CAPÍTULO IV. Molliare.

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Miércoles 02 de abril, 1997. 09:57 pm

¿Acaso había en esta vida algo más patético que él, Draco Malfoy, mago sangre pura, con un linaje de mil años de antigüedad, heredero de una de las fortunas más grandes de la comunidad mágica, hablando de sus penas y desgracias con un fantasma?

No, no lo había.

Había caído en lo más bajo. Había perdido el control, y estando en uno de los baños de hombres, ella se había aparecido. Él se había desmoronado enfrente suyo y había hablado más de la cuenta: le había contado a Myrtle la Llorona sobre su fallido intento por matar a Dumbledore. Además, le había confesado que se sentía solo, porque nadie podía ayudarlo. Para terminarla de componer, lo había visto llorar, tal y como ella solía hacerlo, e incluso había intentado reconfortarlo.

Sólo Theodore Nott estaba al tanto de su problema. Se conocían casi de toda la vida, era el único amigo verdadero que había tenido siempre. Compañero de juegos, de angustias por tener ambos padres mortífagos, un silencioso apoyo en la actualidad; con la diferencia de que a Theo le importaba poco que su padre estuviera en Azkaban, ya que nunca había sido una figura de apoyo en su vida. Theo había sido el único que había estado presente cuando el Señor Tenebroso lo marcó, y quien guardaba su secreto sobre la misión, habiendo prometido no decir nada ni involucrarse. Era lo mejor, por el bien de todos. Si Voldemort se daba cuenta que alguien lo estaba ayudando, corría el riesgo de ser asesinado en el acto; él, sus padres y también Theo.

Theo era el único que insistía en que comiera, aunque fuera algún dulce. Sabía que los calderos de chocolate eran su delirio, y cada noche, sin decir ni una palabra, dejaba una de esas golosinas en su mesa de noche. Draco pellizcaba unas migajas, pero ya no le sabían como antes; su sabor no lo conquistaba. Sin embargo, lo hacía por ese amigo que fingía leer en la cama contigua, porque sentía que se lo debía; se lo debía porque lo había visto llorar y no se había burlado —como quizá sí harían Blaise Zabini, Pansy o incluso la misma Daphne—, lo había visto caer y sin reproches lo había ayudado a levantarse, porque más que un amigo, era un hermano.

Y sin embargo, con Theo jamás había podido abrirse como lo había hecho con Myrtle en un momento de desesperación.

Después de esa noche, Myrtle lo estuvo acechando, reafirmándole que era su amiga, que siempre podría contar con ella... Vaya consuelo... Ya hasta temía ir al baño, por lo que se desplazaba de las aulas a las mazmorras o a la Sala de los Objetos Ocultos, tratando de mantener a raya sus emociones, porque sentía que el tiempo se le acababa.

Por suerte, al no cumplir años hasta junio, se había librado de asistir a las sesiones prácticas de aparición en Hogsmeade. Eso le dejaba más tiempo para dedicarse a lo suyo.

Una tarde de sábado, aprovechando los días algo más templados de inicios de primavera y que, de puro milagro no estaba lloviendo, decidió salir a uno de los patios a despejarse. Estaba harto del Señor Oscuro, Dumbledore, Crabbe, Goyle, Snape, la poción multijugos y el armario. Su cuerpo había desmejorado muchísimo; no parecía ni la sombra del altivo y orgulloso Draco de inicio del curso. Se veía al espejo y parecía un inferius.

Creyendo que podría estar solo un rato, ya que a esa hora se suponía que todos debían estar en el Gran Comedor almorzando, se sorprendió al encontrarse con Hermione sentada en un rincón, leyendo tranquilamente. A su derecha, estaba el feo gato que con frecuencia la acompañaba, hecho un ovillo, aunque se alzó alerta cuando él se acercó. Ella llevaba puesta la bufanda de Gryffindor no solo alrededor del cuello, sino que también se la había acomodado como capucha sobre la cabeza.

En esta ocasión, Hermione alzó la mirada apenas él ingresó al lugar, por lo que no logró asustarla como ya se había vuelto costumbre entre ellos. Más bien. le pareció ver una media sonrisa a modo de saludo, lo que lo llevó a caminar hasta llegar a su lado.

Entre sombras y sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora