PENELOPE

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Caminaba apresurada por el centro comercial, respirando con dificultad, intentando distraerse de todo lo que la abrumaba. Había salido sin pensar, sin avisar a nadie, impulsada por una necesidad desesperada de escapar, aunque solo fuera por un par de horas. No podía soportar más preguntas, miradas de preocupación, el constante control de sus padres sobre cada paso que daba desde que habían regresado a Inglaterra. Estaba cansada, pero no podía admitirlo. No todavía.

Sabía que no debía estar conduciendo en su estado, pero se había obligado a concentrarse en la carretera, con la esperanza de que esa pequeña escapada le devolviera algo de la libertad que había perdido desde su diagnóstico. Había pasado por una recaída y no podía soportar sentirse más vulnerable de lo que ya se sentía. Estaba exhausta, tanto física como emocionalmente, la peluca le molestaba, pero era necesaria en ese momento, pero el peso de todo la asfixiaba y solo quería un respiro.

Después de deambular sin rumbo por un rato, decidió regresar a casa. Pero, al entrar en su calle, su estómago se hundió. La casa de los Bridgerton estaba justo enfrente de la suya, y allí, en la entrada, vio a Colin, Eloise, sus padres y sus hermanos. Parecían conversar entre ellos, pero notó de inmediato cómo la atención se volvía hacia ella cuando su coche se acercaba. Un escalofrío le recorrió la columna. Sabía que la habían visto. Sabía que algo inevitable estaba a punto de suceder.

Mientras estacionaba frente a su casa, su corazón comenzó a latir más rápido. No estaba preparada para enfrentarlos, no después de tanto tiempo. Aunque no se habían acercado a ella desde que regresó, su presencia constante, siempre observándola desde lejos, le recordaba el peso de la historia que compartían y lo que había dejado atrás. Ella no le había contado a nadie sobre su enfermedad, y no tenía la fuerza emocional para lidiar con todo eso en este momento.

De repente, la puerta principal de su casa se abrió de golpe, y sus padres salieron corriendo, claramente alterados. La mirada de preocupación en los rostros de ambos era inconfundible.

—¡Penélope! —gritó su madre, corriendo hacia ella—. ¿Dónde demonios has estado? ¡Nos has tenido al borde del colapso! ¡No puedes hacer esto, sabes perfectamente bien que debes decirnos donde estas!

Su padre llegó detrás, con los brazos cruzados y una expresión severa. Las miradas de ambos la atravesaban como cuchillos.

—No puedes seguir escapándote de esta manera —dijo su padre, con una voz tensa que apenas contenía la ira—. ¿Sabes lo que podría haberte pasado? ¡Estás jugando con tu salud!

Ella cerró los ojos un momento, respirando hondo. Sabía que tenían razón, pero necesitaba ese espacio, ese momento de libertad. Sentía que cada paso que daba estaba vigilado, que cada decisión que tomaba estaba sujeta a constantes análisis por parte de sus padres, y ya no podía soportarlo.

—Lo siento, solo... necesitaba salir un rato —respondió, con la voz baja, intentando calmar a sus padres.

Pero su madre no estaba dispuesta a dejarlo pasar tan fácilmente.

—¡Penélope, no puedes simplemente "salir un rato" sin decirnos nada! Sabes lo delicada que es la situación. Y lo peor de todo, ¡te fuiste en coche! ¡Sabes perfectamente que no deberías estar conduciendo!

El aire estaba cargado de tensión, podía sentir cómo la mirada de Colin y su familia seguía clavada en ella desde la entrada de su casa. Quería desaparecer, quería que la tierra la tragara. Todo esto se estaba desmoronando frente a ellos, y aunque sus padres no mencionaban explícitamente el cáncer, sabía que su comportamiento dejaba claro que algo grave estaba pasando.

—No estamos pidiéndote que vivas en una burbuja, pero no puedes ponerte en riesgo así —dijo su padre, su voz más suave pero cargada de preocupación—. Sabes lo que está en juego aquí. No podemos perderte, Penélope.

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