puro 🔥

271 37 8
                                    

Era una noche fría y silenciosa en la ciudad. Lucero, exhausta por una jornada larga, decidió darse una ducha antes de acostarse. Mientras el agua caliente recorría su piel, su mente se llenaba de recuerdos, pensamientos que había intentado evitar durante semanas, pero que la perseguían con insistencia. Su exmarido, aquel hombre que la conocía como nadie más. Habían sido años intensos, llenos de amor, de pasión desmedida, y aunque su matrimonio había terminado hacía ya más de una década, en los últimos años, sus caminos se habían vuelto a cruzar de manera inesperada.

Los encuentros que habían tenido habían sido casi tan ardientes como en el pasado, pero luego todo se había desvanecido nuevamente. Los miedos y las inseguridades de Lucero habían vuelto a interferir, como sombras que empañaban la posibilidad de un nuevo comienzo. Pero, a pesar de todo, cada vez que pensaba en él, su corazón latía más fuerte. En las noches solitarias, recordaba cómo Manuel la volvía loca, cómo la hacía sentir viva, llena de placer.
Después de la ducha, Lucero se envolvió en una suave toalla y se dejó caer sobre la cama. Cerró los ojos. Por su mente pasaban los recuerdos, los momentos más intensos con Manuel. Se retorcía entre las sábanas, tratando de encontrar una posición cómoda, pero su cuerpo reaccionaba de otra manera, como si sus pensamientos le jugaran una mala pasada.
Mientras se removía inquieta bajo las sábanas, las imágenes de esas noches de pasión se arremolinaban en su mente. Manuel, con sus manos firmes, su mirada que parecía devorarla. La forma en que la poseía. Cómo la hacía suya sin pedir permiso, como si tuviera el derecho absoluto sobre su cuerpo. Eso era lo que la volvía loca. Sabía que debería alejarse, pero su cuerpo traicionaba cualquier lógica.
Las imágenes de Manuel se volvieron más vívidas. Recordó sus caricias, susurros, y cómo él siempre sabía exactamente cómo hacerla sentir deseada. Su cuerpo comenzó a reaccionar ante esos pensamientos. Inconscientemente, sus dedos comenzaron a deslizarse sobre su piel. Recordaba cada detalle de cómo él la tocaba, sus manos recorriendo cada rincón, sin darle tregua, como si supiera exactamente lo que necesitaba antes de que ella lo pidiera. Su respiración comenzó a acelerarse, el calor se concentraba en su vientre. Mientras su mano seguía su propio ritmo, su mente viajaba hacia aquellas noches en las que Manuel no le daba escape.

De pronto, un ruido suave la sacó de su trance. Abrió los ojos de golpe, con el corazón latiéndole en los oídos. Y ahí estaba él. Manuel. De pie junto a la puerta de su habitación, observándola en silencio, sus ojos cargados de un deseo oscuro, intenso, casi peligroso.

-Qué estás haciendo, Lucero? su voz era grave, profunda, cargada de una autoridad que siempre la había hecho temblar. Su cuerpo reaccionó instintivamente al oírlo, como si aquella voz pudiera dominarla sin esfuerzo.

Lucero intentó incorporarse, pero el calor que aún recorría su cuerpo la mantenía pegada a la cama. Se sentía atrapada entre la vergüenza y el deseo. Sabía que debería decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no salían. Manuel dio un paso adelante, y luego otro, sin apartar la mirada de ella.

M: Te he estado observando, Lucero. Siempre lo hago (sus palabras eran duras, posesivas) Creías que podías tocarte así pensando en mí y que yo no lo sabría?

El tono con el que lo decía la encendía aún más. Había algo en su voz, en la forma en que él la reclamaba, que la hacía perder cualquier resquicio de control. Manuel llegó al borde de la cama y la miró desde arriba, su expresión era una mezcla de ira y lujuria.

M: Eres mía (dijo con firmeza, inclinándose hacia ella) Siempre lo has sido, Lucerito. No importa cuántas veces intentes alejarte. Cada vez que cierras los ojos, piensas en mí. Y ahora...

Manuel no terminó la frase. En lugar de eso, su mano se deslizó rápidamente por debajo de las sábanas, encontrando la mano de Lucero que aún estaba posada en su propio cuerpo. Él la detuvo, apretándola con fuerza. La intensidad en su mirada la derretía, la forma en que él la observaba no dejaba dudas: estaba allí para reclamar lo que siempre había sido suyo.

LyM |shortsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora