❛5. Con amor, Percy❜

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❝28 de septiembre de 20099:32 amCampamento Mestizo, Long Island, Nueva York❞

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❝28 de septiembre de 2009
9:32 am
Campamento Mestizo,
Long Island, Nueva York

Percy avanzaba por los terrenos del campamento con pasos lentos y pesados hacia el establo, como si cada paso lo acercara a un destino inevitable, una condena autoimpuesta que se sentía como caminar al borde del abismo. La mochila colgaba de su hombro, demasiado ligera para el peso que sentía en su pecho. Su mente estaba envuelta en un torbellino, atrapada en una encrucijada de decisiones imposibles. Había enfrentado criaturas míticas que podían aplastar montañas con un solo golpe, había visto a titanes enfurecidos reducir ciudades a cenizas, pero nada de eso se comparaba con la sensación de desmoronarse desde dentro que lo consumía ahora. El miedo era un animal rabioso en su pecho, y por más que intentaba calmarse, no podía. Esta vez no se trataba de salvar el mundo, ni de derrotar a algún titán o gigante, sino de salvar a su propia familia, sus hijos... Sus hijos. El pensamiento lo golpeaba una y otra vez, como una ola incesante.

Cuando llegó al establo, asomó la cabeza por la puerta de madera y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, aunque no alcanzó sus ojos. Los caballos relinchaban suavemente entre ellos, ajenos al caos que se arremolinaba en su mente. Se movieron al notar su presencia, acercándose con trotes ligeros, felices de verlo. Los animales siempre lo entendían mejor que los humanos, no pedían explicaciones, no exigían respuestas ni soluciones. Percy se inclinó un poco para acariciar los hocicos que se rozaban contra su cabello.

– Hola, chicos –murmuró, dejando que su mano acariciara el cuello de uno de los caballos–. ¿Cómo han estado? ¿Les han dado suficientes zanahorias?

Lo que lo recibe son varios murmullos bajos y rápidos de los caballos. Aunque Percy no entiende absolutamente nada de lo que dicen, sus palabras se mezclan en un murmullo casi ansioso, como si todos intentaran comunicar algo importante a la vez. Pero él solo asiente, fingiendo que escucha, emitiendo pequeños sonidos de acuerdo. No quería que lo notaran más inquieto de lo que ya estaba. Percy sacudió la cabeza, recordándose a sí mismo que no tenía tiempo para divagar. Sus dedos temblaban al acariciar a los animales, consciente de que cada segundo que pasaba lo acercaba más al inevitable momento de la despedida. Miró alrededor, buscando a Blackjack. No podía irse sin verlo, no sin despedirse.

Y justo en ese instante, como si el universo conspirara para ofrecerle un último momento de consuelo, una voz familiar resonó por el establo.

– ¡Permiso, permiso! –La voz resonaba clara y con una autoridad impaciente. Percy no pudo evitar sonreír, aunque el gesto apenas rozaba la tristeza que comenzaba a acumularse en su pecho. Blackjack, su inseparable pegaso, empujaba a los demás caballos fuera de su camino, como si el lugar le perteneciera–. ¡Apártense, Skittles! –resopló con una ligera burla dirigida a una yegua que se apartaba de mala gana–. ¡Él no vino a verte a ti!

Percy soltó una pequeña risa alegre al ver cómo su fiel compañero, un pegaso negro tan grande como impulsivo, se abría paso a tropezones hacia él. Blackjack trotó con una alegría tan genuina que a Percy casi se le partió el corazón. El pegaso soltó un relincho agudo, y en un gesto de afecto extendió una de sus alas para abrazar a Percy, como siempre hacía, rodeándolo en una calidez que contrastaba con el frío que sentía por dentro.

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⏰ Última actualización: Oct 20 ⏰

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