Capítulo VIII. Pista

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El circuito urbano de Mónaco brillaba con luces intensas y el eco de motores rugientes, un escenario que hacía palpitar los corazones de todos los que participaban. Para Checo y Max, la presión del campeonato pesaba más que nunca. Con cada vuelta, cada curva, la competencia se intensificaba y la tensión entre ellos se palpaba en el aire.

La calificación fue una batalla feroz. Checo, luchando con el equilibrio de su monoplaza, sintió que su RB19 no respondía como debería. El subviraje lo frustraba en cada giro, y mientras el equipo trataba de ajustar la configuración aerodinámica y la distribución del peso, Checo sentía cómo la presión se acumulaba sobre sus hombros.

Mientras tanto, Max estaba logrando tiempos competitivos, pero incluso él no podía escapar de la presión del entorno. Cuando la sesión terminó, el ingeniero de Checo le comunicó un mensaje urgente por radio:

—Checo, tenemos un problema con la temperatura del motor. Mantén un ojo en los indicadores; no podemos permitirnos un sobrecalentamiento.

La adrenalina se disparó mientras Checo luchaba con el volante, sintiendo la vibración del monoplaza que le advertía de la inminente falla. Al finalizar, se sintió frustrado. La calificación no había salido como esperaba, y esa presión se trasladó al paddock, donde Max lo esperaba, con la mirada tensa.

—No lo lograste, ¿verdad? —dijo Max, su tono mezcla de preocupación y frustración—. ¿Qué pasó con tu tiempo?

—El coche no respondía. Tenía problemas con la configuración de suspensión y el motor estaba al límite —respondió Checo, su frustración evidente—. No sé cómo podemos competir así.

Mientras conversaban, Lando se acercó con una sonrisa burlona.

—Parece que Checo necesita un poco más de atención en la pista —dijo, dejando caer la insinuación con una risa nerviosa—. O tal vez una nueva estrategia, ¿no, Checo?

Checo sintió que su corazón se hundía. La tensión entre ellos se volvió más evidente. A pesar de las sonrisas que compartían, el mundo exterior comenzaba a infiltrarse en su espacio seguro.

Más tarde, mientras se preparaban para los ensayos, Lando se acercó de nuevo a Max.

—¿No te preocupa que Checo se sienta un poco desplazado? Después de todo, parece que no está en su mejor momento —dijo, como si plantara semillas de duda en la mente de Max.

Max, irritado por las insinuaciones de Lando, se contuvo. Pero una chispa de celos se encendió en su pecho al ver cómo algunos de sus compañeros de equipo, y algunas personas del paddock, se acercaban a Checo, tratando de atraer su atención con sonrisas y palabras amables. Era como si intentaran minar su conexión.

Esa noche, después de una carrera llena de gritos y reproches, los dos pilotos se encontraron en la habitación de Max, intentando lidiar con la carga emocional que los seguía. La tensión en el aire era palpable, como el zumbido de los motores que aún resonaban en sus oídos.

—¡Esto no es justo! —gritó Max, su frustración brotando—. La presión es insoportable y parece que no te importa lo que está en juego.

—¡Claro que me importa! —respondió Checo, su voz temblando de emoción—. Pero no puedo seguir así. Siento que me estás dejando de lado, que te importa más lo que digan los demás.

Max dio un paso hacia él, pero en lugar de acercarse, se detuvo, sintiendo un abismo entre ellos.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó, el tono de su voz un poco más suave, pero aún lleno de enojo—. ¡No puedo controlar lo que los demás piensan!

—Pero estás alimentando eso, Max. Estás permitiendo que Lando y los demás se interpongan entre nosotros.

El silencio que siguió fue denso. La tensión creció hasta convertirse en una tormenta.

ENTRE CURVAS [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora