Capítulo V. Confesion

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Después de la intensa tormenta en Bakú, donde Max y Checo habían dejado su relación al borde de la explosión, la vida en el equipo de Red Bull había tomado un giro inesperado. La tensión en el paddock era palpable, no solo por las rivalidades en la pista, sino también por las miradas furtivas y los susurros que se deslizaban entre los miembros del equipo. Checo y Max, cada uno lidiando con sus propios demonios y sentimientos, trataban de navegar la complejidad de su vínculo mientras competían.

Con cada carrera que pasaba, el ambiente se volvía más denso. La última victoria había traído consigo un aire de celebración, pero también había intensificado la competencia interna. Max sabía que Lando, siempre tan astuto, había comenzado a murmurar sobre la creciente cercanía entre él y Checo. "No se puede confiar en nadie en este deporte", había advertido Lando en un tono que dejaba claro su desprecio por la idea de que Max y Checo pudieran estar más que compañeros de equipo.

Al llegar a Sudáfrica, la atmósfera era más ligera, pero la sombra de las tensiones pasadas seguía acechando. La cena del equipo estaba llena de risas, pero Max notó que Lando miraba a Checo con un destello de desafío en los ojos. Checo, siempre tan carismático, no podía evitar atraer la atención de otros, y Lando parecía decidido a no permitir que se acercara a Max.

Después de la cena, donde los comentarios de Lando habían sido como pequeñas espinas, Max y Checo decidieron salir a caminar bajo un manto de estrellas. La playa se extendía ante ellos, iluminada por la luz de la luna, y el suave murmullo del océano ofrecía un refugio perfecto para escapar de la presión que sentían.

—A veces me pregunto qué haría si todo esto se acaba —dijo Checo, rompiendo el silencio mientras caminaban, sus pies descalzos sobre la arena fría.

Max lo miró, sintiendo que cada palabra resonaba en su interior. —Yo también. Pero lo que más me asusta es la idea de perderte. Esto, lo que estamos construyendo, es importante para mí —confesó, su voz apenas un susurro.

Los pasos de Checo se hicieron más lentos mientras sus corazones parecían latir al unísono. —Quizás deberíamos dejar de tener miedo —sugirió, su mano rozando la mejilla de Max. El gesto, simple pero electrizante, hizo que el tiempo se detuviera por un instante.

Max cerró los ojos, disfrutando del toque, sintiendo cómo la realidad se desvanecía aún más. Pero de repente, el sonido de risas interrumpió su momento. Lando apareció, como un espectro que no podía ser ignorado.

—¡Chicos, no se han perdido, ¿verdad?! —su tono resonaba con sarcasmo, como si sospechara de lo que estaba sucediendo entre ellos.

—Solo estábamos hablando —respondió Checo, intentando mantener la calma mientras Max lo miraba, sabiendo que la presión de la situación se intensificaba.

Lando sonrió, sus ojos desafiantes. —Claro, claro. Aunque creo que hay cosas más interesantes que hablar, ¿no crees? —sus palabras estaban cargadas de insinuaciones, y Max sintió una oleada de celos que lo sacudió. No era solo la atención que Checo recibía; era la forma en que Lando parecía disfrutar de la incomodidad que creaba.

—Vamos a seguir caminando, Max —dijo Checo, tirando suavemente de su mano, buscando escapar de la incomodidad. El gesto hizo que Lando frunciera el ceño, frustrado ante la aparente conexión entre ambos.

—Mañana será otro día —dijo Checo, intentando romper la tensión.

Max sonrió mientras se dejaba guiar, sintiendo que cada roce de los dedos de Checo era un recordatorio de lo que realmente querían el uno del otro. A medida que se alejaban de Lando, la atmósfera comenzaba a cambiar, y la tensión se disipaba lentamente, como la bruma matutina.

Mientras caminaban, Max decidió romper el silencio. —¿Te gustaría salir un día a explorar? Solo nosotros dos —sugirió, sintiendo cómo el nerviosismo se apoderaba de él.

Checo asintió, su rostro iluminándose con una sonrisa que hizo que Max se sintiera más ligero. —Me encantaría. Podríamos descubrir algo nuevo juntos.

Fue entonces cuando Max, sintiéndose impulsado por una ola de valentía, detuvo sus pasos y se volvió hacia Checo. —No quiero esconderme más —confesó, su voz temblando de emoción. —No quiero que nadie interfiera entre nosotros.

Checo sintió que su corazón latía con fuerza. —¿Y si nos descubren? —preguntó, aunque en su interior anhelaba lo mismo que Max.

Antes de que pudiera terminar, Max lo atrajo hacia él, sus labios encontrándose en un beso que parecía abarcar el universo entero. Fue un beso lleno de pasión y urgencia, donde todo el mundo exterior se desvaneció. Sus manos exploraban el rostro del otro, en un acto de desesperación y deseo, mientras el sonido de las olas acompañaba su momento íntimo.

—Nunca quise que esto pasara en secreto —susurró Max, separándose un poco, su frente apoyada en la de Checo.

Checo sonrió, su aliento entrecortado. —Yo tampoco. Pero la realidad es complicada.

El beso se profundizó nuevamente, sus lenguas danzando en una coreografía que solo ellos podían comprender. Max se aventuró a acariciar la espalda de Checo, sintiendo la tensión muscular bajo su toque. Checo, sintiendo la calidez de Max, se atrevió a acercarse más, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de su compañero, acercándolo aún más a él.

Cuando finalmente se separaron, ambos se quedaron mirando a los ojos del otro, sus respiraciones entrelazadas.

—No sé qué pasará, pero esto es real —susurró Max, su voz apenas audible.

Checo asintió, sintiendo que cada palabra resonaba en su corazón. Era un momento que marcaría un antes y un después, un compromiso tácito de que estaban listos para enfrentar juntos lo que viniera.

Mientras continuaban su camino, el silencio se llenó de promesas no dichas, y un nuevo sentido de esperanza comenzó a brotar entre ellos. Sin embargo, Lando no estaba dispuesto a dejar las cosas así. Durante el camino de regreso, lo encontró hablando con otros miembros del equipo, lanzando miradas despectivas hacia Checo.

—¿Seguro que puedes confiar en él, Max? No todo lo que brilla es oro —murmuró Lando, como un veneno sutil en la atmósfera.

Max sintió cómo el fuego de la determinación comenzaba a arder en su interior. —¿Y tú? ¿Qué sabes sobre él? Solo porque tengas celos no significa que debas interferir en lo que estamos construyendo —respondió, la ira pulsando en sus venas.

Checo, sintiendo la tensión en el aire, se acercó para poner una mano en el brazo de Max. —No vale la pena, Max —dijo con suavidad.

A medida que la noche avanzaba, las estrellas brillaban sobre ellos como testigos silenciosos de un amor que comenzaba a florecer en medio de la adversidad. Sin embargo, la sombra de la rivalidad seguía acechando, y el eco de las palabras de Lando resonaba en sus mentes, recordándoles que el camino hacia su felicidad no sería fácil.

Cuando finalmente regresaron al hotel, Checo y Max se encontraron en la habitación de Checo, la tensión entre ellos aún palpable. Mientras se acomodaban, Max se volvió hacia Checo.

—No quiero que esto se acabe, Checo. No puedo dejar que los celos de otros nos separen —dijo, la determinación brillando en sus ojos.

Checo lo miró, sintiendo una mezcla de miedo y emoción. —Entonces lucharemos por esto. No hay vuelta atrás.

La noche avanzó, llena de complicidad y conexión, mientras las miradas celosas de Lando se volvían más intensas. Pero en ese instante, Checo y Max no se preocuparon por lo que sucedería después; solo se centraron en el aquí y el ahora, en lo que realmente importaba: su amor.

ENTRE CURVAS [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora