Raymond
Me siento como cuando era pequeño y cinco minutos de aburrimiento se sentían como horas. Cada día despierto y sigo la misma rutina frígida, todo con la única intención de no perder la cabeza
Entro en la biblioteca, en búsqueda del gato.
Bali, está sentada en la silla de lectura junto a la ventana oeste, ojeando una revista. Swan está durmiendo en su regazo, acurrucado. No me escucha al entrar y pienso en salir de la habitación, pero el perro ladra y la sobresalta.
Cierra la revista y hace un chasquido para que el perro se detenga. Siente mi presencia y sus ojos se encuentran con los míos. Es demasiado tarde para darse la vuelta e irse, si lo hago pensará que la estoy evitando y no es el caso.
Hay una incomodidad entre nosotros. No estoy seguro de dónde proviene. Nunca hemos tenido ningún problema pero tampoco ningún tipo de conexión. De niño sentía este increíble resentimiento por ella pero nunca fue personal. Su padre era el problema entonces, era él a quien realmente no podía tolerar. Al final todo lo que tuviera que ver con él automáticamente se convertía en algo que yo no quería cerca de mi. Por un tiempo mi madre estuvo implicada y fue entonces que decidí vivir con mi padre. Creo que nunca tuvimos oportunidad de entablar una conversación decente, todo siempre ha sido muy cordial y distante entre nosotros.
—Hola—, dice apartando la mirada y abriendo la revista nuevamente.
—Hola—, le respondo y me adentro en la habitación.
Al pasar acaricio el lomo del perro. El vuelve a recostar la cabeza sobre la alfombra.
Tomo mi lugar en el sofá frente a la chimenea y abro la copia de Noches Blancas que dejé en la mesa auxiliar.
Escucho las páginas pasar a mis espaldas y me doy cuenta de que no puedo entender lo que estoy leyendo. Las palabras no tienen sentido, estoy demasiado distraído por lo que sucede detrás de mí. Escucho los ronquidos del perro y el papel crujiente de la revista. Cierro mi propio libro y lo hago a un lado en el sofá. Miro distraídamente la oscura cámara de combustión de la chimenea.
Sólo quiero darme la vuelta, decir algo o ir a otra parte.
Me levanto y me dirijo hacia la puerta.
—Raymond, espera—.
La miro por encima del hombro
—¿Sí?—
—Yo me voy, tú quédate—.
Ella se levanta y camina hacia donde estoy decidida a irse.
—¿Qué?— digo desconcertado
—Claramente estas incómodo en mi presencia ella— dice —Esta es tu casa también, no quiero incomodarte.—
—Oye no, no es el caso, de verdad quédate tranquila ¿Qué te hace creer eso?—
Ella me mira fijamente, pensando en silencio.
Se encoge de hombros.
—Es muy obvio, simplemente te vas cuando estoy en la misma habitación que tú. Lo entiendo, es difícil adaptarse a personas que apenas conoces. Si te hace sentir mejor, tampoco estoy segura si me gusta tu presencia—.
La miro fijamente sin saber qué decir.
—Oye, lamento haberte hecho sentir así—.
—No, no tienes que, es comprensible pero si me incomoda que no me des una oportunidad—.
Ella da un paso adelante y espera que me aparte del camino.
—Lo siento de verdad, he sido un idiota—.

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Entre Días
RomanceRaymond llega un verano a la casa de su madre sin previo aviso. Dejando a su padre, a sus amigos y su vida en la ciudad de Ámsterdam atrás, todo para terminar en medio de Greenwich Connecticut. Un lugar donde no hay nada que signifique mucho para el...