LVI

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 Estabas lista para morir en cualquier momento inesperado, solo ahora lo comprendo. Te arriesgabas a menudo en tus viajes, y entendías que corrías el riesgo de perder la vida antes de regresar a nuestro castillo.

Por eso llevabas tu propio veneno entre la ropa. Olía a sangre y a almendras, a metal y a tierra húmeda. No sé qué era ni me atreví a probarlo de tus labios. Tuve miedo.

Te besé con sangre muerta y lo supiste. En apenas unos segundos, me empujaste. Sonreíste y abriste una botella que escondías en los bolsillo. Bebiste aprisa hasta que tus ojos perdieron el brillo. Los brazos cayeron sin fuerza a tus lados mientras corría en tu dirección y te derrumbaste entre mis brazos, muerta.

Muerta. Muerta. Muerta. Alexandra, estabas muerta.

Muerta por tu propia acción, no la mía. Incluso para fallecer tenías que ser la vencedora.

Tomaste el control de tu vida y de la mía. Tomaste el control de tu maldita muerte.

Eres mi eterno tormento. Ojalá nunca nos hubiéramos conocido.

Siempre soñé con matarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora