Capítulo IV. LLuvia

8 2 0
                                    

Los días posteriores a la velada en el evento de Red Bull se convirtieron en un torbellino emocional para Max y Checo. Los rumores en la prensa sobre su relación crecieron como la espuma, impulsados por fotos y declaraciones de los aficionados que observaban cada gesto entre los dos pilotos. Cada carrera y cada rueda de prensa era un campo minado de insinuaciones. Sin embargo, había un desafío aún mayor que enfrentar: la creciente presión que sentían ambos por ocultar lo que realmente estaba floreciendo entre ellos.

La semana previa al Gran Premio de Bakú, ambos pilotos se sumergieron en intensos entrenamientos. La tensión era palpable en el equipo de Red Bull. La competencia no solo venía de sus rivales en la pista, sino también del creciente interés de la prensa. Para Max, la presencia de Lando Norris se convertía en una distracción cada vez más evidente. Lando había comenzado a acercarse a Checo, con sonrisas y bromas que hicieron que la inseguridad de Max aumentara. El ambiente se volvió tenso, y a menudo encontraba a Checo sonriendo con Lando, lo que alimentaba los celos que apenas podía controlar.

Bakú llegó rápidamente, y con ella, una de las carreras más esperadas del calendario. Las calles del circuito eran famosas por su belleza, pero también por su desafío. El clima, siempre impredecible, anunció la llegada de una tormenta justo antes del inicio. El ambiente estaba cargado de electricidad, y ambos pilotos sabían que tendrían que luchar contra el tiempo y los elementos.

Cuando se encendieron las luces de la parrilla, Max se sentó en su monoplaza, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo. Checo, en el coche de al lado, le lanzó una mirada de aliento, una chispa de complicidad que los conectaba en medio del bullicio. Sin embargo, no eran los únicos en la mente de Max. La sonrisa de Lando, que siempre se posaba sobre Checo, lo inquietaba. Max luchó por concentrarse, pero sus pensamientos se desviaban hacia la posibilidad de que otro pudiera estar ganándose el corazón de su compañero.

La lluvia comenzó a caer, primero en suaves gotas y luego en un torrente. Los coches zumbaban por la pista, pero la visibilidad era casi nula. Max, decidido a no dejarse afectar por las condiciones, empujó su monoplaza al límite. Sin embargo, en una curva cerrada, el agua lo sorprendió y perdió el control, chocando contra las barreras. El estruendo del impacto resonó en su cabeza, y la frustración se instaló en su pecho como un ladrón en la noche.

Checo, que estaba justo detrás de él, vio cómo todo sucedía en cámara lenta. Sin pensarlo dos veces, maniobró con destreza, evitando lo que podría haber sido un desastre mayor. El equipo de Red Bull se apresuró a ayudar a Max, pero Checo, con su astucia, logró asegurar posiciones para el equipo, evitando una pérdida significativa de puntos.

Después de cruzar la meta, Max se sintió como un espectador en su propio desastre. Los murmullos de los ingenieros sobre el accidente y la presión por los puntos perdidos lo envolvieron. Sin embargo, la verdadera tormenta no era la que había caído en Bakú; era la que se desataba en su interior.

Mientras el equipo celebraba, Max se sintió cada vez más aislado. Se abrazó a sí mismo en un rincón del paddock, sintiendo el peso de la decepción que lo envolvía. En ese instante de vulnerabilidad, Checo apareció, aún con el uniforme de carreras, sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y determinación.

—Max... —dijo suavemente, acercándose—. Lo hiciste lo mejor que pudiste.

Max levantó la mirada, el dolor de su error aún fresco.

—¿Lo hice? Perdiste muchos puntos por mi culpa —respondió, su voz cargada de autocrítica.

Checo se sentó a su lado, el silencio que los rodeaba estaba lleno de tensión no resuelta. La lluvia continuaba cayendo afuera, creando un ritmo suave y melancólico.

ENTRE CURVAS [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora