Chapter 13

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El eco del portazo aún resonaba en el pasillo cuando me dejé caer en el sofá de Choi. El apartamento, con su minimalismo pulcro y sus grandes ventanales que enmarcaban el bullicio lejano de Seúl, era un oasis de calma después del caos del aeropuerto. El aroma a madera de cedro, característico del hogar de Choi, me envolvía, una fragancia que siempre me había resultado reconfortante.
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Mis párpados, pesados por las horas de vuelo y el cambio de huso horario, luchaban por mantenerse abiertos. El cansancio se había instalado en mis huesos como una niebla densa, entumeciendo mis extremidades y nublando mis pensamientos. El murmullo del tráfico, amortiguado por el doble acristalamiento, se mezclaba con el zumbido constante del frigorífico, creando una sinfonía monótona que me arrullaba.
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A través de la ventana, el cielo se teñía de los tonos anaranjados del atardecer, proyectando sombras alargadas sobre los edificios vecinos. Una brisa fresca se filtraba por la rendija de la ventana, acariciando mi rostro y levantando suavemente los mechones de mi cabello. Sentí el roce áspero de la tela del sofá contra mi mejilla, y el leve crujido de los resortes cuando me moví ligeramente.
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Mis manos, aún frías por el aire acondicionado del avión, se aferraban a los cojines del sofá, buscando un poco de calor. El reloj de pared, un diseño moderno y minimalista, marcaba las horas con un tic-tac suave y constante, recordándome el paso implacable del tiempo."
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Antes me había rendido al sueño sin darme cuenta justo cuando llegamos. Pero cuando desperté, la habitación estaba vacía. Busqué a Choi, pero no había rastro de él. En su lugar, encontré una nota escrita con su letra.

"Wooyoung. Iré a recoger tus cosas del otro apartamento. No intentes salir, estaré de vuelta pronto. Descansa, bonito".
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El crujido del cuero del sofá resonó en la habitación mientras me incorporaba, un eco sordo que se mezclaba con el murmullo lejano del tráfico. Estiré los brazos, sintiendo el leve tirón en los músculos entumecidos, un recordatorio de las horas pasadas. La luz grisácea que se filtraba por la ventana perfilaba el polvo suspendido en el aire, diminutas partículas danzando en un ballet silencioso.
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Me senté a la mesa de la cocina, la madera fría bajo mis manos, y volví a tomar la nota de Choi. La caligrafía pulcra y precisa destacaba sobre el papel amarillento, una sola palabra: "Bonito". Una mueca se dibujó en mi rostro. "Bonito", pensé, una palabra que resonaba más en boca de hombres que de mujeres.
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En Daegu, las chicas que trabajaban para mi jefe eran un espejismo, figuras que se desvanecían en el horizonte antes de que pudiera siquiera vislumbrar una amistad, desaparecían misteriosamente, enviadas a otra ciudad sin previo aviso. cortando cualquier posibilidad de relación.
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Nunca me detuve a analizar el porqué eso pasaba, y aunque me molestaba, nunca me dejaba consumir por la frustración. Mi jefe ejercía un control absoluto sobre mi estado de ánimo, detectando cada cambio y respondiendo con una solicitud de calma, permitiéndome descansar en su despacho mientras él vigilaba cada uno de mis movimientos, cada gesto, como un guardián silencioso.
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Me rendí incondicionalmente a la autoridad de Wang, reconociendo su dominio absoluto sobre mi existencia.
Wang era mi refugio, mi salvador, mi dueño, mi único refugio. Su presencia en mi vida era como una sombra oscura y protectora, que me envolvía en un abrazo inexorable.
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El día que abrí los ojos a su presencia, sus palabras se convirtieron en un eco persistente que no cesaba de resonar en mi conciencia.  "Pequeño Wooyoung, en el bajo mundo, los bonitos como tú son mercancía. Naces con un precio, y solo hay dos formas de pagar la deuda:
Siendo un juguete para los que buscan satisfacer sus deseos sin consideración. o convirtiéndote en el que maneja los hilos. Pero contigo, hay una excepción. Serás mi propiedad exclusiva. Tu existencia girará en torno a mí, y me pagarás cada favor con tu sumisión absoluta."
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El estruendo repentino resonó en la casa, un golpe seco que hizo vibrar las paredes y disipó la bruma de mis pensamientos. El eco aún retumbaba mientras me precipitaba hacia las escaleras, el corazón latiendo al compás de la incertidumbre. Al llegar al vestíbulo, me encontré con una escena que me dejó sin aliento. Dos hombres corpulentos, con la piel curtida y los brazos cargados de bolsas de compras de marcas exclusivas, se erguían ante la puerta. El olor a cuero nuevo y a perfumes caros impregnaba el aire, una fragancia que me resultaba extraño.
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Choi, con su imponente figura envuelta en un abrigo de cachemira, se mantenía unos pasos atrás, la mirada fija en la pantalla de su teléfono. Su rostro, una máscara de indiferencia, no revelaba nada. La luz azulada del móvil se reflejaba en sus ojos oscuros, otorgándoles un brillo frío y calculador. Sus dedos se deslizaban ágilmente sobre el cristal, tecleando con una precisión que denotaba urgencia.
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