-Sin ti, mi vida ya no tendría sentido. Entonces, ¿de qué valdría continuar viviendo si no te tengo a mi lado? -terminé, mirándola con intensidad, buscando que mis palabras penetraran en su corazón.
Ella soltó una risa suave, casi melancólica, mientras continuábamos caminando.
-Sabes, si me dieran la oportunidad de casarme contigo, lo haría una y mil veces sin pensarlo -sonrió, y mi corazón dio un salto emocionado.
Mis pensamientos se mezclaban, cada uno reafirmando mis planes.
-¿Estás cansada? -pregunté al escuchar un leve quejido de su parte.
-Un poco -respondió, y luego señaló una banca a unos pocos metros-. Sentémonos un rato.
Al llegar, la ayudé a tomar asiento, y noté que las agujetas de sus zapatos estaban sueltas. Me arrodillé, amarrándolas con cuidado, y al terminar, levanté la mirada para encontrarme con su sonrisa. Era una sonrisa sutil, llena de alegría, pero su tristeza la opacaba como una nube gris.
-No hagas eso -murmuré, sentándome a su lado, sintiendo cómo la preocupación se apoderaba de mí.
-¿Hacer qué? -me miró con curiosidad.
-Mirarme como si fuera lamentable dejarme atrás.
-Lo es -murmuró-. Será un desperdicio dejarte atrás. Solo pensar que otra mujer podrá vivir lo que yo no contigo me duele el pecho -su voz tembló, como si las palabras le costaran un gran esfuerzo.
-No habrá ninguna. Primero muerta que estar con una mujer que no seas tú -tomé sus manos, apretándolas con fuerza.
Ella soltó nuestras manos, distanciándose ligeramente, y fruncí el ceño, confundida por su reacción.
-¿Sucede algo? -pregunté suavemente, viendo que su mirada se perdía en la palma de su mano derecha, trazando cada línea con los dedos.
-Esta es la línea de la vida -señaló la línea que se trazaba entre su pulgar y su índice, rodeando su mano pero terminando abruptamente en el centro de la palma-. A Rosé siempre le pareció extraño que fuera tan corta, y yo nunca le presté atención. Me daba igual -se detuvo un momento, y una risa amarga escapó de sus labios, una risa que nunca había escuchado, como si se burlara de sí misma-. Pero ahora entiendo por qué es así de corta. Porque mi vida lo es.
Un silencio pesado se instaló entre nosotros mientras la miraba. Ella suspiró, mirando al cielo antes de regresar su mirada a mí.
-Esta mañana... no reconocí tu rostro durante unos segundos. También me perdí camino hacia el jardín -intentó reír, pero su risa se ahogó, transformándose en un sollozo reprimido-. Cuando el médico me dijo que estaba enferma, me habló sobre la pérdida de memoria, la dificultad para hablar. Pero no le creí, pensé que eso le pasaría a los malvados, porque yo no me considero malvada. Y ahora, mírame... me está pasando, y en el orden que él dijo. Sé lo que viene, y es aterrador.
Un nudo se formó en mi garganta mientras su voz se quebraba.
-Por eso quiero hacerte una petición -dijo, evitando mi mirada, pero luego, con un suspiro, susurró-: No quiero que estés conmigo cuando eso pase.
-¿Qué quieres decir? -pregunté, sintiendo la punzada en mi pecho intensificarse, el dolor familiar volviendo a asomarse.
-Seamos felices mientras dure -sus ojos se llenaron de lágrimas, y su voz se volvió apenas un susurro-. Cuando empeore, quiero que... -tomó aire, cada palabra atorada en su garganta- terminemos.
-¡Jennie! -grité, desesperada, mientras las ruedas de mi bicicleta rodaban en el pavimento con velocidad.
Cada pedaleo hacía que mis piernas ardieran, mis brazos tensos luchaban contra el cansancio mientras atravesaba las oscuras carreteras. Mi garganta, reseca y dolorida, seguía llamando su nombre como un lamento desgarrador, con la esperanza de poder encontrarla.
Una subida se presentaba ante mí, con esfuerzo llegué a la cima.
Y allí estaba ella.
-¡Jennie! -la llamé. Su rostro se iluminó con una leve sonrisa.
Bajé de la bicicleta de un salto, dejándola caer sin importarme. Caminé hacia ella con pasos firmes con ella mirando cada paso estática en su lugar.
-¿Qué ha pasado? ¡¿Qué haces aquí?! -grité, dejando que mi frustración se desbordara.
-¿Por qué gritas? -respondió, sorprendida.
-Te dije que esperaras en casa. Al regresar, no estabas allí, nadie sabía dónde estabas. ¡Y no respondías el teléfono! -las palabras se mezclaban entre varias emociones.
Preocupación, frustración y rabia.
-¡Basta!, solo he salido a dar un paseo -dijo, como si eso pudiera calmar mi estado.
-¿Por todo este barrio? - pregunté con sarcasmo.
-Sí.
-¡Me tenías preocupada! -mi voz resonó, llena de desesperación.
-¿Pero por qué? No soy una lisiada -replicó con una mezcla de frustración y tristeza.
-Sí, ya me lo habías dicho. Perdón por preocuparme y gritar -dije, dándome la vuelta, quitandome la chaqueta.
Mientras me alejaba hacia la bicicleta, las lámparas se encendían a mi paso, iluminando el camino, dejando la oscuridad a un lado. Pasé el dorso de mi mano por mi rostro, limpiando las lágrimas que empezaban a acumularse, tratando de calmar el nudo en mi garganta.
-La verdad es que... no lo recuerdo -su voz me detuvo, tan suave y rota, que se clavó en mi corazón como una daga-. No recuerdo por qué he venido aquí.
Me volví hacia ella, y la vi, cabizbaja, jugando con las mangas de su suéter. Cada palabra era pronunciada con esfuerzo.
-Estaba sentada delante de tu casa y, de repente, estaba en otro sitio -sus ojos no se levantaban, y su voz temblaba más con cada instante-. No sé cuándo... ni cómo he llegado. -Finalmente, su voz se quebró, y con un último esfuerzo murmuró-. No tengo ni idea... tenía...
Alzó la mirada y nuestros ojos se encontraron. El brillo de sus ojos estaba empañado por lágrimas. Observé con horror las heridas en sus piernas, manchadas de un rojo intenso, mientras su suéter y pantalones estaban cubiertos de barro y sangre.
-Mucho miedo.
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The Night We Met
Fiksi PenggemarLa mente persigue lo que el corazón no olvida. -G!P (Lisa) -No se aceptan traducciones o adaptaciones