"Ay, por todos los santos canonizados", pensó Wooyoung, retorciéndose las manos en un gesto de desesperación. "Este hombre va a acabar conmigo, ¡no podré levantarme en una semana!".
Tragó duro y se centró en la ancha espalda del capitán, quien servía dos vasos de wiski. ¿Qué había hecho? El momento de calentura de minutos antes le pasaría factura. ¿Por qué se había metido en aquella madriguera?
La habitación del capitán era tal y como la había imaginado: un espacio austero, con paredes de un ocre desvaído y un olor a tabaco que impregnaba cada rincón. El mobiliario era escaso y práctico: una cama de metal, un escritorio de madera oscura y una silla de cuero gastada. En un rincón, un armario con la puerta entreabierta vomitaba uniformes del regimiento.
En comparación, su habitación en Seúl parecía un palacio. Cortinas de seda, edredones suaves, televisión, computadora, sirvientes que le traían el desayuno hasta la cama, había sido un lujo que ahora extrañaba.
Sin embargo, pese a que llevaba poco tiempo allí, se había visto obligado a habituarse a esa nueva realidad decadente. Rondaba por edificaciones antiguas y polvorientas, llevando un estilo de vida muy diferente al que gozaba en la casa del gobernador Jung.
La lluvia que caía afuera no lo tranquilizaba en absoluto. De hecho, lo hacía sentir diminuto y su corazón latía aprisa. No tenía escape.
Estaba encerrado en la habitación de un hombre implacable y exigente. El capitán Choi era un guerrero despiadado, acostumbrado a la muerte y la sangre. Su rostro era una máscara de piedra, sin sentimientos ni compasión.
¡No tendría piedad con él! ¡Ay, su culo corría peligro!
Su cerebro trabajaba al máximo, intentando encontrar una salida. Pero el capitán Choi estaba en todas partes, en su pensamiento, en su cuerpo y en sus emociones. Era como si lo hubiera invadido, como si lo hubiera poseído y...
-No tenemos hielo.
-¡¿Qué?! -gritó, dando un brinco al oír la voz del capitán. Se recuperó como pudo y sonrió, aunque le salió una mueca desesperada-. ¡No importa, me gusta caliente!
El capitán Choi se volteó con los dos vasos y su mirada se suavizó al ver a su bonito recluta. Wooyoung estaba paradito allí, con las manos unidas y un gesto demasiado cautivador. Su postura era la de una palmera, y no pudo evitar sentir una punzada de ternura.
Se acercó a él, besó rápidamente su mejilla y le tendió la bebida.
-No será un Glenlivet escocés -comentó risueño-, pero algo es algo, ¿no?
Wooyoung arrebató el vaso y se bebió de un solo trago todo el contenido. Su rostro se contrajo en una mueca ridícula mientras el wiski le quemaba la garganta.
El capitán Choi se rió al ver su reacción. -¿Te gusta?
Wooyoung asintió con frenesí. -¡Nunca probé un wiski tan delicioso!
Se apartó como un resorte y corrió a servirse más, las chanclas más grandes que sus piecitos le daban un aspecto infantil.
San se dirigió hacia el sillón de cuero individual, se dejó caer pesadamente y dio un trago de la horrible bebida mientras observaba el comportamiento de su niño, quien se vaciaba otro vaso con una velocidad alarmante.
-Youngie -advirtió-, esto tiene como cincuenta grados de graduación alcohólica.
-¿Y?
-Te caerá mal si bebes demasiado, déjalo.
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El Último Refugio
Fiksi PenggemarEn un mundo devastado por la amenaza mutante, el capitán Choi San lidera el regimiento con mano de hierro. Su misión es clara: erradicar la amenaza y restaurar la esperanza. Pero cuando Jung Wooyoung, hijo del gobernador y recluta novato, se une a s...