La niebla se arrastra por las calles de Oakville, como si la ciudad estuviera atrapada en una especie de limbo. Es el tipo de día en el que parece que el sol nunca va a salir, y las horas se dilatan. Mi mente lleva días atrapada en un ciclo sin fin, entre la floristería, las palabras de mi padre y los recuerdos que siempre vuelven.
Abro la puerta de El Jardín Encantado, sintiendo la familiaridad del pequeño sonido de la campana al hacerla sonar. El olor a flores frescas, mezclado con el humo que desprende la taza de café que sostengo, me golpea al instante, tan reconfortante como siempre, pero hoy no logro concentrarme en nada más que en el rostro de Hazel, que está detrás del mostrador, trabajando en un pedido. Está tan metida en su tarea que no me nota al principio. Me quedo observando por un segundo, como si todo a mi alrededor se detuviera por un instante.
Hace ya un par de semanas que llevamos trabajando juntos. Aunque intento mantener la calma, el beso que compartimos sigue flotando entre nosotros. Hacemos como si no hubiera pasado, pero en cada gesto, en cada palabra, está ahí, colándose sin ser invitado.
Finalmente, Hazel levanta la vista, y al ver que estoy parado junto al mostrador, una sonrisa nerviosa se dibuja en su rostro.
—Oh, hola, Caleb —saluda, un poco sorprendida, pero rápidamente recuperando la compostura.
—¿Cómo va todo? —pregunto, tratando de sonar casual, aunque no puedo evitar que mi tono suene ligeramente tenso.
Ella asiente, echando un vistazo a las flores que tiene sobre la mesa.
—Bien, todo bajo control —responde, pero hay algo en su voz que no me convence. Algo que no está del todo en orden, aunque no sé si soy yo el que lo está imaginando o si realmente lo percibo. Hazel siempre esconde lo que siente por miedo. Supongo que, de alguna manera, a todos nos asusta un poco ese momento de vulnerabilidad cuando nos abrimos a alguien.
Se toma un momento para reorganizar las flores y acomodarlas en una pequeña cesta que saca de debajo del mostrador. No es la primera vez que la veo distraída en los últimos días. Algo parece estar rondando por su mente, y me muero de la curiosidad por saber qué es, porque no sé si lo que sea que la atormenta tiene algo que ver conmigo.
―¿Entonces todo bien con la boda? —pregunto, buscando liberar la tensión del ambiente.
Su expresión cambia ligeramente, la ansiedad se diluye un poco y su rostro se ilumina con un destello de orgullo.
—Avanza bien. He conseguido más detalles sobre los colores y las flores que quieren. Pero... —se detiene un momento, buscando las palabras—. Pero creo que podemos hacerlo mejor, ¿sabes? Quiero que sea algo realmente especial, algo que destaque.
Me inclino un poco hacia adelante, observando las flores con más atención de lo que debería.
—Me gusta esa idea —afirmo, sonriendo levemente.
Hazel suspira, su expresión se suaviza, y aunque trata de devolverme la sonrisa, hay algo en su rostro que comienza a quebrarse. Un instante después, como si una nube pesada se hubiese desbordado, las lágrimas empiezan a caer por sus mejillas.
―No puedo más, Caleb... —comienza, con la voz más baja de lo usual.
De repente, parece que la habitación se estrecha nuestro alrededor, como si todo el aire se comprimiera en un solo punto. Por un segundo, solo queda el sonido de su respiración entrecortada.
Antes de que pueda decir algo, ella se aleja del mostrador y camina hacia mí, apresurada, casi como si huyera de sí misma. Hazel me envuelve en un abrazo, su rostro presionándose contra mi pecho, y yo me quedo quieto, con el corazón golpeando en mi garganta mientras la escucho sollozar.
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Todo lo quiero contigo
General FictionHazel y Caleb se conocen demasiado bien a pesar de que un océano los separe. Hace años se quisieron con locura. Ahora... bueno, ahora se toleran. ••• Hazel escapó de Oakville, Ontario, cuando cumplió los dieciocho con el fin de ser diseñadora de int...