Parte 1
RaymondEl taxista charla consigo mismo todo el camino. Puedo decir que conozco la historia de su vida. Desde que llegó a Estados Unidos hace treinta años, hasta hace unos días cuando su perro falleció después de coger un virus en el parque. El hombre de unos sesenta y tantos años se llama Carmelo. Intenta hacer contacto visual a través del espejo retrovisor continuamente mientras me cuenta una anécdota. Después de un tiempo busco las gafas de sol oscuras que llevo en la mochila y me las pongo con la intención de disminuir los encuentros. El hombre capta el mensaje y deja de buscar mi mirada. He pasado el día pasando de aviones a trenes y taxis. Tenía la intención de dormir un poco en el camino pero no. Mis párpados se cierran involuntariamente detrás de las gafas de sol y mi cabeza se siente tan pesada que cae hacia un lado pero al final no me quedo dormido. La inquietud es tan intensa que ahuyenta la somnolencia.
Nadie sabe exactamente dónde estoy, eso fue lo que me hizo sentir valiente al venir aquí en un principio pero ahora que estoy a minutos de mi destino ya no me siento de tal manera. Apoyo la frente contra el cristal de la ventana, esto ayuda a despertarme momentáneamente. No hay mucho que hacer, mi teléfono está apagado porque había estado zumbando en el bolsillo de mi chaqueta casi incesantemente en mi camino aqui. La acumulación de mensajes no leídos y llamadas perdidas de mis padres es obscena, no creo haber recibido tantas llamadas de ninguno de ambos antes. El único entretenimiento ahora es la música que suena en un idioma extranjero y la vista suburbana que está por delante.
A medida que el conductor se adentra en el vecindario, algunas casas me empiezan a resultar familiares. Éste no es un vecindario americano cualquiera, el conductor lo nota rápidamente. Mira a su alrededor con curiosidad y empieza a hacer comentarios sobre lo caro que debe ser vivir en una zona como ésta. Hace insinuaciones incómodas y preguntas sobre los precios de las hipotecas.
—Me bajo aquí,— le aviso.
—Pero estamos a calles para llegar a su destino,— protesta apuntando al GPS.
—Está bien, no importa, aparque aquí, le pagaré el monto fijo— señalo un costado de la calle con paciencia y él sigue mis instrucciones a pesar de estar desconcertado.
Salgo del taxi, me paro frente a la ventana del conductor y él saca una terminal con la que hago el pago, después pone el vehículo en marcha, da una vuelta en u y se va.
Observó desde la acera el patio delantero de una casa genérica de dos pisos con revestimiento blanco. El olor musgoso de fertilizantes y césped recién cortado es penetrante, típico de una calle suburbana como Greenwich. Aquí todas las casas son grandes, la mayoría mansiones, todas situadas en su propia franja de terreno que recorre al menos un acre. Excesivo como todo lo Americano. La acera está bordeada de árboles, podados de manera que lucen cómo gemelos, ofreciendo sombra. Es un enclave tranquilo para gente adinerada, cansada del bullicio de la vida en la ciudad.
No he figurado en la vida cotidiana de mi madre en mucho tiempo. La última vez que vivimos juntos fue cuando ella y mi padre todavía estaban casados. Ahora no solo es ella, ha creado un hogar con Eliot del que yo no quise ser parte cuando hubo oportunidad. Pasé un verano aquí hace unos años, esa fue la última vez que estuve de visita pero vivir con ella y su familia es algo completamente distinto. No estoy seguro de querer hacerlo pero he llegado y no creo tener opción.
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que viví con mi madre, tanto tiempo que la última vez fue cuando ella y papá todavía estaban juntos. No es como si simplemente me estuviera mudando con ella, ahora son su marido, la hija de Eliot y sus nuevas costumbres. La idea de tener que adaptarme a nuevas dinámicas y a nuevas reglas me hace querer encontrar un puente para vivir. Todo este tiempo solo hemos sido papá y yo. Me enfurece que la convivencia con él se puso tan mal que terminé aquí, dejando lo que me tomó bastante tiempo construir en Ámsterdam, mis amigos, mi escuela, nuestro piso. En mi frustración no me detuve a considerar todo lo que implica vivir con una madre que ahora apenas conozco.

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Entre Días
RomantizmRaymond llega un verano a la casa de su madre sin previo aviso. Dejando a su padre, a sus amigos y su vida en la ciudad de Ámsterdam atrás, todo para terminar en medio de Greenwich Connecticut. Un lugar donde no hay nada que signifique mucho para el...