Dreams Of Liberty

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*Recordemos que esta historia transcurre en 1950*


Se quitó el abrigo para ponerse el delantal y recordó que tenía el labial en el bolsillo, así que metió su mano para sacarlo de ahí y dejarlo en su bolso. Junto al labial encontró un papel y antes de abrirlo se sonrió y le volaron mariposas en la barriga. No sabía cómo lo hacía pero siempre encontraba sus notas no tan solo bajo su puerta sino que también en sus bolsillos, libros e incluso en más de una ocasión bajo su almohada. Y cada una de ellas la enamoraban aún más si es que eso era posible.

El verano ya se había ido y el otoño ya se había instalado dejando un reguero de hojas amarillentas por las calles y sin embargo, lejos de parecerle triste, a Fina la estación le daba una sensación de calidez, de hogar. Aunque probablemente eso tenía más que ver con que las últimas tardes se las había pasado con Marta en la cocina junto al calor del horno. Y es que nada más desocuparse de la fábrica, Marta dirigía sus pasos a la cocina porque sabía que Fina estaría ahí, ayudando Digna con cualquier cosa o simplemente haciendo como que la ayudaba, así que era la excusa perfecta para pasar tiempo juntas.

Digna no se quejaba tampoco porque después de pasar una vida rodeada de hombres en casa, estar con las niñas (como las llamaba ella) era una autentica delicia. Se dedicaba con ellas a conversar y a hornear diferentes preparaciones, pero lejos lo que generaba mayor entusiasmo, era recrear las recetas de los más diversos dulces tanto de Adela como de Catalina. Las dos estudiantes aprendían bastante rápido y no pudo no sorprenderse con la facilidad que tenía Marta para las recetas dulces, desde las toledanas, a los suizos pasando por los típicos churros y los más elaborados dulces con mazapán, nada parecía poder resistir su habilidad.

Las tres disfrutaban la compañía mutua, y a Digna se le llenaba el corazón de verlas tan felices juntas. Había visto tan alicaída a Marta cuando había llegado y ahora hasta parecía una persona totalmente diferente. No tenía dudas de que el cambio en su sobrina era gracias a Fina, podía ver que tenían una complicidad especial y cómo, cada vez que su sobrina entraba a la cocina, la muchacha dejaba lo que estuviera haciendo para saludarla y después ofrecerle alguna cosa de comer, aunque no siempre Marta tenía hambre. Más de una vez la escuchó regañarla por no almorzar recalcando que no debía dejar que el trabajo la absorbiera tanto, a lo que Marta solo atinaba a prometerle que pondría más atención la próxima vez. Marta les contaba sobre su día en la oficina y aunque ella le preguntaba algunos detalles, era Fina la que siempre le daba su opinión respecto a uno u otro tema, e incluso le hacía preguntas que a Digna la dejaban pensando como esa pequeña niña podía entender tan fácilmente sobre esas materias. Le era evidente también la influencia que tenía una en la otra, Marta ahora era más cariñosa físicamente y se atrevía a dar su opinión clara y firmemente y Fina era capaz de ser organizada y utilizar más y mejor vocabulario para expresar desde las ideas más simples a las más complejas. Definitivamente se hacían bien mutuamente, pero no fue sino hasta el día en que su sobrina entró cabizbaja a la cocina que pensó que quizás esa relación era más que una simple amistad.

Marta regresó a casa con el corazón apretado y el malestar vibrando aun en su cuerpo. Por una parte no quería llegar en ese estado a casa pero por otra parte sabía muy bien que solo algo podía sacarla de ese estado, o más bien alguien. Nada más abrir la puerta Fina se dio cuenta de que algo no estaba bien, la expresión en el rostro de Marta solo la había visto antes dos veces: cuando la vio salir corriendo de casa para aferrarse al pilar del patio y cuando la sorprendió entrando a su auto la mañana en que Jaime se marchó.

Tuvo que contenerse para no acariciar su rostro y besarla pues no estaban solas en la cocina, pero a Digna no se le pasó la complicidad que en una sola mirada la llevó a abrazar a Marta para sostenerla, y tampoco se le pasó la manera en que su sobrina se dejó abrazar y contener por Fina. El corazón le dio un sobresalto porque toda la escena le hizo pensar en ella misma y su marido, Gervasio como todo artista era un alma sensible y cada vez que se veía expuesto a situaciones que le hacían sentir mal, una sola mirada desde la puerta de entrada y Digna hacía exactamente lo mismo. No supo que le dijo porque en un momento se sintió invadiendo su privacidad y comenzó a mover cosas por la cocina para darles espacio, pero tampoco se le escapó el cómo Fina acariciaba suavemente los rizos de Marta mientras le decía algo en voz baja al oído. Pensó que quizás se estaba imaginando cosas pero entonces se dio cuenta de que la fuente que buscaba estaba en la mesa, miró hacia allá para confirmar y las vio justo en el momento en que se separaban del abrazo. Su sobrina miraba a la muchacha con adoración y Fina le limpiaba con su mano lo que parecían ser lágrimas mientras le sostenía la mano y le murmuraba algo. Vio a Marta sonreír y hundirse entre los brazos de la muchacha de nuevo, apartó su mirada en parte por confusión, en parte por miedo, pero sorprendentemente incluso para ella, la aparto también por que nuevamente tuvo la sensación de ver algo que no debería, algo que no era para que otras personas aparte de ellas dos fueran testigos. En ningún momento se le pasaron ni por la cabeza ni menos por el corazón los sentimientos e ideas que usualmente se asocian cuando la gente se refiere a ese tipo de personas como invertidas, se dio cuenta de que sin querer había sido testigo de cómo las niñas habían ido forjando su relación, su amor y que probablemente era por eso que lejos de juzgarlas, el pecho solo se le llenó de cariño y miedo, un profundo miedo... Unos instantes después las escuchó riendo y aprovechó ese momento para preguntarles cualquier trivialidad y ofrecerle una infusión a Marta, después de todo si quería cocinar algo esa tarde, no podía tener esos ánimos.

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