Capítulo 9

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Cuando el equipo de búsqueda y rescate me encuentra al día siguiente, mehe alejado unos treinta y dos kilómetros del lugar del accidente, que ocurrióen algún punto remoto de la región norte de Perú

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Cuando el equipo de búsqueda y rescate me encuentra al día siguiente, mehe alejado unos treinta y dos kilómetros del lugar del accidente, que ocurrióen algún punto remoto de la región norte de Perú. Tardo otros dos días enirme de América del Sur y volver a Estados Unidos. 

Todo ello es unapesadilla logística, sin contar el aspecto personal. He tenido que convencera mis padres de que no regresaran de sus largas vacaciones en Europa paraayudarme.Ahora, abro la puerta de mi apartamento y enciendo las luces. Nero seme cuela entre las piernas, con la cabeza levantada y las aletas de la narizdilatadas mientras olisquea mi hogar.Suelto las maletas en la entrada, cruzo el pequeño espacio y me dejo caeren la cama.Y tan solo me quedo ahí tirada, pues mi cuerpo no está dispuesto amoverse. 

Un segundo después, la cama se hunde cuando Nero se coloca a mi ladode un salto. No quiero ni imaginar lo difícil que ha sido todo esto para él. Sesupone que no hay que sacar a las panteras de la jungla y obligarlas a viajaren avión (eso es otra historia, pero implicó que usara muchísima magia) y avivir en una casa. Lo he arrojado al mundo de los humanos y me siento fatalpor el papel que he desempeñado en ello. 

—Lo siento —susurro en voz baja, y extiendo la mano para acariciarle lafrente.Nero cierra los ojos y suelta un ruidito de satisfacción. No es unronroneo —ayer aprendí que las panteras no ronronean—, aunque sí es unsonido bastante alegre.Pero no me hace sentir mejor.Sigo acariciándolo distraída. 

—Supongo que me puedo quedar aquí para siempre, ¿no? —le pregunto. Me dedica una mirada inexpresiva. 

—Quiero suponer que eso es un sí, pero no pareces amigable en planmajo, sino más bien en plan sincero, así que voy a suponer que es un no. —Suspiro.Nero responde estirándose en la cama y me empuja hasta el borde delcolchón. 

—Oye, venga ya. Vas a tener que compartir —le digo.Solo me devuelve la mirada.Le doy un gran empujón al animal. En respuesta, él gruñe. 

—Supéralo. Hasta que puedas pagar el alquiler, yo soy la que manda.Ya, quítate —No lo hace. 

—¿Quieres que te convierta en un periquito? —Ahora, a regañadientes, mi familiar se aparta.Vuelvo a tumbarme en la cama. 

—Que sepas que este acuerdo no va a funcionar cuando me traiga chicosa casa.Nero hace un ruido y, no estoy del todo segura, pero ha sonado como sihubiera resoplado. Un puto resoplido. Como si este felino de la jungla queme he encontrado de casualidad —y el cual probablemente nunca hayaestado en contacto con humanos— no pudiera imaginarse una situación enla que a un tío le gustaría meterse en mi cama. 

—Sé ligar con tíos —le digo. 

Incluso a mí misma me parece que sueno ala defensiva.Mi pantera suelta un ruidito más bajo. Sigue sonando a que no me cree.Me parece que mi familiar es idiota. 

—Voy a ignorar tu falta de fe en mí —le digo. Luego me arrastro fuerade la cama—. Está bien, ya dormiré cuando me muera —Camino hacia lacocina. 

—Lo que necesito es algo de comer, café y un poco de música —Me crujo los nudillos—. Tenemos un aquelarre en el que entrar. 

Armada con una taza de café, un paquete de galletas para mí y algo depechuga de pollo descongelada para Nero, me siento delante del ordenadory empiezo a teclear mi experiencia en América del Sur.Menciono mis planes originales para la búsqueda mágica y luego cuentoque mi avión se estrelló. Describo la voz incorpórea que me llamaba y que,después de seguirla, descubrí a mi familiar. La redacción me sale sola. Loúnico que no menciono es el evento principal: descubrí y liberé a un antiguoser sobrenatural. No solo porque dudo de que me crean, sino porquetambién tendría que explicar por qué he soltado a una amenaza y dónde seencuentra ahora. Y no puedo responder a ninguna de esas dos preguntas conla verdad.Estoy terminando de corregir mi redacción cuando suena el teléfono.Miro el nombre que aparece en pantalla: «Sybil».Me llevo el teléfono a la oreja. 

—¿Ahora nos llamamos? —respondo—. ¿No sabes que tu amiga laintrovertida solo manda mensajes? 

—Ah, mi mejor amiga la bondadosa —dice Sybil—. Sabía que echabasde menos mi voz. 

—Siempre te echo de menos —le digo con total sinceridad. 

—Oooh, Selene, te quiero, cariño. En realidad, te llamaba paraconvencerte de que vinieras a la fiesta de la cosecha del Beleño Negro.—Por supuesto, me llama por eso. Es mucho más difícil decirle que no porteléfono que por mensaje. 

—Solo es para miembros del aquelarre —le digo, por si lo ha olvidado. 

—Las dos sabemos que vas a entrar después de todo por lo que haspasado —dice. 

Espera, ¿Sybil y yo ya hemos hablado?Dedico un frenético segundo a repasar de mis recuerdos, hasta queencuentro uno vago sobre la conversación que tuve con ella en elaeropuerto de Quito, cuando llamé a familiares y amigos para que supieranque estaba bien. El accidente de avión fue un notición, inclusointernacionalmente. 

—Bueno —dice Sybil, interrumpiendo mis pensamientos—, ¿vas a venira la fiesta? 

Por supuesto que quiero ir. Es solo que... no quiero sentirme desplazada.Es la tercera vez que intento entrar en el aquelarre y, teniendo en cuenta queel semestre de otoño del Beleño Negro empieza a finales de la semana queviene, las cosas no pintan bien para mí. Siento que estoy empezando aatraer la piedad de la gente.Me muerdo el labio y abro el calendario de mi ordenador. 

—¿Cuándo es? 

—Este viernes —Eso es dentro de dos días. Dudo que sepa si he entrado para entonces. 

—Estoy cansada. Acabo de volver —digo. 

—Por faaavooor —suplica—. Va a ir la manada Marin. Y también losmagos del Cónclave del Sargazo Vejigoso.Ahora me tienta con la promesa de cambia formas buenorros y tíosmágicos. 

—No lo sé —digo, todavía dudando. 

—Venga ya. Últimamente apenas tenemos la oportunidad de vernos —Menuda amiga más astuta, sabe cómo usar la baza de la culpa. 

—Habrá poción mágica para que ahogues las penas —continúa—, y heoído que a lo mejor va Kane Halloway —Me llevo la mano a la cara. 

—Por la Diosa de los cielos, tía, ¿cuándo vas a dejarme en paz con esetema? 

Me pillé del licántropo en cuanto puse los ojos en él hace tres años en laAcademia Peel. Cuando se graduó, volvió a la Manada Marin, donde habíanacido y se había criado. No sé si es muchísima buena suerte o muy malaque el territorio de esta manada se encuentre justo al lado del campus delBeleño Negro. Si estuviera en el aquelarre, es probable que lo viera mucho,ya que las brujas suelen mezclarse con sus vecinos los hombres lobo contotal libertad. 

—¿Dejarte en paz? Uy, no voy a dejar de sacarlo a colación hasta que loperviertas. —Sybil.Se carcajea como la bruja que es— Vamos, sabes que quieres ir a la fiesta. 

¿De verdad? Porque ahora mismo lo único que quiero hacer durante elpróximo mes es meterme en la cama con un libro y una taza de té.Vuelvo a mirar el calendario.«Siempre habrá tiempo para leer.»Suspiro. 

—Está bien. Está bien —Mi mejor amiga chilla. 

—¡Sí! Recuerda llevar un vestido de guarrilla. 

—Sybil... 

—Y trae una escoba, rarita. ¡Va a ser divertido! 

Cautiva del EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora