Un rostro familiar

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Mateo, un joven de 17 años con una mirada pensativa y ojos castaños profundos, caminaba hacia el colegio privado "San Juan" con su mochila negra y desgastada sujeta en una mano, mientras que la otra mano estaba metida en el bolsillo de sus jeans azules desgastados en las rodillas. Llevaba una camiseta deportiva blanca ajustada que resaltaba su figura atlética y tonificada, y su cabello castaño claro estaba despeinado, con algunas mechas rebeldes que caían sobre su frente. Sus zapatillas deportivas blancas y negras hacían un suave ruido al caminar sobre el pavimento. En sus oídos, los auriculares negros y brillantes emitían un suave sonido de música electrónica, que parecía acompañar su ritmo de caminata.

Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y distracción, como si estuviera absorto en sus pensamientos y no se diera cuenta del mundo que lo rodeaba. La luz del sol matutino iluminaba su figura, proyectando sombras sobre su rostro y realzando la seriedad de su expresión.

Los problemas familiares pesaban en la mente de Mateo como una carga invisible. Su padre, un hombre estricto y autoritario, siempre lo comparaba desfavorablemente con su hermano mayor, Alejandro, que estaba en la universidad estudiando medicina. Cada conversación con su padre se convertía en una oportunidad para recordarle sus defectos y fracasos.

'¿Por qué no puedes ser como tu hermano?', le decía su padre. 'Él sí que es un verdadero éxito. Tú solo eres un problema más que resolver'.

La constante crítica y desaprobación de su padre habían creado una brecha entre ellos. Mateo se sentía como si nunca fuera lo suficientemente bueno, como si nunca pudiera alcanzar las expectativas de su padre. La música electrónica que escuchaba en sus auriculares no lograba distraerlo completamente de sus pensamientos.

Mientras caminaba hacia el colegio privado 'San Juan', Mateo no podía sacudirse la sensación de inadecuación que lo acompañaba desde hace tiempo. Se preguntaba si alguna vez podría demostrarle a su padre que valía la pena, que era capaz de lograr grandes cosas.

Mateo se sentía solo y abandonado, como si nadie entendiera lo que estaba pasando por su mente. Su hermano Alejandro estaba lejos, estudiando y viviendo su propia vida, y no parecía darse cuenta de la lucha que Mateo enfrentaba cada día.

La entrada del colegio apareció ante él, y Mateo se dio cuenta de que debía dejar de lado sus preocupaciones y enfrentar el día. Pero sabía que los problemas familiares seguirían pesando en su mente, como una sombra constante que lo acompañaría hasta que encontrara una solución.

Mateo empujó la puerta del salón de clases y entró con un suspiro silencioso. El aula estaba llena de estudiantes charlando y riendo, pero él se sintió inmediatamente fuera de lugar. No tenía amigos en esa clase, ni en ninguna otra. Siempre había sido el chico solitario, el que se sentaba solo en la última fila y no participaba en las conversaciones.

Se dirigió a su asiento habitual, en la esquina derecha del fondo, y se dejó caer en la silla con un movimiento mecánico. Su mirada se perdió en el vacío, mientras su mente seguía rumiando los problemas familiares que lo habían estado atormentando.

La profesora de literatura, la señorita Gómez, entró en el aula con una sonrisa cálida y una pila de libros en sus brazos. Era una mujer alta y delgada, con el cabello castaño y los ojos brillantes.

---Buenos días, clase---, dijo la señorita Gómez, mientras comenzaba a escribir en la pizarra. 'Hoy vamos a discutir el tema de la identidad en la literatura. ¿Alguien puede decirme qué entiende por identidad?'

La clase se llenó de murmullos y risas, mientras los estudiantes se miraban entre sí y comenzaban a discutir. Mateo se mantuvo callado, como siempre. No tenía nada que decir, ni nadie con quien compartir sus pensamientos.

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