Capítulo IX. Mónaco

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La ciudad de Mónaco brillaba con el glamour habitual, pero para Max y Checo, la celebración de una victoria en el Gran Premio se sentía como una carga. Aunque el equipo había celebrado enérgicamente, una sombra de preocupación se cernía sobre ellos. Los rumores sobre su relación comenzaban a difundirse, aumentando la presión de la prensa y los fanáticos que no podían resistir la tentación de especular. Era un clima enrarecido que rápidamente se tornaba en asfixiante.

Mientras los miembros del equipo festejaban, Max y Checo se encontraron en un rincón apartado del paddock, un lugar donde las luces brillantes y los flashes de las cámaras no podían seguirlos. La tensión en el aire era palpable; el eco de la celebración de sus compañeros se sentía distante, como un murmullo lejano que apenas alcanzaba sus oídos.

—Esto no puede seguir así, Max —dijo Checo, su voz temblando ligeramente mientras buscaba las palabras adecuadas. La presión del mundo exterior comenzaba a pesar sobre él, y su corazón se encogía al pensar en lo que podía estar en juego.

Max frunció el ceño, sintiendo que cada palabra de Checo lo hirió como una puñalada.

—¿Y qué quieres hacer? ¿Ignorarlo? —la indignación brotó de él, su frustración palpable—. ¿Pretender que no sentimos nada el uno por el otro?

Checo desvió la mirada, incapaz de enfrentar la intensidad de los ojos de Max. El recuerdo de sus momentos juntos —las miradas furtivas, las risas compartidas en medio de la competencia— llenó su mente. Pero esos recuerdos se mezclaban con el temor de perderlo todo.

—No es tan simple. Lo que sentimos es real, pero también lo es la realidad de nuestras carreras. Si esto se descontrola, podría arruinarlo todo. No solo para nosotros, sino también para el equipo. Cada vez que subimos a esos autos, no solo estamos corriendo por nosotros mismos. Hay una responsabilidad —Checo sintió un nudo en la garganta, la angustia golpeando con fuerza.

Max sintió cómo su corazón se hundía. Había pasado tanto tiempo construyendo una conexión con Checo, y ahora todo parecía desmoronarse ante sus ojos.

—¿Y qué hacemos? ¿Decimos que no sentimos nada? —preguntó Max, sintiendo que la desesperación comenzaba a invadirlo—. Eso no es una opción para mí. Te necesito en mi vida, Checo.

La mirada de Checo se tornó sombría, y recordó aquella conversación en el hotel de Singapur, donde ambos habían compartido sus sueños y miedos. Hablaban de su deseo de ser más que compañeros de equipo, de cómo habían comenzado a construir algo más profundo.

—Recuerdas lo que dijimos aquella noche en el hotel en Singapur? —su voz se convirtió en un susurro—. Hablamos de que todo esto valía la pena si estábamos juntos.

Max se estremeció al recordar esas palabras, el brillo de los ojos de Checo, la chispa que había encendido su conexión. Quería aferrarse a esos momentos, pero la realidad era un obstáculo aterrador.

—Sí, lo recuerdo. Pero esto no es solo sobre nosotros, Checo. Necesitamos ser honestos con lo que sentimos —dijo Max, su voz temblando por la emoción—. No podemos dejar que el miedo controle nuestras vidas.

Checo sintió que la angustia se acumulaba dentro de él. La tristeza en el rostro de Max lo desgarraba, pero sabía que estaban caminando por una cuerda floja.

—No quiero perderte, pero no sé cómo seguir con esto, no en estas circunstancias —Checo sintió que las lágrimas amenazaban con desbordarse, y se obligó a mantener la calma.

Max, desgarrado por la tristeza, tomó la mano de Checo, sintiendo la calidez de su piel como un recordatorio de lo que estaban a punto de perder.

—Prométeme que esto no es el final —dijo Max, su voz apenas un susurro, pero las dudas seguían asomando.

ENTRE CURVAS [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora