Capitulo Once

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El vuelo a Londres fue corto; solo una hora y cuarto. Ohm había dejado marchar a Fluke con Jax, enviándoles en su avión privado a primera hora de la mañana. Pero no les había enviado solos; había hecho que Orla los acompañara y hasta le había tramitado un pasaporte a Jax. No tenía ni idea de cómo podía haberlo conseguido, aunque habiendo trabajado para distintos gobiernos probablemente disponía de buenos contactos.

Fluke bajó la vista hacia su hija, a la que Orla, que estaba sentada frente a él, tenía en su regazo, y luego, al posar sus ojos en la niñera, un pensamiento extraño cruzó por su mente. Por algún motivo de pronto no le parecía una simple niñera, sino...

Cuando frunció el ceño, Orla debió darse cuenta porque le preguntó: –¿Está bien, joven Natouch?

Aunque le dolía la cabeza y estaba preocupado por Bronson, Fluke asintió, pero, tras vacilar un instante, inquirió:
–Orla, ¿de verdad eres niñera?

–Pues claro. Me preparé en una escuela especial y llevo trabajando varios años como niñera –le respondió–. ¿Por qué lo pregunta?

–Porque me recuerdas un poco a Joe.

Orla enarcó las cejas.

–Joe era mi ayudante en Los Ángeles –añadió Fluke–. O eso creía yo, porque luego resultó ser un exmiembro de un cuerpo de élite militar que trabaja para Ohm en su agencia, Dunamas. Me estaba preguntando si no trabajarás tú también para Dunamas.

Orla se quedó mirándolo pero no dijo nada.

–Porque no me imagino a Ohm dejando que Jax y yo abandonemos Irlanda sin contar con protección de algún tipo –añadió Fluke–. Y por eso estaba pensando si no serás... guardaespaldas.

Orla sonrió divertida.

–Conoce bien al señor Argyros.

A Ohm el castillo le parecía vacío sin Fluke y Jax. De hecho, él mismo se sentía vacío sin ellos allí. Solo hacía cuatro horas que se habían ido y ya les echaba de menos. Se paseó por su estudio, fue a la biblioteca y recorrió todo el castillo antes de acabar saliendo a dar una vuelta por los jardines, ignorando la ligera llovizna que estaba cayendo.
No debería haberlos dejado marchar.

Se sentía como si su corazón se hubiera ido con ellos, y era extraño, porque él no tenía corazón. Era peor que el Hombre de Hojalata, como había dicho Fluke.

No, no era verdad. Sí que tenía corazón, y le importaba, pero no sabía qué podría decirle para que le creyese. No sabía expresarse bien. Además, las palabras se las llevaba el viento. Él era un hombre de acción, y si quería demostrarle a Fluke lo mucho que le importaba, sería con hechos, y no con palabras.

Cuando llegaron a Londres estaba esperándolos un coche. Estaba lloviendo y había bastante tráfico. De repente Fluke se sentía nervioso. Se inclinó para besar en la cabeza a Jax, a la que llevaba sentada en su regazo y trató de calmarse. Bronson tenía que ponerse bien, se dijo; era el hombre más bueno y recto que conocía. Se había pasado los tres últimos años trabajando sin descanso para reparar el daño que había hecho su padre, intentando devolver a todos los inversores el dinero que les había robado.

Giró la cabeza hacia Orla, que iba sentada a su lado.

–Tengo miedo –le confesó.

–Ya verá como su hermano mejorará, ahora que lo va a tener a su lado – le aseguró Orla, con expresión compasiva.

Fluke asintió, suspiró y se obligó a esbozar una sonrisa.

–¿Qué haréis Jax y tú mientras estoy con él? –le preguntó–. ¿Os iréis directamente al hotel o...?

Riesgo y pasión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora