Prólogo: Memnón

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Estoy atrapado

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Estoy atrapado. 

Desde hace muchísimo tiempo. Unos conjuros tan sofocantes como reconfortantes me han aprisionado mente y cuerpo. No puedo escapar de ellos por mucho que lo intente. 

Y vaya si lo he intentado. 

Esto no debería ser así. Lo sé. Lo recuerdo. 

Alguien me ha hecho esto. 

Pero... ¿quién? 

La respuesta se me escapa. 

Mis pensamientos están... fragmentados. Las mismas barreras que me envuelven los han destrozado y esparcido. 

Hubo una vida antes de esta sombra de existencia. A veces capto sus destellos. El recuerdo del sol, la pesada carga de una espada en la mano, la sensación de una mujer —la mía—debajo de mí. 

Aunque no recuerdo demasiado bien mi propio aspecto, veo el perfil de su hombro, la curva de su sonrisa y la picardía que brilla en sus ojos azules como el zafiro. 

Su imagen... duele más que una herida profunda. 

La necesito. 

Mi reina. Mi esposa.

Elara. 

He de salir de este sitio. 

Debo encontrarla. A menos que... 

¿Y si...? ¿Y si de verdad se ha ido? 

¿La he perdido para siempre? 

El terror me eclipsa el anhelo y me despeja parte de la neblina de la mente. Libero toda la magia que puedo y la canalizo a través de los pocos resquicios que he encontrado en estos conjuros.

Elara no puede estar muerta. Mientras yo exista, también debe existir ella. Me... me esforcé para que así fuera. 

Me relajo. 

Ella me encontrará. 

Un día. 

Un día. 

Así que la llamo, como siempre he hecho. Y espero.

Cautiva del EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora