Hoy será el día en que el Aquelarre del Beleño Negro me acepte.
Suelto el aire y clavo la mirada en los inmensos edificios góticos que conforman su campus. La propiedad se encuentra en las colinas de la ribera norte de San Francisco, rodeada en todos sus flancos por Everwoods, un denso bosque litoral compuesto de árboles perennes.
No hay ningún cartel que anuncie que me encuentro en un terreno que pertenece a unas brujas, pero este sitio no lo necesita. Si alguien se detiene aquí durante el tiempo suficiente, verá que hay algo fuera de lo normal, como, por ejemplo, el círculo de brujas que están sentadas en el césped delante de mí. Su pelo y su ropa flotan en todas direcciones, como si ya no respondieran a la gravedad, y las estelas de su magia cargan el aire que las rodea. El color de la magia de cada una de ellas es diferente —del verde chillón al rosa chicle, pasando por el turquesa y muchos más—, pero mientras las observo, todos se mezclan y crean una extraña suerte de arcoíris en el ambiente. Siento una oleada de nostalgia y tengo que contener la sensación de pánico y desesperación que la sigue. Bajo la mirada a la libreta abierta que tengo en la mano.
Martes, 29 de agosto 10:00, reunión con el departamento de admisiones del Aquelarre del Beleño Negro en el edificio Morgana.
Nota: Sal veinte minutos antes. Tienes la mala costumbre de llegar tarde.
Frunzo el ceño, luego miro el celular: «9:57».
Mierda.
Me pongo en marcha de nuevo y me dirijo a los desgastados edificios de piedra, aunque la mirada se me va otra vez hacia el cuaderno. Debajo de las instrucciones que he garabateado, hay un blasón con unas flores saliendo de un caldero que está sobre dos escobas cruzadas. Junto al dibujo, he pegado una polaroid de una de las estructuras de piedra que tengo delante y he anotado al pie «Edificio Morgana». Abajo del todo he escrito en rojo:
La reunión será en la sala de visitas, segunda puerta a la derecha.
Subo los escalones de piedra de dicho edificio mientras el frenesí de emociones me va dejando sin aliento. Durante el último siglo y medio, cualquier bruja que valga la pena ha sido miembro activo de un aquelarre acreditado. Y hoy estoy decidida a unirme a esa lista.
«No te aceptaron ni el año pasado ni cuando volviste a enviar la solicitud al principio de este. A lo mejor es que no te quieren, así de simple.» Respiro hondo y obligo a ese pérfido pensamiento a que se esfume. Esta vez es diferente. Estoy en la lista de espera oficial y concertaron esta entrevista la semana pasada. Deben de estar tomándose mi solicitud en serio, y eso es lo único que necesito: meter la cabeza.
Abro uno de los enormes portones que conducen al edificio y entro. Lo primero que veo en el vestíbulo principal es una gran estatua de la triple diosa, una figura imponente que parece custodiar el lugar desde tiempos inmemoriales. Sus tres formas están de pie espalda contra espalda, cada una representando un aspecto de la vida y la muerte: la doncella, radiante y llena de promesa; la madre, símbolo de fertilidad y sabiduría; y la anciana, con su mirada profunda y sus huesos blanqueados, encarnación del tiempo y el misterio. A lo largo de las paredes, como fantasmas de un pasado lejano, cuelgan retratos de antiguas brujas del aquelarre, muchas de las cuales tienen el pelo enmarañado y los ojos desorbitados, sus rostros marcados por siglos de secretos y rituales. Entre ellos se han colgado varitas, escobas y fragmentos enmarcados de grimorios antiguos, cada objeto susurrando historias de poder y magia.
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Cautiva del Eterno
ФэнтезиVen a mí, emperatriz... Selene Bowers tiene veinte años y está desesperada por que la acepten en el Aquelarre del Beleño Negro, una academia para jóvenes brujas. Como uno de los requisitos para entrar es conectar con sus poderes a través de una búsq...