CAPÍTULO I. Oppugno.

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Sábado 09 de noviembre, 1996. 12:37 pm

Draco conoció el embrujo oppugno gracias a una bandada de gorgeantes pajarillos que Hermione le había lanzado al estúpido pelirrojo un sábado de noviembre, después de un partido de Quidditch entre Slytherin y Gryffindor. Él no había participado en dicho partido, ya que se había reportado enfermo —siendo reemplazado por Urquhart— debido principalmente a toda la crisis interna que estaba experimentando, cortesía del mismísimo Señor Tenebroso.

Dentro de todo lo malo que estaba pasando en su vida, gracias a los errores de su padre y al fracaso que había tenido el mes anterior al intentar matar a Albus Dumbledore con un collar maldito —que por poco mata a Katie Bell y la mantenía en el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas mágicas—, ese evento con Weasley le había producido una gran satisfacción. Casi la misma que había sentido al quebrarle la nariz y pisarle una mano al adorado «Elegido» Harry Potter semanas atrás, cuando lo descubrió metiendo la nariz donde nadie lo había llamado.

Buscando un poco de tranquilidad, escapó de la sala común de Slytherin cuando supo que su casa había perdido el partido de Quidditch y empezó a deambular por algunos pasillos del castillo. Se topó de vez en cuando con algunas parejas de Gryffindor que celebraban el triunfo con nauseabundas escenas amorosas, entre ellas Dean Thomas con la menor de los Weasley y su inseparable y horroroso micropuff morado sobre un hombro.

En eso, escuchó pasos y se apresuró a buscar un aula vacía. Para su sorpresa, escasos dos minutos después, escuchó que giraban el pomo, así que se lanzó un hechizo desvanecedor que había perfeccionado en vacaciones por insistencia de su madre. Caminó sin hacer ruido hasta un rincón oscuro de la estancia. justo a tiempo para ver a Hermione Granger ingresar en la habitación y sentarse sobre el escritorio de los profesores.

El rostro de la joven mostraba signos evidentes de una tristeza muy profunda, y eso, contrario a lo que hubiera pasado en tiempos pasados, lo consternó. De repente, de la nada, aparecieron unos pajarillos que volaron rodeándola y momentos después, la puerta se abrió para dar paso a Potter y su despeinado y horrible cabello. Vaya novedad...

El recién llegado se acercó con rostro preocupado. ¿Acaso iba a presenciar algún tipo de reconciliación amorosa? El solo pensamiento le provocó náuseas, pero debía controlarse si no quería ponerse en evidencia. Hablaban muy bajito, y aun así le pareció entender la palabra Ron, quien, para su sorpresa, también hizo su entrada como si lo hubieran invocado, riendo de forma estridente mientras jalaba a otra chica de la mano. Lavender Brown, si no recordaba mal. La joven exclamó sorprendida, pero no dejó de reírse tontamente antes de volver volvió a salir. Interesante. El gesto de Harry era de horror.

¡Hola, Harry! ¡Me preguntaba dónde te habías ido! —dijo Weasley en tono alto, sin dejar de sonreír.

Hermione se bajó del escritorio y los pájaros empezaron a rondar su cabeza.

No deberías dejar a Lavender esperando afuera —comentó como quien no quiere la cosa, aunque a Draco no se le escapó un detalle, un ligero temblor en su voz—. Se preguntará por qué no la seguiste.

La bruja se dirigió con lentitud hacia la puerta, pero antes de llegar al umbral, se dio vuelta y con rostro desencajado. Apuntando al pecoso traidor de la sangre, exclamó:

¡Oppugno!

Para sorpresa de todos, Draco incluido, las avecillas volaron directamente a estrellarse contra Ron, picoteando cada trozo de piel expuesta. Hacía bastante tiempo que no disfrutaba de un buen espectáculo, y habría dado toda su fortuna por hacerse visible y reírse a carcajadas en la cara de los dos idiotas que en vano luchaban por detener a los atacantes. Sin embargo, el sollozo que emitió Hermione antes de salir y tirar la puerta detuvo esos pensamientos.

Entre sombras y sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora