Raymond
Los días de verano parecen casi infinitos. Pasan tan lentamente cuando no hay nada planeado, ni amigos que te saquen de la rutina. Mis amigos en Ámsterdam me escriben de vez en cuando. Las conversaciones por texto se quedan inconclusas. Siempre hay algo que tienen que atender o un lugar al que tienen que ir. Cuando es de día aquí ellos están de fiesta y si no es así, entonces están recuperándose de una resaca.
Estoy completamente en calma. Veo alrededor, la fuente de la piscina, como el agua fluye creando ese sonido nítido, veo como la luz dorada del sol se filtra a través de las hojas de los árboles rodeando el área, pájaros aterrizan en el suelo piando entre sí. Es una realidad completamente nueva. Estoy en bermudas y lentes de sol, recostado en uno de los camastros. Mi piel está lentamente tomando color y el aspecto de mi ojo a mejorado bastante, el color amarillo del hematoma casi se a desvanecido por completo. Estoy asombrado del silencio perpetuo. Mi madre realmente construyó un pequeño paraíso para ella y su familia.
La vida que recuerdo con ella antes del divorcio era muy diferente a todo esto. Nosotros vivimos en una casa adosada en el Upper West Side. A mi papá le gustaba ese vecindario porque la arquitectura y el ambiente general le recordaban a la ciudad en la que creció en Los Países Bajos.
Crecer en Manhattan cuando eres un niño pequeño es agitado, obviamente, si naces neoyorquino estás hecho para eso, tienes que. Recuerdo los paseos que hacía con mi madre hasta la escuela durante los días calurosos, los viajes en metro. A veces, ella me llevaba a reuniones y audiciones con ella, en aquellos tiempos, cuando eso todavía era lo que se utilizaba. Siempre había algo que hacer. Mi padre estaba en la cima de su carrera, publicaba best-sellers y hacía giras literarias. Cuando papá trabajaba lejos de casa era lo mejor que me podía pasar. Mi madre me compraba toda la comida chatarra que yo quería, cosas que él no me permitía comer, veíamos películas de terror juntos y me dejaba dormir en su habitación.
Mi padre era decente en aquel entonces, era bueno conmigo, era solo estricto, pero en última instancia tenía en mente lo mejor para mí. Lo que recuerdo de él en ese momento es cómo cambiaba el ambiente cuando estaba en la casa. Era mucho mayor que mi madre y tenía la ventaja en muchas situaciones.
Manejaba meticulosamente cómo se vestía mi madre, qué leía, cómo hablaba en las cenas con amigos. No era muy obvio, pero definitivamente estaba sucediendo. Él hacía comentarios calculados sobre cualquier cosa que lo molestara para introducir inseguridades en ella. Yo era solo un niño, pero podía comprender que ella se sentía mal cuando él no aprobaba sus proyectos o sus decisiones de vida en general. Ahora veo que tanto mi madre como yo lo teníamos en un pedestal, él era nuestro dios. Ella lo admiraba como artista. Se enamoró de una versión idealizada, del hombre que escribió su novela favorita, del hombre que ganó el premio de literatura, del escritor incomprendido. Yo lo miraba como mi papá, él era lo mejor para mí. Me enseñó a leer desde muy temprana edad. A los tres años ya leía libros de cuentos por mi cuenta. Siempre me hacía hacer algo así. A los cinco años me dio un diario y trató de que adquiriera el hábito de escribir. Todo lo que yo quería era complacerlo y hacerlo sentir orgulloso, así que intenté ser todo lo que él esperaba de mí.
Nuestra casa estaba repleta de sus libros y papeles, esparcidos por todas partes. Parecía la cueva de un profesor universitario pretencioso de mediana edad. A mi padre le disgustaban la mayoría de las reformas que mamá hizo en el lugar, como pintar los gabinetes de madera marrón oscuro de la cocina de color verde oliva o cubrir las paredes con papel tapiz a rayas. Recuerdo mucho de ese lugar, aunque parece que fue hace una vida.
Ese niño no tenía idea de cómo iban a cambiar las cosas. Una relación ilícita, mi madre engañando a mi padre con su jefe, un hombre que había estado en nuestras cenas familiares varias veces antes. El divorcio, mi madre casándose con el hombre con el que llevó a cabo la relación extramarital. Mudarme de país, de continente. Mi padre recurriendo a los peores mecanismos de afrontamiento, las drogas, el alcohol, la violencia. Ese niño no lo creería.
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Entre Días
RomanceRaymond llega un verano a la casa de su madre sin previo aviso. Dejando a su padre, a sus amigos y su vida en la ciudad de Ámsterdam atrás, todo para terminar en medio de Greenwich Connecticut. Un lugar donde no hay nada que signifique mucho para el...