VII.

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En la fábrica, la rutina era implacable. El ruido de las máquinas llenaba el aire con un zumbido constante, y el olor a tela nueva lo impregnaba todo. John estaba acostumbrado a trabajos más intelectuales, a entornos más limpios; pero aquí, en esta fábrica textil, el mundo era diferente. Todo parecía un ciclo repetitivo, pero había algo extrañamente liberador en ello: ningún jefe gritándole al oído por el estado de su ropa o sus patillas.

Paul trabajaba al otro lado de la sala, junto a una vieja máquina de coser industrial. Su enfoque era admirable, y aunque el sudor le resbalaba por la frente, siempre mantenía una expresión tranquila. Durante los breves descansos, Paul solía pasarle un cigarrillo a John, y ambos se sentaban afuera, en el callejón trasero, a fumar en silencio. John lo observaba de reojo, sintiéndose de alguna forma agradecido, pero aquella gratitud empezaba a mezclarse con algo más que no lograba comprender del todo.

Un día, mientras estaban sentados, Paul rompió el silencio:

– Te ves diferente cada semana, amigo. Ese pañuelo en el cuello, los pantalones sueltos... ¿es un nuevo estilo que estás probando?

John se encogió de hombros, fingiendo indiferencia, aunque sabía que cada mañana dedicaba más tiempo frente al espejo, eligiendo con cuidado cómo quería mostrarse al mundo. Era como si cada día quisiera borrar un poco más de su antiguo yo.

– Es solo ropa –respondió finalmente, exhalando el humo del cigarrillo.

Paul sonrió, pero en su mirada había algo que lo inquietaba.

– A mí me parece bien. Pero algunos tipos aquí podrían pensar que te estás volviendo un poco… raro.

John frunció el ceño.

– ¿A ti te molesta?

Intentó sonar despreocupado, aunque sus palabras llevaban un peso inesperado. Paul lo miró fijamente por un segundo más y luego sacudió la cabeza con una sonrisa.

– No, amigo. Me gusta que seas tú.

John sintió el calor subiéndole al rostro. No supo si fue por las palabras o por el tono en que Paul las dijo, pero el resto del día estuvo distraído, perdiéndose en pensamientos confusos mientras trabajaba.

Esa noche, en el pequeño apartamento de Paul, John se cambió de ropa antes de salir. Las chaquetas finas y los trajes ajustados habían sido reemplazados por prendas más holgadas, cuellos altos y una boina que ahora siempre llevaba. Mientras Paul preparaba algo de comer, John se miraba al espejo, notando el cambio, no solo en su ropa, sino en sí mismo.

Ya no era el John que se preocupaba por el trabajo, por encajar en los círculos sociales de antes. Algo había cambiado, y esa sensación de libertad venía acompañada de una confusión que se negaba a admitir.

Durante la cena, la conversación se desvió hacia temas más personales.

– ¿Te has dado cuenta de que ahora trabajamos juntos, vivimos juntos y prácticamente hacemos todo juntos? –comentó Paul, con una sonrisa ligera–. La gente podría empezar a hablar.

John sintió cómo el comentario le removía algo por dentro, pero lo escondió detrás de una sonrisa.

– Bueno, que hablen, ¿no? Me da igual lo que piensen.

Pero por dentro, una inquietud persistía. ¿Realmente le daba igual? Y si era así, ¿por qué entonces todo lo que hacía junto a Paul comenzaba a importarle tanto?

(...)

John regresó del trabajo con el cuerpo pesado y los pensamientos dispersos tras otra jornada en la fábrica. Paul lo recibió en la puerta del departamento con una sonrisa ligera, pero John apenas pudo devolverle el gesto. La semana había sido larga, y todo lo que necesitaba era desconectar un rato, con una buena bebida y la compañía de sus nuevos amigos.

The Underground Beat Club (mclennon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora