quattro

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Ambos irrumpieron en la habitación, tambaleándose
entre susurros y risas sofocadas, sin despegarse ni un instante. El sonido de la puerta cerrándose quedó ahogado por el fervor de sus besos, profundos y desesperados, mientras avanzaban a tientas, sus cuerpos enredados como si temieran que el hechizo que los mantenía unidos se rompiera al soltarse

La calle había quedado atrás, y con ella las miradas curiosas de los que aún rondaban la fiesta. En su trayecto a la casa de Jeongguk, sus dedos se entrelazaron como si fueran una extensión natural de su piel, y el pelinegro no pudo evitar envolver al rubio en un abrazo posesivo, dejando un rastro de besos sobre su rostro, llenos de una ternura inquietante

Siglos de leyendas advertían que los vampiros no podían amar. Criaturas sin alma, decían, incapaces de sentir la pureza de una emoción humana. Pero entonces, ¿qué era esa extraña paz que Jeongguk sentía cada vez que sus ojos se encontraban con los de Jimin? ¿Qué era esa fuerza que lo atraía hacia él como un imán? Sabía que si había un lugar en el mundo donde se sentía completo, era junto a ese rubio de sonrisa brillante y mirada desafiante

Finalmente, llegaron hasta la cama, donde el beso se rompió, dejando a ambos respirando agitados. Jimin mantuvo sus brazos alrededor del cuello de Jeongguk, y el, sin poder resistir, le dejó un último beso corto antes de notar la sombra de duda en la mirada del rubio. Algo en esa vulnerabilidad inesperada lo hizo estremecerse

—¿Qué pasa, lindo? —preguntó Jeongguk, su tono tan suave que hasta él mismo se sorprendió

Jimin vaciló, el rubor encendiendo sus mejillas

—Cuando... cuando te fuiste con tu padre... ¿estuviste con alguien más?

La pregunta salió cargada de una timidez que Jeongguk rara vez veía en él. Pero, sin titubear, negó, con una firmeza casi desesperada.

—No, claro que no. No podría, Jimin. No cuando estabas en mi cabeza todo el tiempo.

Esa confesión, tan simple y directa, dejó a Jimin sin aliento. Estaba a punto de responder, pero Jeongguk lo silenciaba con otro beso, profundo y voraz, devorando cualquier inseguridad con cada movimiento de sus labios

—¿Lo hiciste tú? —murmuró Jimin, apenas rozando los labios de Jeongguk, sus palabras tan cerca que parecían mezclarse con su respiración

Jeongguk lo miró sin comprender al principio, hasta que entendió a qué se refería, los asesinatos en el pueblo. Con una sonrisa en los labios, negó

—No, no soy tan básico, angelito —contestó en tono burlón—. Ensuciarme con mortales no es lo mío.

Jimin rio, mirándolo desafiante

—¿No? Entonces, ¿qué haces aquí conmigo, rogándole a este pobre mortal un poco de su sangre, implorando por su atención? —dijo Jimin, su tono provocador

—Porque tú eres diferente, angelito —murmuró Jeongguk antes de fundirse en un beso profundo, un beso que los devolvió a esa danza frenética, en una batalla de deseos y emociones reprimidas que no podían contenerse

Las manos de Jimin exploraron la espalda de Jeongguk, aferrándose a él con fuerza, mientras sus cuerpos se acercaban aún más, como si quisieran fusionarse.

La intensidad del beso fue llevándolos de nuevo al borde de la cama, donde Jimin, con una sonrisa llena de malicia, se posicionó sobre el pelinegro, sus labios apenas rozando los del pelinegro en una tortura deliciosa

—¿Qué vas a hacerme, pequeño cazador? —susurró Jeongguk, su voz teñida de burla y deseo—. ¿Vas a matarme hoy?

La provocación fue acompañada de un gesto juguetón; tomó la mano de Jimin y la colocó sobre su pecho, justo donde su corazón latía con fuerza, una ironía perversa para alguien que, según todos, no debería sentirlo

—Puedes hacerme lo que quieras —le murmuró Jeongguk, sus ojos oscuros brillando intensamente solo para él.

Ese fue el detonante de otro beso devorador, una guerra entre labios que ninguno quería perder. Jimin despojó a Jeongguk de su ropa con movimientos precisos, revelando la piel pálida y fría que ansiaba tocar. Los ojos del vampiro brillaban en la penumbra, reflejando el deseo inhumano que ardía dentro de él, como una llama oscura que solo Jimin podía ver

El rubio se inclinó sobre él, besándolo con una pasión que robaba el aliento, y en ese abrazo olvidaron el abismo que los separaba. Los dedos de Jeongguk recorrían cada línea del cuerpo de Jimin, cada curva que se grababa en su memoria, como una burla silenciosa a la pureza que se suponía debía representar el rubio. Pero Jimin no era un ángel, ni pretendía serlo

Entonces, en un movimiento rápido, Jeongguk invirtió las posiciones, inclinándose sobre él. Su boca trazó un camino por el cuello y pecho de Jimin, dejando una estela de besos y mordidas suaves, apenas dejando marcas. Las pequeñas heridas brotaban gotas de sangre que Jeongguk lamía con una devoción casi religiosa, un sacrilegio a la santidad que se suponía debía representar

Sólo ellos existían en ese momento. Jeongguk exploraba cada rincón de su piel con labios y dientes, cada mordida y caricia era como una firma, una marca de su propia eternidad que quería dejar en Jimin

Finalmente, se inclinó y dio una última mordida suave, en una mezcla de placer y posesión. Llegando al tan esperado clímax, Jimin, exhausto, dejó escapar un suspiro mientras el vampiro lo observaba con una sonrisa de satisfacción

—Hiciste muy visible esta —murmuró el rubio, tocando la marca que Jeongguk había dejado en su clavícula

Jeongguk sonrió—. Perdóname

—No te disculpes por algo que no sientes —respondió Jimin, una chispa divertida en su mirada

El azabache dejó escapar una risa y acarició el cabello dorado del rubio, quien yacía recostado en su pecho

—No puedo evitarlo, me encantas —dijo Jeongguk, su voz un susurro

—¿Demasiado para ser un simple mortal? —preguntó Jimin, alzando una ceja, desafiante.

Jeongguk tomó su mentón, obligándolo a mirarlo fijamente

—Para mí, eres mucho más que un simple mortal, Jimin

Jimin sintió sus párpados pesados y, con un último beso en el pecho de Jeongguk, se dejó llevar. En su estado medio dormido, pudo sentir los labios fríos del pelinegro presionarse suavemente sobre su frente antes de perderse en el sueño, refugiado en los brazos de quien, contra toda lógica, se había convertido en su salvación y condena

 En su estado medio dormido, pudo sentir los labios fríos del pelinegro presionarse suavemente sobre su frente antes de perderse en el sueño, refugiado en los brazos de quien, contra toda lógica, se había convertido en su salvación y condena

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sinners; km auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora