JAMES
Long Beach, Estados Unidos
James acababa de estacionar su camioneta en el camino de entrada de su casa, después de un largo y agotador día de trabajo en el equipo SWAT. El sol estaba comenzando a ponerse, tiñendo el cielo de un tono anaranjado suave, pero él apenas lo notaba. Su cuerpo estaba cansado, y todo lo que deseaba era una ducha rápida y un descanso en su sillón.
Sin embargo, cuando cerró la puerta de su camioneta y comenzó a caminar hacia la puerta principal, un dolor repentino se instaló en su estómago. Una sensación ardiente, acompañada de una acidez familiar, lo hizo detenerse en seco. James frunció el ceño, llevando una mano a su estómago.
James: –susurrando para sí mismo– No... no ahora...
Conocía esa sensación demasiado bien. La misma que había experimentado otras veces, la misma que siempre precedía a noticias terribles. Su cuerpo reaccionaba antes de que su mente pudiera siquiera procesar lo que estaba a punto de suceder.
Apresuró el paso, entrando rápidamente a la casa. Cerró la puerta detrás de él y se apoyó en ella por un momento, respirando profundamente, tratando de calmar las náuseas que ya sentía subir por su garganta. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que su cuerpo se rebelara completamente. Su respiración se hizo más rápida, y en cuestión de segundos, se encontró corriendo hacia el baño.
Apenas logró llegar y abrir la tapa del inodoro antes de inclinarse y vomitar con fuerza. El malestar en su estómago no se detuvo, y otras dos oleadas lo siguieron, sacudiendo su cuerpo. Cada espasmo era más intenso que el anterior, y James se aferraba al borde del inodoro, tratando de estabilizarse mientras su mente comenzaba a nublarse por el dolor y la anticipación.
Después de unos segundos, el sonido de su teléfono interrumpió el silencio. Temblando, sacó el móvil de su bolsillo, mirando la pantalla. Era Madeline, su hermana mayor. Lo sabía. Esa llamada solo podía significar una cosa.
James: –murmurando mientras aceptaba la llamada– Maddie...
La voz de Madeline al otro lado de la línea estaba cargada de dolor y gravedad. James podía escuchar la emoción en sus palabras, y eso solo hizo que el nudo en su estómago se apretara más.
Madeline: –con un tono quebrado– James... es Abbá... Papá murió.
El mundo de James pareció detenerse en ese instante. Cerró los ojos con fuerza, apoyando su frente en el borde del inodoro mientras la noticia lo golpeaba como una ola imparable. A pesar de que lo había anticipado, nada podía prepararlo para ese momento. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos sin control, y su cuerpo se estremeció bajo el peso de la pérdida.
James: –con voz ahogada– No... Maddie... no puede ser...
Madeline: –intentando mantener la compostura– Lo siento, James... Lo siento tanto.
El silencio entre ambos se volvió pesado, cargado de tristeza. James intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero el dolor era abrumador. Se dejó caer contra la pared del baño, llevando una mano a su rostro mientras las lágrimas continuaban cayendo.
James: –rompiéndose– Lo extraño ya...
Madeline: –con un susurro– Todos lo extrañamos, James... lo sé.
James colgó después de unos segundos, incapaz de mantener la conversación por más tiempo. Se quedó allí, en el suelo del baño, con el teléfono aún en su mano, mientras el dolor de la pérdida lo consumía por completo. Las lágrimas no se detenían, y cada vez que pensaba en su padre, el vacío en su pecho crecía.