IV

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La tarde cayó fría y gris, igual que el ánimo de Jungkook. El silencio en la casa se volvió pesado, casi insoportable. Después de la visita de aquella omega, el comportamiento de Taehyung se volvió aún más distante, y Jungkook sintió que la barrera entre ambos crecía cada vez más, aunque estuvieran bajo el mismo techo. No podía quitarse de la cabeza la sonrisa que Taehyung le había dirigido a esa mujer, una expresión que jamás había mostrado hacia él. Era evidente que no significaba nada para Taehyung; solo era "la ayuda", alguien sin valor.

Esa noche, mientras terminaba de recoger la cocina, escuchó pasos en el pasillo. Taehyung había entrado, aunque ni siquiera le dirigió una mirada. Se limitó a dejar unas llaves sobre la mesa, como si Jungkook fuera invisible. La indiferencia lo hirió más de lo que esperaba.

—¿Quieres algo para cenar? —preguntó Jungkook, tratando de sonar despreocupado, aunque sentía que se rompía por dentro.

Taehyung lo miró de reojo, con una expresión que le hizo sentir un nudo en la garganta. Era como si le estuviera haciendo una pregunta absurda, algo que no tenía derecho a preguntar.

—No, no necesito nada —respondió cortante, volviendo a ignorarlo por completo.

Jungkook asintió, conteniendo la humillación que comenzaba a arder en su pecho. Se sintió tan pequeño, tan inútil. Aun así, no pudo evitar decir lo que llevaba días acumulando en su corazón.

—¿Por qué me tratas así? —soltó de repente, su voz temblorosa—. Ni siquiera me miras, ni te importa si estoy bien o no. No soy más que una carga para ti, ¿verdad?

Taehyung se detuvo, sorprendido por las palabras de Jungkook, y lo miró con una expresión fría y severa. Durante un segundo, Jungkook creyó que Taehyung respondería algo que haría que todo tuviera sentido, pero sus esperanzas se desmoronaron en el momento en que abrió la boca.

—No sé qué esperabas. —Su voz era cortante, sin un rastro de compasión—. Te trajeron aquí para ayudar y pagar las deudas de tu familia, no para recibir cariño. No tengo tiempo para encargarme de tus problemas. Y no quiero escuchar más quejas, ¿entendido?

Cada palabra se clavó en el corazón de Jungkook como un cuchillo. Apretó los puños, luchando contra las lágrimas, y bajó la mirada. Sabía que sus padres lo habían vendido, que su vida de privilegios había terminado. Pero una parte de él aún se aferraba a la esperanza de que alguien, en algún momento, pudiera ver su verdadero valor. Ahora, sin embargo, sentía que todo estaba perdido.

—Entendido —murmuró, su voz apenas audible. Se giró y salió de la cocina, sintiendo que el peso en su pecho se hacía insoportable.

Esa noche, encerrado en su habitación, no pudo contener las lágrimas. La soledad y el dolor se mezclaban, asfixiándolo, y no había nadie allí para consolarlo, nadie que pudiera comprender lo que estaba viviendo. Para Taehyung, solo era una carga, una molestia; y la cruda verdad era que, al perder su vida anterior, había perdido también cualquier sentido de pertenencia.

Los días siguientes fueron iguales. Taehyung apenas le dirigía la palabra y, cuando lo hacía, era solo para darle instrucciones o reprenderlo por algún error mínimo. Jungkook comenzó a sentir que estaba desapareciendo, que su existencia no tenía valor alguno.

Cada noche, se preguntaba cuánto más podría soportar, cuánto tiempo podría seguir soportando aquella indiferencia que le dolía más que el desprecio. Estaba atrapado en un lugar donde nadie lo quería, y esa realidad lo destrozaba cada vez más, como un peso que poco a poco aplastaba su alma.

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