CAPÍTULO V. Wingardium Leviosa.

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Lunes 21 de abril, 1997. 2:30 pm

Durante la clase de pociones de esa tarde, sólo estaban Harry Potter, Ernie McMillan y Draco; todos los demás alumnos habían ido a Hogsmeade a examinarse para obtener la Licencia de Aparición.

Desde que empezó la lección, Draco sintió los ojos de Harry fijos en su espalda. Apretando los dientes, luchó contra el impulso de volverse y lanzarle unos cuantos Cruciatus. La rabia le quemaba por dentro, pero no debía darse el lujo de perder el control.

Con el cambio de profesor, pociones había pasado a ser la materia que más odiaba, luego de que por cinco años la había amado gracias al profesor Snape. Como si no hubieran bastado todos los cambios que había soportado en los últimos meses...

Como siempre, el imbécil de Slughorn había salido con otra de sus absurdas ocurrencias teniendo él cosas más importantes que hacer. «Algo gracioso». Qué tal si le aplicaba sobre su calva cabeza una poción que le hiciera nacer un poco de cabello color rosa, o transformaba el piso en una superficie jabonosa para verlo patinar y caer. O mejor aún, esconderle la varita y verlo ofuscarse al no encontrarla. Transformar en sal su azúcar del café... Eso sí que sería gracioso.

De todos modos, le debía unas cuantas por no haberlo incluido en el Club de las Eminencias a pesar de haberle dicho que era nieto de Abraxas Malfoy. El profesor solía ignorarlo, y esa indiferencia lo enervaba, pues era algo a lo que no estaba acostumbrado.

Hablando de enervar...

Presuroso, volvió la cabeza hacia Harry quien se veía tan concentrado en su poción que por un momento le recordó a Hermione, a quien había evitado en esas semanas. Sin embargo, por más que intentaba olvidar, aquella pregunta lo perseguía, irritándolo cada vez más. ¿Qué tanto haces en la Sala de los Menesteres? Y recordaba su intensa mirada, su maldita ansia por saberlo todo.

Sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos, tratando de concentrarse en lo que debía. No le quedaba de otra. Con resignación, empezó a preparar una infusión de hipo. Deseó lanzarle un avada al profesor cuando le dio un «pasable», pero casi le hace un altar a Harry por su poción de Euforia. Al menos no le había ido tan mal como a Ernie, cuya poción no era más que una masa color púrpura sin ninguna propiedad. No pudiendo ocultar su molestia, recogió todas sus cosas y salió del aula.

Durante la cena tuvo que soportar a Blaise riéndose de Ron Weasley por no haber aprobado el examen, mientras Pansy no paraba de hablar sobre lo bien que se lo había pasado ella. Daphne, a quien había llegado a querer como a una hermana, sonreía complacida mientras comía; se veía muy bonita... Era imposible ignorar su belleza, pero él no tenía cabeza para esas nimiedades, no cuando su vida pendía de un hilo. Aún así, no había pasado por alto que Theo estaba medio enamorado de ella, aunque tenía problemas más grandes como para lidiar con eso.

Por el buen humor que parecía tener Hermione, dedujo que también había obtenido la licencia. Tanto alboroto por algo tan fácil como aparecerse, refunfuñaba para sí. Era una tortura estar allí.

Apresuró la crema de calabaza para irse antes que Pansy, no fuera a ser que, ahora que volvía a hablarle, empezara de nuevo a molestarlo con su insistencia de que fuera más atento con ella. ¿Es que nadie podía entender que ese año no tenía tiempo para otra cosa que no fuera idear cómo matar a Dumbledore e introducir mortífagos en el castillo?

Decidió dirigirse a respirar un poco de aire fresco a su lugar de siempre. En realidad, no tenía ánimos para meterse otra noche en la Sala de los Menesteres —ahora resultaba que ya la llamaba como lo hacía Hermione—, así que se desilusionó y casi corrió hasta la Torre de Astronomía, deseando fervientemente no encontrarse esta vez al Barón Sanguinario esta vez. Unas noches atrás se había encontrado al fantasma gimiendo y lamentándose en ese lugar, y no había logrado que lo dejara solo.

Entre sombras y sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora