Capítulo Cinco

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El lujoso interior del castillo ocultaba bien la tecnología puntera que albergaba. A primera vista uno no veía las modernas comodidades, sino solo el suntuoso mobiliario y otros elementos como alfombras, paneles de madera, cuadros de paisajes al óleo con marcos dorados...

Pero cuando entraron en el dormitorio que iba a compartir con su pequeña, que estaba junto al de Ohm, Fluke se fijó en los modernos enchufes y puertos USB colocados discretamente en distintos puntos.

Además, Ohm le mostró un mando a distancia que controlaba la calefacción y los estores opacos automáticos de las ventanas, y lo que parecía un cuadro sobre la chimenea era en realidad un televisor de pantalla plana.

Podría decirse que disponían de todas las comodidades imaginables, pero el problema era que el castillo no estaba pensado para niños. No había ninguna cama ni una silla adaptada a su edad, y las chimeneas sin pantalla protectora y las escaleras de piedra suponían un peligro evidente.

Sin embargo, antes de que pudiera comunicarle su preocupación a Ohm, se encontró con que él ya se había percatado del problema.

–No tenía previsto que se alojara aquí ningún niño, pero, aunque es imposible reformar todo el castillo para evitar posibles accidentes, me aseguraré de que se hagan esas reformas en varias salas, o en una planta entera, para que pueda disponer de espacio para jugar y moverse a sus anchas sin que tengamos que preocuparnos.

Y dicho eso lo dejó a solas con Jax para que descansaran y se pusieran cómodos. Fluke se dio un baño con la pequeña, tomaron el refrigerio que Ohm había pedido al servicio que les llevaran a la habitación y se echaron una siesta. Sin embargo, cuando Jax lo despertó, diciéndole que quería levantarse y jugar, Fluke habría querido seguir durmiendo.

Necesitaba dormir; estaba destrozado por el jet lag. Jax, en cambio, parecía estar haciéndose mucho mejor al cambio de horario, y le permitió que se entretuviera llevando unos almohadones de seda plateados al enorme y vacío vestidor.

Fluke se preparó un café con la máquina de cápsulas que había en un rincón, y se sentó junto a la ventana para tomárselo mientras intentaba poner en orden sus pensamientos. Sin embargo, justo en ese momento llamaron a la puerta, y cuando fue a abrir se encontró con una joven que llevaba colgado del hombro una gran bolsa de tela con cremallera.

–Hola, soy Orla –se presentó, con un firme apretón de manos y una sonrisa–. Llevó cinco años trabajando como niñera, pero no me limito solo a cuidar niños; también soy maestra, y estoy especializada en métodos de enseñanza en la primera infancia –le soltó de corrido–. Bueno, ¿y dónde está mi niña? Estoy deseando conocerla.

Fluke frunció el ceño al verla entrar en la habitación sin que él le hubiera dado permiso siquiera.

–Me temo que debe haber habido un error –murmuró incómodo–. Yo no he contratado a ninguna niñera.

–No, pero su marido...

–¿Mi marido?

–Bueno, el señor Thitiwat...

–No estamos casados.

–Bien, pues su prometido, entonces...

–Tampoco estamos prometidos.

La joven no se sonrojó, ni parpadeó, ni tartamudeó al contestar: –Pues el padre de su hija.

Fluke se mordió la lengua. Para eso no tenía respuesta.

–El caso es que ha sido él quien me ha contratado –continuó Orla en el mismo tono calmado. Llevaba el cabello castaño recogido en una coleta y, aunque parecía entre cinco y diez años menor que él, lo estaba haciendo sentirse como un niño difícil.

Riesgo y pasión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora