9. Eres Un Pecado

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—No puedo más —murmuró Marta, su voz llena de una mezcla de rabia y deseo. Sus ojos se centraron en los labios de Fina, la atracción casi palpable.

El empuje de Marta contra la puerta no dejó a Fina tiempo para replantearse nada. Aun así, levantó la barbilla con una actitud desafiante, como si la presión de Marta sobre su cuerpo no la afectara en absoluto.

—¿Y qué es con lo que ya no puedes más, Marta? —provocó, forzando una sonrisa temeraria mientras sus manos luchaban por encontrar un punto de apoyo tras ella. Aunque su corazón latía rápido, más de lo que hubiera querido admitir, trató de conservar la calma—. ¿Me vas a castigar? Porque... si eso es lo que quieres, puede que te decepcione.

Marta soltó un suave gruñido, su mirada recorriendo el rostro de Fina como si intentara descifrar cada expresión que cruzaba por él. El tono de desafío de Fina era combustible puro para los sentimientos que llevaba tiempo conteniendo, esos que había intentado ahogar una y otra vez sin éxito. El olor que emanaba Fina era la chispa que faltaba en ese cóctel de emociones explosivas, y Marta sintió como ese aroma dulce y embriagador la envolvía. Era un aroma que reconocería en cualquier lugar, uno que podía atraerla desde la distancia más remota, como un veneno que nunca podría rechazar.

—¿Piensas que esto es un juego? —murmuró Marta, su tono grave y bajo mientras sus ojos se clavaban en los de Fina, acercándose más, sin importarle la aparente distancia que la otra intentaba mantener—. Porque lo que tú llamas castigo... es lo último que tengo en mente.

Fina notó el cambio en la respiración de Marta, cómo su mirada la recorría con una intensidad que casi la quemaba. Y aunque trató de mantener su fachada desafiante, lo que Marta decía despertaba algo en ella que la hacía flaquear, que ponía a prueba sus defensas. Sabía que debía mantenerse firme, pero sentir a Marta tan cerca de su cuerpo, el modo en que su voz se convertía en susurros abrasadores, rompía toda barrera lógica.

—¿Y qué es exactamente lo que tienes en mente? —preguntó, tratando de sonar sarcástica, desinteresada, aunque sus palabras salieron en un susurro entrecortado. Quería mantener la distancia, quería recordar que no debía involucrarse con ella, que lo más sensato era alejarse... pero su cuerpo no parecía dispuesto a escuchar.

Marta no contestó de inmediato. En cambio, sus ojos se fijaron en los labios de Fina, y un estremecimiento recorrió su propio cuerpo al imaginar la forma en que se enredarían en los suyos, en cómo la piel de Fina se erizaría al contacto de sus manos, en el modo en que la haría temblar de puro placer. Lo que deseaba no era algo sutil; no podía seguir resistiendo esa atracción que la consumía desde el primer día, esa necesidad abrasadora de explorar cada centímetro de su cuerpo, de hacerla perder el control.

—Lo que tengo en mente... —dijo finalmente, en un tono bajo y cargado de promesas— es continuar lo que dejamos pendiente, Fina. Quiero devorar tus labios, escucharte gemir mi nombre, saborearte como he deseado desde el momento en que te vi. Y no voy a parar hasta sentirte sucumbir.

La declaración hizo que Fina tragara saliva, luchando contra el impulso que su propio cuerpo comenzaba a traicionar.

—Marta, no... —intentó decir Fina, pero su voz sonaba débil, traicionada por la atracción que también la envolvía. A pesar de sus esfuerzos por resistirse, sentía cómo su autocontrol se debilitaba bajo el influjo de Marta, esa presencia arrolladora que parecía capaz de derrumbar todas sus barreras.

—No te imaginas lo que me haces sentir —susurró Marta, sus labios acercándose peligrosamente a los de Fina, una mezcla de deseo y desesperación en su voz.

Fina sintió un nudo en el estómago. Sabía que debía poner distancia, que cualquier paso más allá podría convertirse en un error de consecuencias incalculables. Pero la cercanía de Marta, la intensidad en sus ojos, la forma en que su voz se volvía un susurro casi rasposo y cargado de promesas, hacía que sus pensamientos se volvieran borrosos. Cada palabra, cada movimiento de Marta era un desafío a su autocontrol.

Herencia de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora