Capítulo 14

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-Seamos felices mientras dure -sus ojos se llenaron de lágrimas, y su voz se volvió apenas un susurro-. Cuando empeore, quiero que... -tomó aire, cada palabra atorada en su garganta- terminemos.

Me levanté despacio, notando cómo su mirada seguía cada uno de mis movimientos. Cerré los ojos con fuerza, intentando disipar las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Un suspiro pesado escapó de mis labios antes de que alzara la vista y la encontrara a ella, tan frágil.

-¿Y tú crees que voy a hacer eso? -mi voz tembló al principio, pero pronto cobró fuerza-. ¿De verdad piensas que voy a dejarte, así como así?

-Lisa... -susurró mi nombre, enredado en lágrimas mientras sus manos intentaban secar, discretas, las mejillas húmedas.

-Por supuesto que no -le respondí, la voz apenas un susurro lleno de promesas-. Hice una promesa, Jennie, y no estoy dispuesta a romperla. Eso te lo aseguro.

Las lágrimas cayeron finalmente, y yo las dejé. El nudo en mi garganta dolía, pero en ese momento no me importaba. Inhalé profundamente, tratando de contener lo que aún quedaba de mi compostura, aunque fuera solo por ella.

-Si todo se trata de tu enfermedad, eso no cambia nada para mí. ¿Te acuerdas cuando te dije que estaría contigo, incluso si tu familia tuviera deudas o problemas? Lo dije en serio, y así será. Así que no me pidas que te deje, porque no voy a hacerlo, Jennie.

-Aun así, Lisa... sabes que no me queda mucho tiempo...

-Eso tampoco me interesa -le corté, sosteniendo su mirada con la mía, decidida-. Si alguna vez me dejas, te seguiría. No soy nada sin ti, Jen.

Saqué un bolígrafo de mi bolsillo, y tomé su mano entre las mías, sintiendo su piel cálida bajo mis dedos temblorosos. La extendí con delicadeza, girando su palma hacia mí.

-Así que, Jennie Kim, te doy parte de mi vida para que te quedes conmigo. Para siempre.

Acerqué el bolígrafo a su piel y tracé una línea en la palma de su mano, continuándola hasta el inicio de su muñeca, como si pudiera compartir mi vida, mi tiempo, mi todo con ella.

Ella me miró, sus ojos brillando entre la tristeza. Dejé caer el bolígrafo y, sin pensarlo, la rodeé con mis brazos, hundiendo mi rostro en su cuello. Su piel estaba tibia, y su respiración entrecortada.

La sentí aferrarse a mí, sus dedos temblorosos hundiéndose en mi espalda, supe que la estaba abrazando no solo para consolarla, sino para asegurarme de que el universo no me la arrancara todavía.

-No quiero que te vayas -murmuré, y las palabras salieron entrecortadas, atrapadas en un sollozo que no pude contener-. No quiero perderte, Jennie... no quiero ni imaginarlo. No sé que haría sin ti.

Ella no respondió, solo apretó su abrazo con más fuerza, mientras nuestras lágrimas se entrelazaban.

Continuamos abrazadas en el banco, mis manos acariciaban suavemente sus brazos mientras los míos rodeaban su cuerpo

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Continuamos abrazadas en el banco, mis manos acariciaban suavemente sus brazos mientras los míos rodeaban su cuerpo. De repente, ella se separó apenas unos centímetros de mí, lo justo para que nuestros rostros quedaran frente a frente, y pude dejarle un beso en la frente. Mis labios se quedaron allí un segundo, presionados contra su piel cálida, como si ese gesto desesperado pudiera sellar mis sentimientos en ella, mis ojos cerrados fuertemente dejando escapar unas lágrimas.

Al apartarme, sus manos subieron a mi rostro, limpiando las lágrimas que seguían escapando, y su mirada cristalina se encontró con la mía.

-No llores -susurró, con una ternura que me desgarraba el corazón-. Odio verte llorar.

Asentí lentamente, sin poder decir nada, y la envolví de nuevo en mis brazos. Ella hundió su rostro en mi pecho, y yo dejé un beso en su cabello, continuando con las caricias en su espalda, buscando algún consuelo en esa cercanía.

Entonces, levanté la vista y noté que alguien nos observaba desde la distancia. Era la mujer mayor, la que había visto hace rato, ella permanecía observandonos desde la lejanía con una leve sonrisa en su rostro arrugado. Aunque confundida, le devolví el gesto, y en ese instante me di cuenta de que estábamos en medio de un funeral. A los lejos, las personas lloraban, sus sollozos desgarradores se mezclaban en el aire mientras se abrazaban unos a otros, sumidos en la pena.

Jennie alzó la mirada y, por un instante, nos quedamos en silencio, observando lo que ocurría a nuestro alrededor. Era un espectáculo doloroso, el tipo de escena que corta el aliento y deja una sensación de vacío en el pecho. Las lágrimas de las personas fluían sin cesar, algunas en un llanto contenido, casi silencioso, mientras otras rompían en sollozos desgarradores, como olas que chocan contra la orilla con una fuerza imparable.

Y sin embargo, el cielo sobre nosotras brillaba en un celeste despejado, inmenso y sereno, sin una sola nube que suavizara su perfecto azul. Era algo contradictorio.

-Todo me resulta tan extraño... -murmuró, con los ojos fijos en la escena-. Me parece como una señal.

-¿Una señal? -le pregunté, aunque la respuesta parecía evidente.

-De muerte. No sabía que eran tan complejos los funerales -continuó, sus ojos llenos de una tristeza serena-. Hacen un hoyo en el suelo y meten el ataúd allí. Lloran junto a la sepultura mientras se abrazan unos a otros y, a una hora determinada, todos regresan a casa... y yo... yo me quedaré sola.

La miré, sintiendo cómo su dolor se mezclaba con el mío.

-El plazo de tres meses que me dieron pronto se cumplirá -su voz se quebró, como si le costara aceptar lo que decía-. Podría morir cualquier noche... y mi familia llorará una muerte, como ellos - señaló.

La tomé de la mano, entrelazando mis dedos con los suyos.

-¿Es eso lo que te preocupa? -le pregunté suavemente-. ¿Que tu familia llore tu muerte?

Ella negó con la cabeza y bajó la mirada, sus manos jugueteando nerviosas.

-No... -murmuró, con un tono apenas audible-. No dejo de pensar en que quiero vivir. Hoy el sol está hermoso, hay una brisa cálida... el cielo es de un azul precioso, y los pájaros cantan como en una sinfonía... Este mundo es terriblemente bonito. Claro que quiero vivir.

Sus palabras me dolieron como un puñal, y mientras ella limpiaba sus lágrimas, yo sentí una mezcla de impotencia que me dejaba sin aliento. Apreté su mano entre la mía, con más fuerza, como si de alguna manera pudiera mantenerla aquí, a mi lado, un poco más.

-Eso es lo que me preocupa - continuó, su voz quebrándose -. No tener la oportunidad de seguir viviendo lo hermoso que ofrece este mundo. No poder ver más días como hoy, ni escuchar las risas, los llantos, ni sentir el sol en mi piel... No tener la oportunidad de compartir más momentos con las personas que amo.

Se quedó en silencio un instante, y luego sus ojos se clavaron en los míos, llenos de lágrimas.

-En especial a ti... Me aterra pensar que, cuando ya no esté, dejaré atras alguien que sufrirá por mí. Me duele imaginarte pasando por esto sola, teniendo que cargar con la ausencia y el dolor que inevitablemente dejaré atrás.

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