Capítulo VII. Lealtad

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La carrera en Silverstone era más que un evento; era un escenario donde se decidirían no solo posiciones en la pista, sino lealtades, amistades y ambiciones. Desde el momento en que Checo Pérez se despertó esa mañana, sintió que el aire estaba cargado de una electricidad inusual, una anticipación que le hacía palpitar el corazón. La tensión en el paddock de Red Bull era palpable, con ingenieros y mecánicos moviéndose como sombras, cada uno consciente de la importancia de lo que estaba en juego.

—Checo, tenemos que hablar —dijo el ingeniero de carrera, su expresión seria mientras llamaba a Checo a su lado—. Necesitamos que priorices la victoria de Max hoy. Es crucial para el campeonato.

Checo sintió que un nudo se formaba en su estómago. La mirada de su ingeniero lo atravesó como una flecha. Había estado en esa situación antes, pero esta vez era diferente. Esta vez, el peso de la decisión parecía aplastante. Asintió, pero la presión se sentía como una losa sobre su pecho.

Mientras tanto, Lando se acercó, con una sonrisa que no ocultaba su malicia.

—¿Vas a dejar que Max te use como un trampolín, Checo? —dijo, cruzándose de brazos—. Ser segundo nunca fue un buen lugar para alguien con tanto talento como tú.

Checo intentó ignorarlo, pero la semilla de la duda ya había germinado. Durante la carrera, las cosas se complicaron aún más. Checo comenzó bien, adelantando posiciones y sintiéndose fuerte en la pista. Pero en el fondo de su mente, el mantra de la lealtad a Max resonaba como un eco ensordecedor. La radio del equipo volvió a interrumpir sus pensamientos.

—Checo, mantén la posición. Max está detrás de ti y necesita avanzar —instruyó el ingeniero, sus palabras resonando como un veredicto.

Checo se sintió como un gladiador atrapado en un coliseo, rodeado de espectadores ansiosos por ver su caída. El corazón le latía con fuerza mientras veía a Max presionarlo desde atrás, cada curva se sentía como un nuevo peso sobre sus hombros. La adrenalina se mezclaba con la frustración y la traición. La gente en las gradas vitoreaba, pero dentro de él, una batalla personal se libraba.

A medida que la carrera se acercaba a su clímax, Checo estaba en una posición envidiable, pero sabía que no podía seguir así. En un giro inesperado de la última curva, Max tomó la delantera. La decisión se hizo inevitable. Sin poder evitarlo, Checo levantó el pie del acelerador, permitiendo que Max lo superara. Al cruzar la línea de meta, Max levantó los brazos en señal de victoria, mientras Checo sentía que se le partía el corazón.

La presión de Lando era como una sombra que se cernía sobre ellos. Desde hacía semanas, había estado lanzando insinuaciones, alimentando rumores y provocando una atmósfera de rivalidad.

—¿Te das cuenta de lo que has hecho? —le había dicho Lando en una charla previa—. Te estás desdibujando para que Max brille. A veces pienso que te gustaría ser solo su segundo piloto.

Las palabras de Lando resonaron en la mente de Checo mientras conducía. La ira se apoderó de él, pero también la tristeza. La lealtad a Max lo estaba consumiendo, y Lando parecía disfrutar cada instante de su tormento.

Tras la carrera, el ambiente estaba lleno de euforia, pero Checo no podía participar. Se retiró al garaje, donde la luz del sol apenas iluminaba el rincón donde se encontraba. Max, después de ser elogiado por su actuación, lo buscó, ansioso por compartir la alegría.

—¡Checo! ¡Lo hiciste increíble! —exclamó Max, acercándose con una gran sonrisa en su rostro—. Gracias por tu ayuda hoy. No podría haberlo hecho sin ti.

Las palabras de Max sonaron huecas en los oídos de Checo. Miró a su amado y sintió que un torbellino de emociones le golpeaba el pecho. La traición y la culpa lo envolvían. El silencio que se instauró entre ellos era abrumador.

—¿Increíble? —replicó Checo, su voz temblorosa—. ¿Te parece increíble sacrificar lo que soy? Cada vez que te veo en la cima, me siento más pequeño.

Max, sorprendido por la respuesta de Checo, dio un paso atrás. Nunca había visto a su amado tan alterado. El brillo en sus ojos se desvaneció, y la confusión lo invadió.

—No quise hacerte sentir así. No es solo mi victoria, Checo, es de ambos —dijo Max, tratando de calmar la situación, pero su voz sonaba impotente.

—¿De verdad? —interrumpió Checo, la ira ardiendo en sus venas—. ¿Crees que esto es justo para mí? Mientras tú celebras, yo me siento como un peón en tu juego. He sacrificado mis propios sueños por ti, y aún así, tú solo ves tu victoria.

Lando apareció de nuevo, como un espectador de un drama en curso, sus ojos brillando con una chispa de malicia.

—Oye, Max, no quiero interrumpir su momento de "hermandad", pero... Checo, ¿no crees que te has convertido en el chico de los recados de Max? —dijo Lando, burlándose—. Lo haces parecer aún más grande cuando le dejas ganar. ¿Te gustaría tener un poco de éxito para ti mismo?

Checo sintió que las palabras de Lando eran cuchillos afilados, y en un intento por reconectar, se Max acercó para acariciar el rostro de Checo. Pero ese gesto, que alguna vez había sido un símbolo de cercanía, ahora se sentía cargado de tensión.

—Lo siento, Checo —susurró Max, sintiendo una punzada de desesperación—. Nunca quise que esto se volviera así. Eres más que un compañero para mí.

Checo apartó la mirada, sintiendo que el dolor de la culpa se apoderaba de él. La traición no solo venía de las decisiones tomadas en la pista; también provenía del sentimiento de que su vínculo se estaba desmoronando.

—La lealtad se ha puesto a prueba hoy —dijo Checo, su voz cargada de emoción—. Y a veces me pregunto si alguna vez has considerado lo que esto significa para mí.

Max, en un intento por acercarse más, dio un paso adelante, extendiendo la mano. Pero Checo se apartó, una barrera invisible formándose entre ellos. La desesperación brillaba en los ojos de Max, quien no podía entender la distancia que se había creado.

—Checo, por favor —imploró Max, su voz temblorosa—. Lo que tenemos es más fuerte que esto. No puedes dejar que Lando nos separe.

Sin embargo, Checo se sintió abrumado, incapaz de enfrentar lo que sentía. La presión del mundo exterior, los rumores, las expectativas y la realidad de su relación lo aplastaban. La tristeza y el enojo eran demasiado intensos.

—Necesito espacio —respondió Checo, girándose abruptamente y alejándose de Max. Su corazón se rompía con cada paso que daba, pero sabía que tenía que salir de ese lugar, de esa situación que se sentía como un laberinto del que no podía escapar.

Lando, que había estado observando la escena con una sonrisa satisfecha, se acercó a Max mientras Checo se alejaba.

—¿Ves? Lo que hay entre ustedes es débil —dijo Lando, con una risa burlona—. No puedes dejar que te distraiga. Te lo dije, ser el segundo siempre tiene un costo.

Max, completamente devastado, no podía procesar lo que había escuchado. Se giró hacia Lando, el dolor y la frustración mezclándose en su expresión.

—No necesito que me lo recuerdes, Lando. Esto no es solo una carrera, es algo más. Checo es más que un compañero de equipo; es... es especial.

Lando alzó una ceja, divertido por la vulnerabilidad de Max.

—Lo que tú digas, Max. Solo recuerda que en este juego, solo hay espacio para un verdadero campeón.

Max, con la mirada perdida, sintió cómo la conexión que una vez fue su refugio ahora se convertía en un campo de batalla. Observó cómo Checo se alejaba, sabiendo que su relación había cambiado para siempre.

ENTRE CURVAS [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora