Hazel y Caleb se conocen demasiado bien a pesar de que un océano los separe. Hace años se quisieron con locura. Ahora... bueno, ahora se toleran.
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Hazel escapó de Oakville, Ontario, cuando cumplió los dieciocho con el fin de ser diseñadora de int...
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Empujo la puerta de la empresa de mudanzas de mi padre, dejando que el sonido de las bisagras chirriantes me envuelva. El aire huele a cartón y madera fresca, un aroma familiar que me transporta a mi infancia, y a todos los años que trabajé aquí. Al levantar la vista, veo a mi padre, Michael, organizando unos papeles en la recepción.
—Hola, papá —saludo, acercándome al mostrador.
Él levanta la vista y una sonrisa se dibuja en su rostro.
—¡Hola, hijo! —responde, dejando los papeles a un lado.
—¿Cómo va todo por aquí? —pregunto, echando un vistazo a mi alrededor.
—Ah, ya sabes, el mismo ritmo de siempre. Mudanzas, montones de cajas y un poco de caos. Pero no lo cambiaría por nada. Cada día es una nueva aventura —responde, sonriendo.
Mientras lo escucho, no puedo evitar recordar los veranos pasados aquí. La emoción de ayudar a cargar el camión, la adrenalina de las entregas, y la satisfacción de ver a las familias felices en sus nuevos hogares.
Al principio, comencé a trabajar en la empresa un poco por la obligación moral de ayudar a mis padres a reflotar su negocio. Hace bastantes años, las cosas no estaban bien económicamente y bueno... Sacrifiqué en parte mi futuro por echarles un cable. Mi madre nunca estuvo de acuerdo; ella decía que tenía que estudiar para labrarme una buena vida, pero yo no podía dejar a mis padres de lado.
Más tarde, con el tiempo, le acabé cogiendo el gusto a trabajar aquí. Recuerdo las noches en las que, después de un largo día, nos sentábamos todos juntos a tomar algo y compartir anécdotas. Esos momentos lo valían todo.
—Eso es lo que siempre dices —le digo, sonriendo también—. Me encanta que te sigas sintiendo así, incluso después de todos estos años.
Mi padre se recarga contra el mostrador, su mirada brillando con cierta nostalgia.
—Recuerdo cuando llegabas aquí de pequeño, corriendo entre las cajas, imaginando que cada una era un barco pirata o una fortaleza —dice, riendo suavemente—. A veces me pregunto cómo el tiempo ha pasado tan rápido.
Asiento, dejando que su voz me lleve a esos momentos. Puedo ver las viejas fotos en la pared, algunas de nosotros en el viejo camión de mudanzas, yo con un sombrero de papel y una sonrisa amplia.
—¿Y tú, cómo va la vida allá afuera? —pregunta, volviendo a la actualidad.
—Hazel ha vuelto —suelto sin pensar.
Recuerdo que mi madre me enseñó que a veces no hay que darle tantas vueltas a las cosas. Simplemente hay que enfrentarlas. Pero, ¿cómo se hace eso cuando el pasado regresa con tanta fuerza?
Él arquea una ceja, un gesto familiar que siempre ha indicado que está listo para escuchar.
—¿A qué te refieres? —pregunta, con un interés genuino en sus ojos.