2. Juego de Poder

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-¡NO PODÍAS MANTENER TU HOCICOTE CERRADO!- gritó Seonghwa mientras con un pequeño paño limpiaba la boca de Wooyoung.

Después de pasar por el área de revisión los habían llevado al lugar de "descanso". Era una habitación inmensa donde se amontonaban los camastros. Unas camas rudimentarias que constaban de colchones finos tirados en el suelo. Las sabanas y edredones brillaban por su ausencia.

Era obvio que allí todo era escaso. Apenas ingresar en ese espacio se dieron cuenta del aire viciado, de la humedad, de la carencia que los envolvía.

Ese sería su hogar. Su refugio por varios meses. Los nuevos reclutas debían servir al país por un año completo, hasta que los dejaran volver a sus casas. Claro, eso sí no morían a manos de los mutantes o por alguna enfermedad. Casi nadie salía con vida del servicio...

Los oficiales habían abastecido a los reclutas con prendas de la milicia, trapos de colores verdes oliva, horribles, usados y con olor a viejo y muerte.

Wooyoung la estaba pasando mal, él estaba acostumbrado a otra cosa. Su vida como hijo del gobernador de Seúl había quedado sepultada luego de entrar al regimiento.

Allí no gozaría de los lujos anteriores, nada de baños en tina, ni de banquetes exquisitos, ni de prendas de diseñador, ni de amistades de las altas esferas.

Ahora estaba rodeado de un mundo decadente, donde debías sobrevivir con lo que tenías a mano.

Gracias al cielo, Seonghwa, su fiel amigo, había sido llamado al servicio al mismo tiempo que él. De otro modo no lo soportaría, ni siquiera un segundo.

Mucho menos ahora, que se había ganado el odio del capitán.

Choi San le había dejado claro que le haría la vida imposible, y estaba seguro que lo mandaría al frente de batalla para que un mutante se lo comiera a sangre fría.

Wooyoung había oído mucho sobre San, sobre su tiranía. Todos le temían y respetaban, era el hijo de un fallecido General, el legado de su padre pesaba sobre sus hombros y él era el dueño y rey de aquel regimiento.

A pesar de que no llegaba a los treinta años, en su rostro estaba marcado el peso de la autoridad y sus ojos escondían la bruma de la guerra.

Sin embargo, a Wooyoung eso no le intimidaba, nada lo hacía. Sí, era un niño mimado, un consentido rico, pero hacía mucho había perdido el temor.

La vida había cambiado mucho en los últimos años. Cuando los mutantes le quitaron a su madre en frente de sus narices... desgarrándola, su corazón se enfrió.

Una densa oscuridad había envuelto sus emociones y ahora solo se dedicaba a... vivir... o substituir como todos.

Un engreído capitán de regimiento no le haría temblar...

-¡Auch! ¡Ya déjalo! -se quejó apartando la mano de Seonghwa-. Y no me mires así, ¿qué pretendías? ¿No viste cómo esa bestia golpeó al chico?

-El deber del capitán era comprobar si el chico estaba en condiciones...

-¿Y patearlo como un pedazo de mierda era la manera? -preguntó furioso-. ¡Me extraña que seas tan insensible!

-Wooyoung... las cosas aquí son diferentes...

-¡Pues no me gusta como son las cosas aquí! ¡Somos humanos! ¿Acaso sabes algo de esos ancianos? ¿Y si a ellos también le dan ese trato? -bramó fuera de si-. ¿Y si se tratara de tu padre?

-Mi padre está muerto.

-¡Lo sé, carajo! ¡es un ejemplo! -expresó desesperado-. ¡Ese hijo de perra no puede tratar así a los mayores! ¡el respeto es una ley básica y siempre lo será aunque pasen mil años!

El Último RefugioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora