14-Invicto

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—Iremos cuesta arriba, súbete bien la capucha y mantente en silencio —exigió Joseph provocando que Luna obedeciera

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—Iremos cuesta arriba, súbete bien la capucha y mantente en silencio —exigió Joseph provocando que Luna obedeciera.

Apresurados los pasos por el musgo terso de los caminos del bosque, las dos presencias con gruesas túnicas se desdibujaban en la inmensidad sideral del paisaje nocturno. Las expresiones que alguna vez fueron fuertes, parecían haberse amoldado a la oscuridad de un corazón desvanecido. Como un eco en medio de la espesura exuberante, contempló los detalles paisajísticos de la boscosa naturaleza de sus orígenes, sin más reacción que suspiros de nostálgica ansiedad.

Dejando un rastro de duda sobre el dictamen, se preguntaba sobre la calidad del plan entre manos de su abuelo y si sería lo suficientemente propicio para salvar al reino. El sendero lleno de jaspes brillosos y enredadas cortezas lumínicas los llevó hasta una elevación terrosa donde el sonido de las hojas susurrantes se remplazaba por un silencio bendito.

—Ya casi llegamos —vocalizó por primera vez.

—Está bien, abuelo...

—Shh, no te me dirijas así, nadie puede saber aún que... —musitó precavido—. Hay que ser discretos.

—¿Cómo? Pero la Justicia me convocó...

—Ella sabe por sabia... —aceleró sus palabras.

—Ah... ¿Por eso nos pusimos estas vestiduras?

—Sí, sí. El bosque no es del todo seguro, puede haber oídos en todas partes —le comunicó lo más bajo que pudo.

—¿Rebeldes?

—Rebeldes y criaturas impredecibles aliadas de... ya sabes quién —sobreentendió furtivo.

—¿Entonces, por qué quisiste que mis amigos vinieran por el bosque? —indagó astutamente.

—Shh —la calló—. Tu hermano, el Major, creó una bruma soñolienta para asegurar el camino.

—Ah, claro, porque él... —se contuvo—. Buena idea... Con eso todos los caminos podrían ser seguros.

—¡Habla más bajo! —alarmó la desobediencia—. No puede hacerlo siempre, no es bueno para nuestro hábitat.

—Sí... —pensó Luna—. Después de esto, ¿me vas a contar sobre el plan?

—Shh, ¡silencio! —se preocupó.

—¿Por qué trajiste a mis amigos? ¿Es por las reliquias que les dí? —no pudo detenerse a sondear algún dato que le calmara el aplanamiento de su alma—. ¿Qué voy a hacer hasta mi mayoría de edad?

—¡Shh, shhh, por clemencia, no hables! ¡No menciones eso fuera de las paredes del castillo, es muy peligroso! ¡¿No entiendes, hija?! —le gritó descolocado con una voz siseada.

—Perdón, perdón...

Joe se arrepintió al instante de su reto, entendió su natural curiosidad.

Cylareos - Los elegidos de SeráficaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora