas veces antes, pero esta vez, las palabras no dichas se acumulaban entre ellos, como si cada uno aguardara el momento adecuado para soltar lo que sus corazones callaban. Un suspiro leve rompió el silencio.
—Tengo algo que decirte —dijo Maximilian.
—Debo decirte algo —respondió Bladimir.
Ambos hablaron al mismo tiempo, y una suave sonrisa se formó en sus rostros, como si esa coordinación solo reafirmara lo cercanos que siempre habían sido. Pero la calidez de esa sonrisa no alcanzaba a aliviar el peso de lo que estaba por venir.
—Primero usted —dijo Bladimir, siempre tan fiel a su papel.
—Bladimir, siempre tan modesto con tu rey... —Maximilian tomó uno de los arcos, tomándose su tiempo, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran a cambiarlo todo. Y lo harían. La flecha voló hacia el centro del blanco, un tiro perfecto. Pero Bladimir apenas lo notó. Todo su ser estaba enfocado en lo que Maximilian diría después.
—He tomado la decisión de irme con Sylvia —soltó Maximilian, aún sin mirarlo—. ¿Sabes? Con ella siento que puedo ser yo. Nunca pensé que encontraría ese complemento que me faltaba en la vida. Ella... ha sido mi todo, casi como mi luz.
El corazón de Bladimir se detuvo. No había esperado eso. O tal vez sí, pero nunca había querido enfrentarse a la realidad. La confesión de Maximilian, tan casual, tan llena de seguridad, lo atravesó como una espada. Las palabras que había callado durante años, cada sentimiento que había enterrado en lo más profundo de su ser, empezó a desmoronarse, dejándolo desnudo ante una verdad que no podía evitar.
El silencio entre ellos se volvió espeso, más denso que el aire en la habitación. Maximilian no se giró para mirarlo; su atención seguía fija en el arco que sostenía, como si no comprendiera el peso de lo que acababa de decir.
Bladimir apretó los puños. Quería hablar, quería decirle todo. Pero las palabras se le atoraron en la garganta, como si algo lo estuviera ahogando. ¿Qué podía decir? ¿Que lo que él sentía por Maximilian iba más allá de la lealtad de un soldado? ¿Que en silencio lo había amado todos esos años, en cada batalla, en cada mirada?
Su mirada recorrió cada detalle de Maximilian, como si quisiera grabar en su mente ese momento, esa última imagen de él antes de que todo cambiara para siempre. Había una suavidad en la expresión de Maximilian, una luz que siempre lo había cautivado, esa misma luz que ahora parecía reservada solo para Sylvia. Sylvia, la que lo había completado, la que ahora era su todo.
Bladimir inhaló profundamente, pero el nudo en su pecho no desapareció. Sabía que no podía decir nada. No después de eso. Era demasiado tarde, si es que alguna vez había habido una oportunidad para él.
Maximilian soltó el arco y lo colocó con cuidado sobre la mesa. Finalmente, se giró hacia Bladimir, y por un breve instante, sus ojos se encontraron. Fue solo un segundo, pero fue suficiente para que ambos supieran que algo no dicho colgaba en el aire entre ellos. Algo que nunca se atreverían a pronunciar.
—Me alegra que me entiendas, Bladimir —dijo Maximilian, con una sonrisa radiante, esa sonrisa que Bladimir siempre había guardado en su corazón como un tesoro secreto—. Sylvia me ha dado algo que nunca pensé que tendría.
Bladimir asintió lentamente, su rostro permaneció inmutable, pero por dentro sentía que algo se rompía. No dijo nada. No podía. Solo inclinó levemente la cabeza, como lo había hecho tantas veces antes, como lo haría por última vez.
—Cuídate —fue todo lo que Maximilian dijo antes de girarse nuevamente, su atención ya puesta en otro futuro, uno que no incluía a Bladimir.
Bladimir dio media vuelta y salió del salón en silencio, dejando atrás no solo el eco de las palabras de Maximilian, sino también el peso de todo lo que nunca se atrevió a confesar.
El viento frío de la noche lo envolvió al cruzar los jardines, y sus pasos resonaron en la quietud de la madrugada. Con cada paso, sentía el vacío crecer dentro de él, pero no se detuvo. No había más que decir, no había más que hacer. Sylvia había ganado el corazón de Maximilian, y él, Bladimir, se quedaría como siempre había estado: en silencio.
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Las cadenas de la corona
FantasyEn el reino de Serythianos, Maximilian Atheron carga un legado del que no puede escapar: la corona, criado bajo estrictas normas familiares, su vida ha sido una cadena de deber y devoción a su pueblo. Pero, en lo más profundo de su corazón, anhela u...