Cada vez que abro el armario, mis ojos se desvían hacia la pequeña caja de madera. Aunque intento por todos los medios no pensar en las cartas, es como si el recuerdo de lo que escribí hace años se colara una y otra vez en mi mente, torturándome. Me pregunto si algún día tendré el valor de enfrentar ese pasado. Las cartas son un reflejo de quien fui, de lo que sentí, y quizás también de lo que perdí.
Niego con la cabeza antes de pillar un pantalón jogger y una camiseta de manga corta.
Deslizo lentamente mi mirada hacia el espejo y observo por varios segundos mi reflejo en él. Una lágrima cae por mi mejilla cuando percibo la pequeña cicatriz que se asoma en mi piel, justo por la zona de las costillas. Un recordatorio de un momento que preferiría olvidar.
Con un suspiro, limpio la lágrima con el dorso de la mano y me visto con rapidez, tratando de enfocar mi mente en otras cosas.
―No dejes que pueda contigo, Hazel. Tú eres mucho más fuerte ―hablo en voz alta.
Es como un mantra que me repito cuando su recuerdo se cuela en mi cabeza. Supongo que, si me digo muchas veces que soy fuerte, tal vez algún día me lo termine por creer.
Tras atarme el pelo en una coleta alta, me dirijo a la cocina dispuesta a prepararme un café y alejar todos los pensamientos negativos que tengan que ver con ella.
Observo la cafetera y sonrío levemente. Aún no me creo que después de tantos años, todavía funcione. Convencí a mi abuela para comprarla cuando vivía en esta casa, después de ver cientos de vídeos en Instagram de personas usando una cafetera de cápsulas.
Me preparo un café latte y, con la taza humeante en la mano, me siento en la mesa y miro por la ventana. La luz del sol se filtra a través de las hojas de los árboles, y un sentimiento de nostalgia se instala en mi pecho. Mi vida en Londres es muy diferente a estar aquí, en Oakville. Aquí, el tiempo parece fluir de manera diferente, más pausado, como si el mundo se tomara un respiro. Recuerdo las calles londinenses llenas de gente, los taxis amarillos y el sonido constante de las sirenas.
Coloco la taza sobre la mesa y miro hacia el jardín. El árbol que se halla junto a la puerta de casa está comenzando a cambiar sus hojas de color, tornándose a colores amarillentos y anaranjados, anunciando la llegada inminente del otoño. Y no puedo evitar pensar en cómo, al igual que el árbol, también estoy en un proceso de cambio.
Aparto la mirada levemente del jardín y observo la hora en mi móvil, considerando que es buen momento para llamar a Gwen. En Londres son casi las dos de la tarde, así que supongo que pillaré a mi amiga terminando de comer.
Da varios tonos antes de escuchar su voz al otro lado.
―¡Hazel! ¿Cómo estás? —suena alegre, como siempre―. ¿Cómo van las cosas con ya sabes quién?
No menciona su nombre, pero de inmediato sé que está hablando de Caleb. Su imagen se cuela en mi cabeza por un segundo y suelto un leve suspiro, que mi amiga escucha al otro lado de la línea. Gwen no tiene idea de que ahora ambos somos socios igualitarios de la floristería de mi abuela. Tampoco que, por desgracia, me tendré que quedar en Oakville más tiempo del que imaginaba.
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Todo lo quiero contigo
Narrativa generaleHazel y Caleb se conocen demasiado bien a pesar de que un océano los separe. Hace años se quisieron con locura. Ahora... bueno, ahora se toleran. ••• Hazel escapó de Oakville, Ontario, cuando cumplió los dieciocho con el fin de ser diseñadora de int...