Capítulo 5

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¿Por qué recuerdo esto justo ahora?

¿Será mi corazón confabulado con mi mente para recordarme mis propias palabras, queriendo confirmar lo que le había prometido a ella sin que lo supiera?

¿Será ella en quien siempre piense ante cada mala noticia?

El recuerdo resurgía mientras sus labios se movían con delicadeza; seguí cada movimiento, escuchando cada palabra pronunciada con temor.

-Me descubrieron un tumor en la cabeza -murmuró-. Lamentablemente no tiene cura, y solo me quedan tres meses de vida.

Todo parecía ir en cámara lenta, sus ojos reflejaban la angustia mientras mi corazón latía con dolor, como si una daga lo atravesara al escuchar a mi novia. Su labio inferior fue atrapado por sus dientes en un intento de contener los sollozos. Mi vista se nubló, y todo ruido a nuestro alrededor se desvaneció, quedando como un eco lejano.

Sentí mi mundo derrumbarse frente a mis ojos, como si mi corazón se detuviera, mientras lo único que existía en ese momento era mi mayor tesoro dándome la peor noticia que jamás hubiera podido escuchar.

En ese instante, el aire pareció volverse denso, casi imposible de respirar. Las palabras se atoraron en mi garganta, incapaces de escapar, como si el dolor las hubiera sellado para siempre.

Quise decirle algo, cualquier cosa que pudiera aliviar aunque fuera un poco su sufrimiento, pero mi mente estaba en blanco, consumida por el dolor.

Ella me miró, sus ojos buscaban en los míos alguna señal de esperanza, alguna promesa de que todo estaría bien. Pero, ¿cómo podía mentirle cuando mi propio corazón estaba destrozado?

-¡Manobal! -el llamado del entrenador me trajo de regreso a la realidad, sacándome de una niebla que consumía mi mente.

No quería alejarme de ella, no en este momento que más necesitaba de mi apoyo y consuelo, el nudo en mi garganta se hizo molesto, necesitaba decirle algo, cualquier coda para que supiera que mis palabras siempre serían ciertas.

Estaría a su lado siempre, apesar de lo que pudiese suceder, siempre estaría con ella, para ella.

-¡Manobal! -el hombre volvió a insistir, bufé molesta.

No quería soltarla, sentía que si lo hacía y al alejarme de ella se desvanceria ante mis ojos. No quería que mi mayor miedo se hiciera realidad.

Perderla, tenía un gran miedo a perderla.

-Ve -susurró, su voz temblorosa me hizo negar de inmediato -. Ve -insisto, acariciando mi mejilla quitándome el rastro de las lágrimas que sin darme cuenta había estado derramando -, yo estaré bien -susurró, asegurando con una leve sonrisa que no podía transmitirme confianza.

Yo debería ser quien le diera consuelo, no ella a mi, nuevamente me sentí inútil para ella, no merecía tener a alguien como ella en mi vida.

-¡Manobal, último llamado! -advirtió el entrenador. Mi novia, tratando de impulsarme, dejó un beso casto en mi frente.

-Ve -esta vez fue una orden más que una súplica.

No tuve más opción. Aunque su mirada me suplicaba que me quedara, sus acciones decían otra cosa. Soltó mis manos, se alejó y me tomó de los hombros, empujándome hacia la cancha.

Había estado sumido en mis pensamientos, pero ahora, con los gritos del entrenador resonando en mis oídos y la mirada expectante de mis compañeras, no podía seguir evadiendo lo inevitable.

Caminé sin quitar la mirada de mi novia. A medida que me acercaba al equipo, su imagen se fue alejándo gradualmente, pero la sensación de su angustiaseguía envolviéndome.

Me incorporé al grupo, pero las palabras del entrenador eran lejanas, casi irrelevantes. No importaba lo que dijera; mis pensamientos estaban en otro lugar.

En algo con mayor importancia.

Era como si el mundo entero se hubiera vuelto borroso, excepto ella.

Ella, que se mantenía firme en las gradas, sus ojos aún clavados en los míos, transmitiéndome una mezcla de fuerza y vulnerabilidad. Una fuerza que claramente fingía.

-Ey, Lisa -sentí un leve empujón en mi costado, pero no le presté atención-. ¿Amiga, qué sucede? ¿Estás bien?

Me volví hacia la persona que me llamaba con preocupación. Era Jisoo, mi amiga de casi toda la vida, quien me observaba con una expresión expectante, su preocupación evidente en sus ojos.

Al encontrar mi mirada, su preocupación se intensificó. Sin decir una palabra, se posó frente a mí, bloqueando mi vista, y me tomó de los hombros, como si al sostenerme pudiera encontrar respuestas.

-Lisa, ¿qué te pasa? -su voz era suave, casi un susurro, pero cargada de urgencia.

Tragué saliva, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicar lo que sentía, pero no era fácil. Una mezcla de ansiedad y angustia me envolvía, y aunque sabía que Jisoo estaba allí para ayudarme, no sabía cómo poner en palabras lo que estaba pasando.

-Estoy... estoy bien -mentí, intentando esbozar una sonrisa, pero incluso yo sentía lo falsa que era.

Asintió, aunque dudosa por mi respuesta, y regresó a su posición inicial. El entrenador seguía hablando, pero yo no prestaba la mínima atención.

No sé en qué momento el balón terminó en mis manos. El eco de los rebotes resonaba en la distancia, como si viniera de otro mundo. Las conversaciones de mis compañeras se desvanecían en el fondo, reducidas a un murmullo sin sentido. Entonces regrese mi mirada hacia ella, ahora de pie entre la salida.

-Lo siento -pude leer esas palabras en sus labios, y algo dentro de mí se rompió aún más. Mi corazón latía con dificultad, forzándose a seguir bombeando sangre para mantenerme viva, pero una parte de mí estaba muriendo. Una parte que no podía permitir estar lejos de ella.

No podía fallarle. No ahora.

Solté el balón. El sonido del rebote resonó con fuerza en mi mente, haciendo eco en mi angustia. El llamado del entrenador era un ruido distante, insignificante comparado con la realidad que se desmoronaba frente a mí. Mi mirada no se apartaba de ella, de su figura que parecía desvanecerse a medida que se alejaba.

Sin pensarlo, corrí hacia ella. La encontré de pie en medio del pasillo, mirando a su alrededor con temor, como si el mundo se hubiera vuelto un lugar extraño y hostil. Mi corazón latía desbocado mientras me apresuraba a llegar a ella.

-¡Amor! -la llamé con desesperación, pero ella no parecía escucharme, perdida en su propio miedo.

Finalmente, llegué a su lado y la tomé entre mis brazos, protegiéndola del miedo que la consumía. Sentí cómo su cuerpo temblaba ligeramente, y la apreté con más fuerza, como si al sostenerla pudiera calmar no solo su miedo, sino también el mío.

-Estoy aquí, estoy contigo -susurré, acariciando suavemente su espalda, intentando transmitirle la seguridad que tanto necesitábamos-. No te voy a dejar.

Ella levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas que no se atrevía a dejar caer. En ese instante, supe que este no era solo un momento difícil; era una prueba para ambas, un desafío que teníamos que enfrentar juntas. Y, pase lo que pase, no la dejaría enfrentar esto sola.

Nos permití dejar fluir el miedo, la angustia y ansiedad que sentimos mediante las lágrimas que florecian entre ambas, la abrazaba sin querer soltarla mientras susurraba palabras que pudieran relajarla

-Recuerda, pase lo que pase siempre estaré a tu lado, nunca te soltare.

The Night We Met Donde viven las historias. Descúbrelo ahora