Capítulo 4

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—... Pero yo creía que había entrado a la fuerza en la cabina de mando...

—... Te juro por Dios que me ayudó a guiar el avión...

—... No llevaba el cinturón de seguridad...

—Parece que no está herida...

Parpadeo antes de abrir los ojos. Veo las caras preocupadas de varias personas, aunque no reconozco a ninguna. Una lleva un uniforme de piloto. Las otras parecen ser auxiliares de vuelo.

¿Pilotos? ¿Auxiliares de vuelo? ¿Qué está pasando?

Frunzo el ceño, paso la mirada de una persona a otra. Más allá oigo el leve repiqueteo de la lluvia y el murmullo de muchas voces. Respiro hondo y me palpita la cabeza. Conozco este dolor... y la confusión que lo acompaña.

Mierda.

Debo de haber usado mi magia... Probablemente un montón, a juzgar por mi dolor de cabeza. Respiro hondo y repaso mi lista de información básica. Me llamo Selene Bowers. Tengo veinte años. Me crie en Santa Cruz, California. Mis padres son Olivia y Benjamin Bowers. Estoy viva. Estoy bien. La gente que me rodea ha estado haciéndome preguntas. Intento centrarme en una de ellas.

—¿Qué? —digo, aturdida.

—¿Te duele algo? —frunzo el ceño otra vez y me toco la frente.

—La cabeza —respondo con la voz ronca. Me duelen los músculos y la ropa se me está mojando por culpa de lo que sea que tengo debajo, pero eso son pequeños inconvenientes. Incluso el dolor de cabeza acabará desapareciendo—. ¿Qué está pasando? —murmuro.

—Hemos tenido un accidente —dice una de las auxiliares de vuelo.

«¿Qué?»

Me siento demasiado rápido y tengo que llevarme una mano a la cabeza cuando una oleada de vértigo se apodera de mí. «Hubo un ataque mágico... Algo estaba tirando del avión para que se estrellara... Intenté detenerlo.» Tomo aire cuando todo vuelve a mí, aunque un tanto impreciso. Pero siento que los recuerdos deshilachados son más bien un sueño, no algo que he vivido, y, cuando intento profundizar en esos detalles inconexos, es como si se desintegraran. Parpadeo mientras recorro con la mirada la multitud que se ha reunido; luego centro la atención más allá de ellos. Suelto un ruidito cuando fijo los ojos en el enorme avión, que descansa en un lecho de árboles aplastados. Parte del revestimiento está arrancado y la punta del ala está partida.

—¿He... sobrevivido a eso? —digo.

—Todos hemos sobrevivido —me corrige el piloto. Me observa como si hubiera muchas más cosas que le gustaría decirme—. Todos y cada uno.

Sigo con la mirada clavada en el avión destrozado, esforzándome por entender lo que ha pasado. Nuestro avión se ha estrellado. Literalmente. Y todos hemos sobrevivido. Y debo de haber ayudado. Mi confusión y el punzante dolor de cabeza que tengo son pruebas suficientes. Por desgracia, no recuerdo mucho de la experiencia. Excepto..., excepto... Emperatriz... Me quedo sin aliento.

Cautiva del EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora